Un soplo de vida - Clarice Lispector

Publicado el 15 junio 2016 por Rusta @RustaDevoradora

Esto no es una reseña. Solo es un intento de comprender. Ella misma lo dice: " Me gusta tanto lo que no entiendo: cuando leo algo que no entiendo siento un vértigo dulce y abismal" (p. 41). Entender, no entender. Dudar, leer otra vez. La creación literaria no ha de consistir por fuerza en narrar historias planas, fáciles de asimilar. El modernismo del siglo XX se encargó de romper con las narrativas tradicionales, y en esto la escritora brasileña Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, 1977) es un claro exponente. La podríamos definir como una autora "genial", por su inventiva, su riqueza expresiva, su brillantez y su capacidad fuera de lo común para ahondar en la mente, esto es, para construir meditaciones absolutamente espléndidas que exploran temas como el yo, la búsqueda de sentido o la muerte. En su obra destacan novelas como La pasión según G. H. (1964), Agua viva (1973) y La hora de la estrella (1977), además de los cuentos, género en el que también sobresalió. Sus textos no son sencillos, no. Leerla conlleva una cierta humildad, para aceptar que lo que leemos no tiene una interpretación única, que en ocasiones costará de entender, que habrá que darle vueltas y más vueltas. Con esto no pretendo asustar a nadie: maravillarse ante una autora exigente y original -sí, original: pocos narradores merecen tanto este calificativo como ella- es una experiencia de lo más estimulante.

(1978), su novela póstuma, se encuentra asimismo entre sus títulos mejor valorados. No pudo terminar de revisarla, por lo que su amiga y secretaria, Olga Borelli, fue la encargada de ordenar el manuscrito. En la nota introductoria, Borelli explica que Lispector la había comenzado en 1974, por lo que la escribió en el mismo periodo que Un soplo de vida La hora de la estrella, su última publicación en vida, con la que tiene rasgos en común. Como es habitual en la autora, resulta difícil explicar de qué va Un soplo de vida: de entrada parece un diálogo místico entre un escritor y su personaje, solo que, de hecho, no dialogan, sino que reflexionan, cada uno por su lado, como dos caras de la misma moneda. El título alternativo, Pulsaciones, sugiere cómo es cada fragmento: intenso, rotundo, existencial. Breve, pero con la conciencia de que cada latido, cada fragmento, es fundamental para mantener el cuerpo, la obra, con vida. Cada página está llena de genialidades (Lispector es el tipo de autora que gasta la punta del lápiz de tanto subrayar). Un soplo de vida condensa sus ideas sobre la escritura (el no-estilo, la creatividad, el aparente desorden) y está llena de referencias a la muerte. Es algo así como su obra definitiva.

Lispector cita a Nietzsche: "La creación es el goce absurdo por excelencia". Cita asimismo el Génesis; era judía, y las referencias bíblicas abundan en su obra. Un soplo de vida, por lo tanto, está ligado al origen, de la vida pero también de la creación, del arte. En alguien como Lispector, vida y literatura resultan inseparables ("Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida.", p.15). El primer episodio sirve de presentación del narrador: un escritor sin nombre, identificado como "Autor", en masculino, que reflexiona sobre la escritura y el personaje que ha creado, Ángela Pralini. Apenas se dan más detalles sobre ellos: son voces despersonalizadas, localizadas en Brasil, pero que podrían ser de cualquier lugar y cualquier época. Estas primeras páginas son una antesala de la creación misma, la justificación de la necesidad de crear. Él, como alter ego de Lispector, entiende la creación como una búsqueda, que se concretará en el resto del libro. Este comienzo se parece mucho al deLa hora de la estrella, en el que el narrador también es un escritor que medita sobre la experimentación literaria mientras cuenta la historia de una mujer.

Ese soplo de vida va ligado a la escritura, pero también a elementos presentes en toda su obra, como la naturaleza, las flores, la música. En Agua viva ya focalizó la búsqueda del instante vivo, el "it", en los animales y la vegetación, a los que se refiere de nuevo de una forma más sucinta. La creación, sin embargo, no se entiende sin una conclusión: la muerte. En toda la novela, autor y personaje hablan de su condición de mortales ("Todos estamos sujetos a la pena de muerte. Mientras escribo puedo morirme. Un día he de morir entre la diversidad de los hechos.", p. 30). Es tentador relacionar este asunto con el inminente fallecimiento de Lispector, pero lo cierto es que ella no fue consciente de su enfermedad hasta los últimos meses, y por lo tanto mucho después de haber empezado el libro. Los personajes se plantean cuestiones como la inexistencia del futuro ("Cuando me pregunto si el futuro me preocupa, respondo atónita o fingiendo ignorancia: ¿el futuro? Pero ¿qué futuro? El futuro no existe.", p. 136), el paso fugaz del tiempo y la memoria ("Después de vivir es cuando sé que he vivido. En el momento el vivir se me escapa. Soy un recuerdo de mí misma. Solo después de "morir" veo que he vivido.", pp. 142-143). Aunque medite sobre el final, no se recrea en el dolor, no es pesimista. Termina con una constatación que va muy acorde con toda su obra: "Ser feliz es una responsabilidad muy grande. Poca gente tiene valor. Tengo valor pero con un poco de miedo. Una persona feliz es aquella que ha aceptado la muerte." (p. 140).

La segunda parte, titulada "Soñar despierto es la realidad", alterna las voces del Autor y Ángela, con fragmentos cortos. Esta será la dinámica del libro hasta el final. En primer lugar, preguntémonos por qué Lispector decidió utilizar estos dos personajes, el Autor y Ángela. Nunca da puntada sin hilo: un hombre y una mujer, un autor y un personaje, un ser racional y un ser irracional, un anónimo y una con nombre celestial. En cierto modo, Lispector abarca características a priori incompatibles en ellos dos, da cabida a un todo -¿ella misma?- repartido entre dos voces. Esto tiene una justificación: el Autor ha creado a Ángela para representar en ella todo lo que él no es ("Ángela es todo lo que yo querría ser y no he sido", p. 32). El lector que haya leído a Lispector reconocerá motivos de la autora en ambas voces; por lo tanto, no se trata tanto de crear un opuesto, una personalidad distinta, sino de usar la escritura para expandir una vida, malearla, potenciar sus múltiples posibilidades ("No quiero ser solamente yo misma. Quiero ser también lo que no soy.", p. 51) .

Como consecuencia, la conversación no es un diálogo como tal: " Ángela y yo somos mi diálogo interior: yo converso conmigo mismo. Estoy cansado de pensar las mismas cosas" (p. 60). El texto carece de una trama lógica, se suceden los fragmentos dispersos y en apariencia inconexos que expresan los pensamientos de cada uno. Unos fragmentos que, retomando la frase que he citado al principio, en ocasiones se entienden y en ocasiones desconciertan, que provocan tanta identificación como extrañamiento, que sugieren, inquietan, perturban. Lispector nunca es complaciente. Como dice aquí, "prescindo de la realidad real y me refugio en vivir imaginando" (p. 88). Es curiosa esta expresión, "realidad real": esta sería el realismo, lo externo, lo que ocurre a su alrededor; la otra realidad, la que ella capta, va por dentro y, como no se ve, como no es tangible, no puede llamarse realista. Esta concepción de la creación literaria es habitual en su obra y en las vanguardias en general: la escritura propia del fluir de la conciencia, del estado de vigilia (de ahí la mención al hecho de "soñar despierto"). Huye de la novela decimonónica, asociada con la razón, con los grandes discursos; la voz de Lispector surge del yo interior, profundamente místico y poético. Se guía por lo instintivo, lo irracional ("Yo antes era una mujer que sabía distinguir las cosas cuando las veía. Pero ahora he cometido el craso error de pensar.", p. 82).

Si el Autor es el que controla, el que razona, Ángela encarna un perfil más espontáneo y vivaz, que cura su infelicidad con los placeres efímeros, como la música, la naturaleza o los actos cotidianos frívolos (a propósito, Lispector, al final deLa pasión según G. H., celebra, después de una profunda meditación, el placer momentáneo: un tema central de su obra). Mientras que él, más introspectivo, se preocupa por sus fantasmas ("Quiero olvidar que existen lectores y, más aún, lectores exigentes que esperan no sé qué de mí. [...] Quiero imperiosamente que crean en mí. Quiero que crean en mí hasta cuando miento.", p. 85), ella, y quizá este es su rasgo más importante, no tiene miedo, no teme el rechazo o la equivocación ("Qué ganas de hacer algo errado. El error es apasionante. Voy a pecar. Voy a confesar algo: a veces, solo por bromear, miento. No soy nada de lo que pensáis.", p. 64). ¿Quién es el loco y quién es el cuerdo? Se podría decir que él vive hacia dentro y ella, hacia fuera, aunque a veces se funden y no están tan distantes. Entre sus cavilaciones, planea la búsqueda de sentido: "Si no cuento cuál es el secreto de la vida es porque aún no lo he aprendido. Pero un día seré yo el secreto de la vida. Cada uno de nosotros es el secreto de la vida y uno es otro y el otro es uno" (p. 73).

Y, al final, ¿qué poso deja Un soplo de vida? Pretender resumirlo en un par de frases no solo no le haría justicia, sino que el propio hecho de pretender exponer una idea sería un error. No se puede reseñar a Lispector. Me lo he repetido mientras leía cada uno de sus libros. El objetivo de una reseña contradice su concepción del hecho literario, contradice su libertad, su experimentación, su voluntad rupturista, su carácter inabarcable. Esto no es una reseña; solo es una aproximación, la aproximación de una lectora fascinada por el universo lispectoriano. Esta lectora admira su creatividad, su originalidad, su inteligencia. Esta lectora hace suyas sus preguntas, hace suyos los miedos y las vanidades y los placeres y las frivolidades. Esta lectora admite que la lectura ha sido un reto, que ha tenido que leer muy despacio. Y, seguro, se le habrán escapado muchos matices y habrá cuestiones que no ha entendido bien. Con todo, esta lectora sabe, porque lo ha aprendido de Lispector, que esta dificultad puede generar placer. Y, en palabras de Lispector, "el placer es la máxima veracidad de un ser. Es la única lucha contra la muerte" (p. 145).