Un pulpo en un garaje

Publicado el 19 julio 2013 por Rusta @RustaDevoradora

A estas alturas supongo que todos estamos al corriente de la participación de la escritora Lucía Etxebarria en el último reality-show de Telecinco (Campamento de verano), de los motivos que la han llevado a tomar esta decisión (una deuda con Hacienda) y de las oleadas de críticas que ha recibido por parte de sus «colegas» escritores desde el minuto uno. No es mi intención juzgarla —lo que ha hecho no me parece ni bien ni mal, aunque no me gusta que se confundan con tanta frecuencia la obra de un autor y su imagen como figura pública—, sino reflexionar sobre un tema al que tal vez no se ha prestado la suficiente atención, y para ello citaré una frase de la autora en el artículo en el que se justifica por haber entrado en el concurso: «Para que os haigas una idea, lo que me pagan por semana supera a lo que me pagaron por Liquidación por derribo, un libro que tardé varios meses en escribir y cuya documentación estuve varios años compilando». Este libro se publicó en un sello del Grupo Planeta, como el resto de sus novelas, así que no estamos hablando de una editorial pequeña con mala distribución. Además, Lucía Etxebarria es una escritora bastante conocida en España; a pesar de que gente la cuestione, tiene una legión de seguidores que ya quisieran muchos.
No expongo estos datos porque sí: el hecho de una autora como ella —que, independientemente de su calidad, tiene lectores fieles y publica en una gran editorial— diga abiertamente que lo que gana por escribir es insuficiente debería, como mínimo, provocar una reflexión en cualquier persona interesada en el mundo del libro. Sin embargo, muchos escritores y lectores se están dedicando a censurar su decisión, se preocupan por si su participación en un reality dará mala fama a todos los escritores en general —absurdo: decenas de cantantes, actores y otros profesionales han participado en estos concursos y no por ello el público ha empezado a tener una mala percepción de su sector—, recuperan argumentos trillados para intentar desprestigiarla como autora —que sí, que tiene en su haber premios de dudosa transparencia… Los mismos que Lorenzo Silva, por ejemplo, al que muchísima gente halagó cuando ganó el Planeta—, etc. Curiosamente, nadie ve el concurso, nadie lee a Lucía Etxebarria (o se apresuran a aclarar que lo que leyeron de ella les pareció malísimo), pero todos hablan del tema. No deja de resultar paradójico que quienes critican con más ahínco el sensacionalismo televisivo sean los primeros en entrar en el mismo juego (con la discreción de las redes sociales, eso sí).
A mí, lo que me provoca ver a una autora como un pulpo en un garaje, sentada al lado de personas que no tienen nada que ver con su mundo, es lo siguiente: ¿qué está fallando?, ¿por qué no se lee más en España?, ¿qué se puede hacer para cambiar esta tendencia? Las cadenas de televisión mueven mucho dinero, de ahí que le compense hasta cierto punto entrar en el concurso, aunque esto no nos exime de examinar también qué se puede mejorar en el sector editorial y los hábitos lectores. El caso de Lucía Etxebarria tal vez es algo puntual —no todos los autores tienen esos problemas con Hacienda—, pero el problema de raíz, los bajos ingresos por un libro, lo tienen todos los escritores, en especial los que venden menos que ella. Los argumentos de la crisis y la piratería no me sirven; no niego que acentúan el problema, pero España nunca ha sido un país lector. Desde mi punto de vista, se debería centrar el esfuerzo en la creación de nuevos lectores.
No sé cuál es ese método para incentivar la lectura (sin adoctrinar, por favor), pero estoy segura de que cuánta más gente trabaje en ese sentido (escritores, profesores, editores, bibliotecarios, libreros, lectores), mejores resultados se obtendrán. Yo, en concreto, tengo mucha fe en la educación, por eso admiro tanto a los padres y madres que inculcáis el amor por la lectura a vuestros hijos desde que son muy pequeños; estoy segura de que alguien que se aficiona a leer durante su infancia tiene muchas posibilidades de continuar leyendo en la adultez. También valoro el trabajo (tan difícil) de los profesores que buscan libros atractivos para los alumnos, del mismo modo que me alegra comprobar que cada vez hay más bibliotecas y librerías con una sección infantil que además cuenta con actividades de animación a la lectura. Los que solo somos lectores y no estamos vinculados a ninguno de estos ámbitos podemos empezar el cambio con pequeños gestos: elegir libros que puedan gustar a las personas cercanas que leen poco o nada, regalar un libro cortito y bonito a nuestro amigo invisible para salir del apuro, hablar (o escribir) sobre aquellas obras que nos han encantado para tratar de contagiar nuestro entusiasmo a los demás, etc.
Otro aspecto que resulta preocupante es el escaso espacio que tienen los libros en la prensa y los medios de comunicación —y que se refleja en detalles como el hecho de que a algunos concursantes ni siquiera les sonaba el nombre de Lucía Etxebarria—. Se publican reseñas en los periódicos y se entrevista a los autores en la radio, pero su presencia en la televisión deja muchísimo que desear y prácticamente se limita a noticias de entregas de premios o grandes lanzamientos. No culpemos a los responsables de la programación; como todos, tienen que comer, y parece que hablar de libros no llena el plato. O, mejor dicho, no se ha encontrado una forma de hablar de libros que resulte atractiva para el público. Sería interesante que quienes pueden trabajaran más en esa dirección, porque la influencia de la televisión supera con creces la de los demás medios. A modo de curiosidad, después de las galas de Gran Hermano mi blog ha recibido visitas con el texto de búsqueda «libro que recomienda Mercedes Milá». Si el tiempo que dedicaba la presentadora a los libros era de apenas unos segundos —lo que le dejaban, porque ella siempre ha luchado por difundir la lectura, desde mucho antes de publicar su libro—, imaginemos lo que sucedería si la literatura tuviera más protagonismo, con un programa entero en horario de máxima audiencia, un presentador simpático y colaboradores que crearan un ambiente distendido. Quizá estoy soñando demasiado, pero es un sueño bonito.
Por último, debemos pensar en el cambio de hábitos que se ha producido en las últimas décadas, que me parece mucho más significativo que la piratería o la crisis. Las pantallas, Internet y las redes sociales roban tiempo de lectura; asimismo, refuerzan la cultura de la inmediatez en la que vivimos, no favorecen el estado de receptividad a los estímulos intelectuales necesario para afrontar una novela. Si bien es cierto que también abren nuevas posibilidades para disfrutar de esta actividad (blogs, contacto con otros lectores y con los autores, etc.), tengo la sensación de que fuera de nuestro diminuto círculo bloguero esas oportunidades no se aprovechan lo suficiente. Hay que reactivar el gusto por la lectura, demostrar que existen muchas formas de entretenimiento que no necesitan una pantalla (excepto la del lector digital, claro).
En fin, no digo que crear lectores y mejorar la remuneración que reciben los profesionales del sector sea fácil, porque no lo es. Eso sí, intentar buscar soluciones será, con el tiempo, un esfuerzo mucho más fructífero que limitarse a lanzar críticas facilonas en las redes sociales. Los comentarios que estos días han puesto a Lucía Etxebarria a la altura del betún potencian la visión elitista del mundo literario que tiene mucha gente, porque denotan desprecio, una superioridad moral e intelectual sobre los participantes de estos programas y el público que los sigue. ¿De verdad alguien cree que una persona no-lectora que sigue estos concursos comprará el libro de un escritor que se refiere a los espectadores de una forma tan humillante? No pretendo que los autores se conviertan en asiduos a los reality-shows, pero mantenerse en una especie de trono alejado de los gustos reales de la gente tampoco les ayuda. Se deberían buscar maneras de acercar al escritor al público y presentar la lectura con palabras seductoras, no como algo sesudo y solo apto para minorías. Reflexionemos, pues, para encontrar esas vías.