(AE)
Sé que es tiempo ya de Pascua, de renacer y de esperanza, pero tengo que confesar que en Uganda, parece como si la Semana de Pasión no hubiera hecho más que empezar.
Este país ha sufrido como ningún otro de la región las subidas de precios. Sólo en combustibles, la
La gente se pregunta “¿dónde vamos a parar?” Lo que veo a mi alrededor no es otra cosa que un pueblo crucificado, una masa que vive bajo el umbral de la pobreza y que por desgracia va a quedarse ahí por un buen tiempo obedeciendo al dictado no sólo de las críticas circunstancias mundiales sino también de la caradura de un sistema político donde el regalismo, la corrupción, la ausencia de cualquier ética social y la falta de transparencia son ya parte del menú diario.
Mientras se vive esta situación, el gobierno – que ha ha esquilmado una buena parte del erario público financiando la campaña electoral del partido en el poder – ahora decide tirar la casa por la ventana. En vez de tomar medidas que protejan a los más pobres y vulnerables, el parlamento aprueba en estos mismos días la compra de varios aviones de combate por valor de más de 500 millones de Euros y el presupuesto de la ceremonia inaugural del presidente – a la que se espera 32 jefes de estado – por valor de 800.000 Euros. Una verdadera vergüenza, contra la cual la gente comienza a manifestarse.
Al hilo del descontento social, la oposición que no quiso unirse durante la campaña electoral (hay personalidades a las que no les gusta aparecer en segundo plano) ahora se une para lanzar una campaña para ir al trabajo a pie cada lunes y cada jueves. Al mismo tiempo quieren también “calentar el ambiente” lo que haga falta puesto que la ceremonia de inauguración tendrá lugar el 12 de Mayo, un jueves y al jefe hay que amargarle la fiesta todo lo que se pueda.
Lo curioso es que muchas personas viven esa campaña día a día porque no hay de dónde sacar para transporte público. Lo que es nuevo es que los líderes de la oposición (especialmente Dr. Besigye, Robert Mao y Olara Otunnu) tienen a bien dejar sus coches y en los días determinados salen solemnemente de sus acomodados barrios residenciales y comienzan su paseo... encontrándose a pocos metros con la policía, la cual según el día les obliga a interrumpir la marcha o los arresta.
En los conflictos que ha habido a raíz de estas protestas han muerto ya varias personas, algunos niños... la policía y el ejército ugandeses no están preparados para enfrentarse a manifestaciones de civiles desarmados. La violenta respuesta que han dado durante las manifestaciones de los últimos días son prueba fehaciente de ello. Los que han muerto han sido todos por herida de bala y eso ha sido porque ha habido una orden previa de disparar con munición de verdad. Los grupos de derechos humanos e incluso ya algunas representaciones diplomáticas están ya manifestándose contra la violencia del estado que, cuanto más se intensifica, más daño le está haciendo a la credibilidad de la victoria electoral del presidente y a su reputación de estadista. Paralelamente, los arrestos de los líderes opositores no hacen sino acrecentar su reputación de mártires de un sistema casi dictatorial.
Ahora mismo, Uganda es un estado dominado por los gases lacrimógenos que comienzan a ser parte del paisaje normal de la capital mientras que en otras partes se observa con indignación y con descrédito lo que está ocurriendo: un presidente enrocado en su victoria electoral (alcanzada a base de masivas compras de votos), una oposición que hace beneficio de aguas revueltas, una economía estancada por la falta de recursos para los servicios básicos y un status quo de corrupción y falta de liderazgo moral.
Los líderes religiosos – uno de los pocos gremios todavía creíbles en el país – han pedido al presidente que oiga al pueblo y que se reúna con la oposición. No es tiempo de actitudes chulescas porque el país hace aguas por demasiados sitios. Es el tiempo de los estadistas de verdad, no de los politiquillos de tres al cuarto.