Revista En Femenino

Un pueblo que agoniza y la vida sigue igual (por Arantxa)

Publicado el 24 febrero 2011 por Imperfectas
Un pueblo que agoniza y la vida sigue igual (por Arantxa)Desde que empezó la revuelta en Túnez estoy siguiendo con mucha atención la ¿espontánea? oleada de cambio que sacude el mundo árabe. Tras las rendiciones del mandatario tunecino Ben Ali y del presidente egipcio Hosni Mubarak, ahora nos encontramos con que el sátrapa libio, Muamar El Gadafi, dice querer morir matando. El excéntrico dictador permanece en el país, atrincherado, mientras gran parte del pueblo pide en las calles que abandone el poder. La represión, brutal, se ha cobrado ya centenares de muertos, una tragedia humana que poco importa al coronel Gadafi, empeñado en acallar a los disidentes al precio que sea. Sin respeto a sus vidas.
Aquí la noticia, y no hablo de su alcance en los medios, sino entre la gente de la calle, no parece importar mucho. Hoy me decía una compañera de trabajo “vaya atención le prestas, ni que fueras libanesa”. Error de gentilicio, he pensado. Pues no, no soy ni del Líbano, ni de Libia, el país que nos ocupa. Lo árabe me es completamente ajeno y extraño, por desconocido, pero me fascina. Seguramente porque no les entiendo y están muy alejados de mi día a día. No he pisado nunca un país árabe. No tengo amigos árabes, ni conocidos que profesen la fe islámica. Ni siquiera frecuento restaurantes donde pueda degustar su gastronomía, porque las especias son mal toleradas por mi estómago. De pequeña he visto mucha entregas de Informe Semanal los sábados por la noche, sin enterarme apenas de nada. Me parecía que el mundo árabe estaba siempre en guerra (léase guerra Irán-Irak o la guerra del Líbano o el conflicto de Palestina). Recuerdo a Jomeini como un señor siniestro que me daba miedo, y mucho. Me parecía que aquellas mujeres con esos trajes largos y oscuros debían pasar un calor insoportable, en aquellos países de paisaje desértico y temperaturas que rozaban cifras criminales. Y si hacía tanto calor, esos niños debían tener una sed inclemente, en lugares donde no se atisbaba vegetación, y por tanto con escasez de agua. Los judíos eran los malos, pero los palestinos tampoco se quedaban atrás. Como niña que era pensaba también que viajar en autobús en cualquier ciudad de Israel era peligroso, porque corrías el riesgo de que un suicida te hiciera estallar por los aires. Nada que pudiera ocurrir en los autobuses rojos de la EMT, en Madrid. Pensamientos infantiles. Gadafi también aparece en mis recuerdos televisivos, enemistado con los Estados Unidos, es decir, con su entonces presidente Ronald Reagan. Un loco extrafalario, decía mi padre. De Gadafi, claro, aunque Reagan no era santo de su devoción.El loco extravagante años después recobró la cordura, al menos la suficiente para ser recibido con todos los honores en distintos países occidentales. Ahora esos líderes de los países desarrollados hablan de que las ansias de libertad del pueblo libio han de ser escuchadas. Bonitas palabras y mientras, los brazos cruzados ante la matanza de inocentes. No se que solución hay, en un momento en que el clima parece de guerra civil, pero lo que tengo claro es que espero que el remedio popular no sea peor que la enfermedad de la dictadura. Con otras palabras, el dicho patrio de “otro vendrá que bueno me hará”. Y es que si los destinos del país pasan a ser regidos por grupos extremistas islámicos, me temo que al pueblo libio le queda un camino oscuro por recorrer, y en especial a sus mujeres.
Mientras aquí lo que parece preocupar realmente al ciudadano de a pie es (como decía esta mañana un hombre en el metro) “que nos nos suba mucho la gasolina con estos líos de los moros”. Una frase que resume, con una simpleza de órdago, el conflicto de Libia pasado por el tamiz de la vida doméstica de un ciudadano español, que seguro habla por otros muchos. La vida sigue igual, aquí, en Occidente ¿o no?

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