Un rosal salvaje

Publicado el 06 enero 2011 por Jesuscortes
Ya han pasado varias décadas desde que debía ser habitual contemplar "The song of Bernadette" con normalidad, como una de esas grandes películas del pasado aunque ya gustaran menos entre las cinefilias de nuevo cuño, alejadas cada vez más sus huestes vital, educacional, geográfica (y no me refiero a la parroquia sino a la vida en pueblos sin futuro: basta con caer en la cuenta de que aparte de Lourdes, el otro que se menciona en el film es Nevers, de donde huirá años después un símbolo de la modernidad, el personaje de Emmanuelle Riva en "Hiroshima mon amour") y temporalmente de los acontecimientos allí narrados.Era aún, nada menos o sin duda, un producto de la maquinaria hollywoodiense en plenitud, aunque supuestamente perteneciese a esa categoría que alguien se sacó de la manga y que ahuyenta al más dispuesto: cine piadoso, lo más opuesto a los nuevos aires de autor.Narrativa impecable, secundarios perfectos - y además con debut de campanillas incluido, el de Jennifer Jones -, un modélico trabajo de equipo y sobre todo una obra presidida por un concepto moral, de justicia, del mundo. Y una de las películas favoritas de John Ford, repetían sus defensores, no sé si advirtiendo de paso el antagonismo que se abría con los otros fans de Ford a los que horrorizaba el dato.En los últimos años, cualquiera puede comprobarlo, "The song of Bernadette" ya no cuenta para nadie, nada se dice de ella.El relativo incremento de prestigio ganado por su director, Henry King, cineasta complicado donde los haya para hacer proselitismo de sus hazañas de tan discreto y variado, apenas ha dejado réditos sobre este film museo de lo perfecto que llegó a ser el cine en la década de los cuarenta, pero sin apenas asideros para revalorizaciones.Basta quitarse unos cuantos prejuicios de encima y acercarse sin temor a ser "convertido" o algo similar, emocionado en contra de escepticismos varios, muy justificados todos ellos, a esta película, para recordar o darse de bruces con una de las máximas obras maestras (y defendible como la mayor) de un director que sin duda está para quienes lo admiramos entre los cinco o seis más grandes del cine americano.Y no sólo eso. "The song of Bernadette" está ahora más vigente que nunca.
Habrá aventuras ceñidas a géneros, westerns, comedias y melodramas ligados a épocas concretas, que sirven para entender cómo era el mundo y cómo las gentes que entonces vivieron en él, pero si hay algo que no cambia un ápice por muchos años que pasen y no hace falta hacer extrapolaciones ni adaptaciones para comprender sus elementos, es un film político, lo que en gran medida es "The song of Bernadette".
Sí, ahí están, retratados con una amplitud extraordinaria todos los engranajes que hacen girar el mundo al ritmo que interesa a unos pocos. Los dirigentes y prohombres que sólo velan por su permanencia en el poder, la Iglesia absolutamente acompasada con ellos y nada dispuesta a someter sus fundamentos a pruebas de ninguna clase, siempre presta a ocultar lo no conveniente, los pobres y desvalidos tomados por masa ignorante y que ya deberían darse por satisfechos si pueden seguir viviendo y trabajando en cualquier parte, los aprovechados que se benefician de la desgracia ajena...
Que Henry King fuese creyente (un dato tan relevante para entender su punto de vista como lo puede ser saber que fue Capitán de Marina) no impide que el film, sin hagiografismos de ninguna clase, cuestione cada centímetro de terreno que pisa (guión modélico, uno de los mejores que conozco, sobre la novela de Franz Welfer por George Seaton) y sea incluso agresivo - alejado por tanto de los éxitos de McCarey con Bing Crosby que llegarían en breve, pero igualmente sin actitud de regañina condescendiente, ni mucho menos queriendo ser "ejemplificante", frontalmente - cuando se ocupa de quienes representan u obstentan responsabilidades religiosas, especialmente el Deán que incorpora ese actor intimidante que fue Charles Bickford y la monja a la que da vida Gladys Cooper.
Así, lo más impresionante del film está precisamente en cómo es capaz de contar con ligereza, sentido del humor, rigor y holgura cómo crece la figura de una niña desnutrida e inocente, ajena  a la magnitud de lo que cuanto le acontece, sin sermonear pero sin regatear los aspectos dogmáticos de la revelación y especialmente ese asombroso añadido que sucede a la despedida de Bernadette de su pueblo.
A la renuncia a su familia, sigue la que debe hacer a la incipiente historia de amor que había surgido con el molinero Antoine y en ese punto hubiese quedado cerrado el film con el típico cartel explicativo de lo que fue posteriormente de ella, pero falta la terecera renuncia, la de su propia curación.
En poco más de veinte minutos, lo mejor rodado jamás para mí gusto por Henry King, con una pureza que rivaliza con (ese mismo año) Dreyer, Bresson o (muy pronto) Rossellini, recapitula fulgurantemente, ahonda en las claves futuras que marcarán esta y cualquier otra batalla sin más armas que la verdad contra todo y contra todos y da una durísima semblanza de los que se entregan sin recompensa, pero egoístamente descreídos y roídos por el odio, pero aún a tiempo de redimirse (inenarrable plano sin subrayado alguno, de Gladys Cooper llevando en brazos a Jennifer Jones).
Y sobre todo, creencias de cada cual a un lado, hace añorar poder ver alguna vez algo así, bajo la forma que sea, acompañado de olor a incienso o a azufre. A los corruptos, los facinerosos, los manipuladores, todos de rodillas. 
Revisar "The song of Bernadette" o cualquiera de las joyas ocultas ("The woman disputed", "State fair", "Remember the day", "Wait till the sun shines, Nellie", "The bravados"...) o arduamente reconsideradas de su obra, debería servir para hablar claro de una vez por todas sobre Henry King, desterrar medias tintas y empezar a llamar a este gigante por su nombre.