El maestro vivió y eligió esta ciudad para morir, lejos, muy lejos, del lugar donde había nacido. Se retiró solo, con la Kodama como única compañía, sabiendo de la proximidad del fin, a expirar su último aliento en Ginebra. Borges preparó el escenario de su adiós. Murió, según consta en la crónica periodística, en el también desaparecido Hotel L`Arbelette, ubicado en los primeros números de la rue de Tour-Maitresse, hoy convertido en entidad financiera, y frente al que se encuentra en su honor el Pub L`Arbelete, en el número 4.
Pero fui ahí después, primero había pasado por el Cimentiere de Plalipalais, el lugar en el que se encuentran sus restos. No es un cementerio como entendemos vulgarmente esos lugares. Se trata de un parque, como puede ser el del Retiro en Madrid o los Jardines de Luxemburgo en Paris, aunque pequeño en relación a estos, al que la gente va de ocio, a leer o comer al mediodía, en medio de las lápidas. O a besarse, o a hablar.
Pero el relato de mi paseo borgeano en Ginebra no termina acá. Cuando comenté a gente de la Embajada Argentina que había ido a ver la tumba del maestro, alguien me habló de la placa que había en la Gran Rue en el lugar donde había vivido. Al día siguiente, temprano, porque a mediodía salía mi avión de vuelta a Madrid, en un día lluvioso me tomé el bus que me llevaría a la Ciudad Vieja.
Empecé a caminar por la Gran Rue, luego de bajarme del autobus, y empezó a garuar. No tenía paraguas e iba observando para descubrir dónde estaría la placa. La Gran Rue es pequeña, algunas cuadras dura. Es de las zonas más lindas de la ciudad y la estaba descubriendo, luego de muchos viajes, gracias al maestro.
Terminé en el café que está unas cuadras más allá en la misma calle, donde la Grand Rue se cruza con la rue Saint Pierre, que según dicen le gustaba mucho al maestro, el Café del Hotel de Ville, de una calidez indescriptible pero observable en la foto.
Blog del autor del libro de cuentos "Historias fugaces de hombres y mujeres".