Un retrato vintage de la sociedad mexicana

Por Rozalén
“El mundo era tan reciente que muchas cosa carecían de nombre, u para nombrarlas había que señalarlas con el dedo”. Para Manuel Álvarez Bravo, cuya vida también duró 100 años, la soledad se superaba portando una cámara en mano y retratando con una maestría que le valió la consideración de “poeta de las lentes” el costumbrismo mexicano y el realismo estético del país azteca.

La buena fama durmiendo, triple. 1938

Álvarez Bravo pasa por ser el más influyente fotógrafo sudamericano del siglo XX y uno de los referentes culturales mexicanos de todo el siglo XX. Su concepción de la fotografía evolucionó de un pictorialismo con toques de realismo social a un modernismo tan propio del siglo XX como la época que le tocó vivir. Y, por fortuna, retratar. De la captación de una imagen simple separada de un mero registro de la realidad a los toques cubistas y abstractos por los que se vería influido con el paso de los años. Siempre acompañado de un profundo sentido de la estética, de una profunda pasión por la semántica de sus disparos.

Lección de música, 1978


Ahora, más de 20 años después de su muerte, la galería Throckmorton de Nueva York recoge en una exposición titulada “Vintage” algunos de los más significativos positivados de la primera época del artista: 30 fotografías, la gran mayoría tomadas entre los años 30 y 40, donde se refleja la sociedad mexicana, el costumbrismo realista y aquellos retratos tan humanos, captados en el segundo preciso, y dotados de una pureza única. Una obra arraigada en el amor a su propio país, al que nunca dejó de explorar. Una colección de instantáneas que recopila los problemas y las ilusiones de su gente, a partes iguales, con meticuloso empeño, con proverbial paciencia. Con íntima dedicación.

Niña comiendo calabaza de azúcar, 1940-50


Es esta quintaesencia de la fotografía mexicana la que juega de manera inimitable con las luces y sombras del blanco y negro. La que apuesta por el doble sentido de la fotografía, el semántico y el estético. Un homenaje póstumo repleto de surrealismo visual que no es ni mucho menos casual. Fue Álvarez Bravo objeto de la admiración por parte del francés André Bretón, considerado el fundador del surrealismo, y que quedó impresionado por sus trabajos hasta el punto de encargarle, en 1938, la imagen de portada del catálogo de una exposición surrealista. Álvarez Bravo presentó la fotografía “La buena fama durmiendo”, el retrato de una enfermera desnuda descansando en el suelo, y que finalmente no pudo ser publicada por mostrar explícitamente el vello púbico de la retratada.

La fábrica de calaveras, 1933


Otro artista francés, Henri Cartier-Bresson, padre del fotoperiodismo, acompañaría a Álvarez Bravo en diversas exposiciones en la ciudad natal del segundo, y buena parte de esta influencia se destila en fotografías de retrato social, de relato periodístico. Junto a él, amistades con artistas del Renacimiento Mexicano tales como Tina Modotti o Diego Rivera aportarían a Manuel una ideología social que le acompañaría el resto de sus días y que conferiría al artista una fijación por la sociedad mexicana que fue más allá del mero retrato artístico.

Calavera de azúcar. 1940-50


Fue un artista valiente, pionero y transgresor”, asegura Spencer Throckmorton, director de la galería y amigo personal del fotógrafo. “Muy pocos se atrevieron a fotografiar en el México de los años 30 aquello que Manuel se atrevió a capturar, y de esa manera tan estética y de forma tan natural”, recuerda, al tiempo que reconoce que “albergar una exposición retrospectiva de Álvarez Bravo, lograr presentar esta muestra única, ha sido uno de los sueños de mi vida que acabo de hacer realidad”.

Día de matanza, 1945


Para el fotógrafo argentino Aldo Sessa, que no quiso perderse la inauguración de la exposición, es la personalidad de Manuel la que caracteriza toda su obra. “Era un reto hace 80 años tener la libertad para fotografiar de aquella manera”, reconoce. Para él, Manuel “observaba lo que otros no observaban, propio de un artista libre, visionario, realista, costumbrista e impresionista que siempre buscó, y encontró, los momentos mágicos para fotografiar”. Para Sessa, Álvarez Bravo es el ejemplo perfecto del artista sudamericano, que no persigue la especulación comercial de la manera que sucede en Europa o Estados Unidos. “Manuel nos brindó una fotografía hacia adentro, sin fines comerciales, pero repleta de fuerza y espiritualidad. Propia del arte latinoamericano”. (Artículo publicado originalmente por la agencia dpa).