Un regalo de aniversario

Por Marikaheiki

Para celebrar nuestro aniversario, la ciudad y yo hemos rescatado los cuadernos de este año y los hemos leído bajito a media tarde. Encontramos muchos textos: algunos hablaban de la ciudad, otros de la escritura, otros de las transformaciones y del viaje, otros muchos de lo mundano del día a día, que visto en retrospectiva parece brillante.

Quiero hacerle un regalo a la ciudad: recuperar todos los extractos de textos de la construyen sobre el papel. No sé cuánto material hay: irá saliendo. Y se irán archivando bajo el nombre de Ficciones · Barcelona

Esta es la Barcelona mía. Te la regalo.

Esta es la Barcelona mía, pero te la regalo.Hay un lugar donde siempre podré regresar, y es el lugar de mi memoria. Yo robo el mundo, yo rompo el mundo y lo construyo con sus pedazos que cayeron. Yo me despierto y digo: hoy Barcelona me pertenece, no hace falta ya más que recorra sus calles buscándome. Hoy, la ciudad y yo bailamos una danza divina, como un ritual de actos cotidianos que nos entrelazan solamente a ella y a mí. Y el resto de los que la viven, bien, su Barcelona es otra. Pero esta, la de los edificios que sonríen cuando sopla el viento porque se quiebran como caderas en la danza, esa Barcelona de oscuridad diurna, de cuando las nubes son el filtro que lo hace todo amarillo, esa Barcelona no es de nadie, excepto mía. En mi Barcelona no hay: Gaudí, semáforos, pan amb tomaquet. Esta Barcelona que yo conozco está hecha de pan de semillas y los rayos tenues del sol de otoño entremezclándose con la pintura del salón. Y también, sí, también está hecha de ruedas de bicicleta que se quedaron colgadas de las farolas, y también de laberintos, sobre todo de eso, de itinerarios que cuentan historias nuestras, tuyas Barcelona y mías, porque las placas, los carteles, los grafitis y los neones en la noche me pertenecen.

Voluptuosa, me digo. Así eres, ¿no es cierto? Como una mujer bonita de ojos verdes y grandes que lo observa todo y por las noches, después del amor, se queda callada. Entonces ella y yo miramos las estrellas desde nuestro terrado, muy por encima de las calles que otros recorren, y nos contamos secretos. Una vez me dijo la ciudad: ¿sabes qué? Que mi playa no es real, está hecha de la arena de los bancales de los mares profundos. Y yo le cuento, a cambio, que a mí la miel no me gusta, pero sí el sonido de guitarras. Barcelona, mujer nocturna, solo durante el día quiere bailar con los que la gozan, en sus calles que son la herencia de los judíos. Te dejaste tocar, Barcelona, y yo te devuelvo la pureza en las noches en las que me das la mano y caminamos juntas. Tú y yo, subiendo la avenida, pasando el Arco del Triunfo, pasando junto a los columpios del paseo que se mecen con la brisa del verano. Entonces me cuentas más historias: ¿sabes qué?, dices de nuevo. Que cada noche doy cobijo a cientos de historias de amor, y yo las observo todas, desde el primer beso de la niñez en el patio de la casa de los niños que juegan a conocer sus cuerpos, hasta el último grito etílico de la madrugada. Desde el sexo tras las cortinas de los burdeles del Raval hasta la primera cita de los artistas en la playa de San Sebastián, después del cine de verano, de la última escena de frugal contacto, y también veo los parques del Montjuïc iluminándose a cierta hora, con el brillo de los ojos y el calor que quema la piel de las parejas que se esconden entre la hiedra para tocarse sin ser vistos, pero yo lo veo, lo veo todo porque soy la ciudad, y quiero contarte mis secretos. Soy tuya, me dice. Tú me construiste.

M.