Estos ejemplos ponen de manifiesto una conducta de la élite económica poco respetuosa con las normas a la hora de conseguir abultadas ganancias y una asegurada rentabilidad de las inversiones privadas. Precisamente, ese es el objetivo del sistema capitalista, que sólo busca el incremento constante de los beneficios, la reducción progresiva de los gastos y una mayor capacidad para defender sus intereses. Los detentadores del capital y la riqueza imponen, así, sus “lógicas” mercantiles al conjunto de la sociedad, a la que timan y empobrecen con tal de obtener los rendimientos que ambicionan. Por ello, las grandes corporaciones no dudan en condicionar las políticas fiscales, económicas y laborales de los Gobiernos con la excusa de crear empleo e instalarse en el último país al que recalan en su permanente búsqueda del “abaratamiento” de los costes (impuestos, salarios, etc.) y las máximas ganancias. Ni el medio ambiente, al que contaminan todo lo que pueden, ni el interés público, que denostan por intentar regular su actividad, pueden frenar ni calmar ese comportamiento egoísta y desaprensivo del “mercado”, es decir, del modelo económico capitalista.
Esta crisis financiera, las trampas de la industria automovilística alemana y las estafas y corruptelas de la banca española, entre otros muchos ejemplos, son exponentes clarificadores de aquella máxima, atribuida a David Harvey, que advierte de que el capitalismo, tal vez, funcione indefinidamente, pero a costa de causar una degradación progresiva del planeta y el sufrimiento creciente de la gente. La contaminación intencionada del aire que respiramos para que la industria del automóvil gane dinero, y el sufrimiento de quienes han perdido sus ahorros, viviendas y trabajo para que empresas y bancos mantengan su actividad, confirman las sospechas de ese “urbanista rojo”, como se define a si mismo el geógrafo y pensador británico Harvey. Se trata, en definitiva, de una guerra de los poderosos y pudientes contra el resto de la población, al que intentan arrebatar las últimas defensas sociales que conserva.
La rapiña voraz del capital, que siempre quiere más y más y jamás se sacia, explica que empresas de ámbitos y actividades diferentes, como son Volkswagen y Bankia, muestren un comportamiento semejante de desprecio a las normas, de desvergüenza para conseguir beneficios a cualquier precio y de falta de escrúpulos para atender sólo sus intereses por encima del interés general.Este es el verdadero rostro del sistema tramposo que el capitalismo neoliberal nos ha implantado, haciéndonos renunciar y hasta repudiar las ayudas que el Estado del Bienestar nos proporcionaba para luchar contra las desigualdades y las injusticias sociales. Así nos va.