Todas las mañanas esperaba así hasta que oía la llave en la cerradura de la puerta y entraban sus padres. Cada día, uno tras otro, recorrían treinta kilómetros para llegar allí y prepararle el desayuno,que le llevaban a la cama, animarla después a levantarse, arreglarse un poquito y dar un paseo. "Tienes que andar, cariño.¿Hoy no puedes? Bueno, pero mañana sí". Y Blanca, obediente, se ponía su peluca o su pañuelo y agarrada del brazo de sus padres comenzaba otro día,unas veces mejor y otras peor.
Por la tarde llegaban sus hijos y su marido a seguir con la tarea de los padres. Éstos regresaban a su casa a descansar, más psicológica que físicamente. Unos hijos esforzándose por estar alegres como ella les pidió el día más duro de su vida y el momento más duro dentro de ese día cuando les contó el diagnóstico ya seguro. "No lloréis, esto va a ser muy difícil, lo vamos a pasar todos fatal, pero os prometo que va salir bien; quiero que sigáis riendo, haciendo vuestras cosas, y tú Pedro, que sigas cantando bajo la ducha". Por la noche dentro de esa misma cama en la que ahora esperaba, Blanca lloró con su marido. Los dos abrazados.
No sólo sus hermanos, sino tíos, primos, amigos, suegros, cuñados...todos le demostraron su cariño, y ese amor tan grande la empujaba a ser fuerte y a seguir; aunque seguir no fue fácil, pues supuso días de pánico, de no puedo más con lágrimas en los ojos, pero también de aceptación y optimismo.
Por fin le notificaron que cumplía todos los requisitos para que la operación fuera un éxito. Al cabo de un mes entraba en quirófano.