Un rey sin diversión de Jean Giono

Publicado el 25 junio 2012 por Kovua

Langlois es quien decide investigar (a pesar de ser un teniente de montería de lobos) y que trata por todos los medios posibles que tiene a su alcance resolver las misteriosas desapariciones que, a diario, se dan en el pueblo. Primero desaparece una pequeña, después un hombre y el siguiente es una mujer. Todo ello en un ambiente frío en el que la nieve y todo por lo que ella pasa sirve para descubrir al culpable. Se hospeda en con la mujer apodada Salchicha, una casera muy especial que será quien de voz a este oscuro personaje además también profundizará en las misteriosos y ocultos escarceos en los que ha estado presente con el teniente.
Frédéric es uno de los personajes que nos narra todo lo acontecido en el pueblecito, situado en una pequeña zona de Francia. Han vivido familiares suyos desde hace mucho tiempo en el pueblo, y es por ello que todo lo que ocurre le afecta más de cerca, ya sea la bella visión de un haya milenaria o la sangre sobre la nieve en un frio día nevado. En la novela nos cuenta la historia del pueblo, todo lo relacionado con sus habitantes, sus costumbres, en definitiva, su forma de vida en el concurrido pueblo. A través de sus memorias descubriremos como es el teniente una vez descubierto el responsable de las atrocidades, que, poco después, se encargará de solucionar otras, como por ejemplo la caza de lobos que acaban con los ganados de sus habitantes.
Giono tiene una forma de escribir directa pero poética, también sabe trasmitir los sentimientos de sus personajes e incluso el de los animales a través de lo que transmite a los ciudadanos del lugar o del entorno en el que se mueven. Narra la historia de una forma muy especial que como afirma en la introducción: «Un falso thriller —puesto que su resolución se produce antes de la mitad del libro y nos lleva a misterios más insondables, sin que la narración decaiga y con un leguaje jocoso y lleno de ingenio y de sabiduría popular— con raíces metafísicas, donde, como se ha dicho, lo que está en cuestión, lo que se juzga es la propia condición humana. Aquí se trata, ni más ni menos, de la banalidad del mal. De hecho, Giono se anticipa al hallazgo y la formulación de Hannah Arendt, coincide con ella en su experiencia de la guerra, en la sacudida que le ha supuesto». En su texto descubrimos de una forma sincera la naturaleza del ser humano frente a los problemas más comunes y, al mismo tiempo, lo más horribles e inquietantes. Desde la soledad hasta la ignorancia pasando por la curiosidad y la emoción. Todo ello narrado a través de las memorias de los habitantes del pueblo o a través de las conversaciones con los protagonistas de estos sobre los sucesos que han ocurrido. Recomendado para aquellos que quieran leer algo diferente a lo común de la actualidad, también para aquellos que quieran descubrir el análisis de Jean Giono sobre la humanidad y sus sombras. Y por último para aquellos que necesiten sentir escalofríos frente a lectura de un texto, la novela consigue trasmitirnos la sensación de frío de la nieve e incluso la emoción y la euforia de su protagonista en la búsqueda y caza de un lobo.
Extractos:
Luego nos la llevaron pendiente abajo, hacia Saint-Baudille. Despuntaba el día. Porque todo aquello sucedía en el alba brumosa de las siete de la mañana, al olor de los fuegos de piñas que nuestras mujeres encendían en los hogares. Nosotros nos habíamos despreocupado de nuestras casas aquella mañana. Solo pensábamos en nuestros itinerarios, en nuestro parentesco, tal como lo había recitado Langlois, y nuestro atuendo que, debo decirlo, era de domingo, a pesar del paseo por el bosque que aún nos esperaba. ¿Hay que decir que nuestros domingos de sayal y de cuero? Pueden soportar muy bien las garras de veinte sotobosques. Día verdoso, sin cierzo, viento de noreste, presagios de lo que esta aquí, en esta estación, podemos llamar buen tiempo. O sea, lo que ustedes llamarían un tiempo de perros. Vientecillo helado, y por tanto nieve firme en los claros, nieve blanda en los lugares cubiertos, en los valles, en las colladas anticlinales y en las solanas. Visibilidad media (que aquí se llama muy clara): la nube palpita, se levanta cinco o seis metros por encima de tu cabeza y luego cae hasta rascar el suelo; en el intervalo hemos visto claro y, cuando vuelve a caer, tenemos el sentido necesario para seguir imaginando que vemos claro. Y les apuesto lo que quieran a que, cuando la nube se levante de nuevo, encontraré, al primer vistazo y en su nuevo sitio, las cosas (gento o animales) que se han desplazado bajo la niebla. Cuestión de costumbres. Digo esto para situar bien las cosas y hacer comprender que, para las personas razonables, el arreglo de «la del Café de la Carretera» no tenía razón de ser. ¿Pero cuándo hay una razón para las cosas? —¡Adelante! Recogió el gendarme que estaba en la rinconada. Nos dijo: —Antención, ahora es cuando necesito disciplina. Escuchadme bien. Estoy decidido a romperle la cabeza a cualquiera de vosotros que no me obedezca a pies juntillas. Aunque lo que veáis os parezca extraordinario. Sobre todo si os parece extraordinario. Porque sin duda va a ocurrir algo extraordinario; e incluso hay que desear que ocurra. Voy a entrar en es casa; me quedaré mientras haga falta; el tiempo no cuenta; esperadme aquí. No os mováis. Y esto es lo que va a ocurrir (si es que veo claro, dijo): la puerta se abrirá. Y ese hombre saldrá. Dejadle marchar. No gritéis. No os mováis. No disparéis. Dejadle ir, ¿entendido? A mi aquello me parecía demasiado pasado de vueltas y se lo dije. Entonces, palabra de honor (diría Frédéric II), me agarró por la corbata y me dijo: —Escúchame bien, Frédéric, si haces un gesto, si dices una palabras, es a ti a quien me cargo. Iba en serio.
Para él, cenar en la ciudad quería decir la chistera, que repartir patadas en el culo de para todos, y el restaurante más grande de la Place Grenette. No había puesto el pie allí dentro en toda mi vida, ni había soñado jamás con poder hacerlo; para eso había que ser de otra clase. Había maletas en la puerta, y, en la tonalidad azulada de la luz de gas, la sala centelleante en la que entramos era toda un batir de abanicos, boas de plumas, penachos y el alegre descorchar de las botellas. Entreví inmensos escotes en forma de corazón, ornados en perlas, y esas espaldas de una blancura con destellos cobrizos que exigen al menos tres generaciones de desayunos en al cama para surgir del corpiño como cisnes de lago. Pero con Langlois no era necesario ser bella, ni ser joven, ni ser rica para ser alguien; bastaba con estar con él. Sé muy bien cómo juzgar la actitud de los mozos de café: detecto si se burlan del público o si aprietan las nalgas al andar. El maître que nos recibió y nos precedió hasta la mesa que había elegido Langlois apretaba tan ostensiblemente las nalgas al andar, que nuestra llegada pareció muy natural e incluso suscitó cierta admiración. Y allí había mujeres de las que yo habría sentido malévola envidia y celos incluso en mis tiempos de «fiera belleza».
Editorial: Impedimenta Autor: Jean Giono
Páginas:  224
Precio:18,60 euros
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