Superación personal. Esa es la clave por la que el golf pasa de ser un deporte más, a convertirse en un “deporte que engancha” a quien lo practica, y es que se puede competir contra uno mismo, el rival más exigente. Si se traslada esta premisa al ámbito de la discapacidad, los beneficios son aún mayores, porque se trata de un colectivo muy acostumbrado a romper cada día con barreras de todo tipo.
Conscientes del valor terapéutico de esta disciplina, el Club de Golf Villa Mayor en Salamanca inició hace dos años y medio la llamada Escuela Adaptada de Golf, con la que pretenden hacerlo accesible a todo tipo de personas. Según detalla el director gerente del club, Fernando Padrón, este tipo de centros fueron auspiciados por la Federación Española de Golf y desde el principio se mostraron interesados por contribuir de alguna manera a esta iniciativa.
Dos de los profesores del Club, Daniel y Juan Carlos Guerra, recibieron una formación específica que les capacita para enseñar esta disciplina en prácticamente cualquier circunstancia. Personas con discapacidad física o mental, pueden aprender las técnicas, practicar el golf e incluso competir, porque hay campeonatos y reglas específicas para diferentes tipos de golf adaptado.
Padrón no duda en afirmar que éste es “uno de los proyectos más bonitos” que tienen en el club, porque les ha permitido comprobar como evolucionan las personas con discapacidad intelectual gracias al contacto con la naturaleza, el ejercicio físico, la compañía de otros deportistas y la emoción por ir mejorando sus golpes.
De hecho, señala que este deporte se ha demostrado que es beneficioso en patologías como el autismo y se ha notado mejoría en el carácter de personas retraídas, porque cuando uno “mete la bola”, siente el deseo de compartir esa alegría.
El movimiento para golpear la pelota, swing, ayuda a desarrollar habilidades motoras; el putt, es decir el golpe que se lleva a cabo dentro del green y cerca del hoyo, contribuye a mejorar la coordinación y el equilibrio; y jugar en la zona de green, mejora el cálculo de las distancias y la fuerza.
El swing, el putt y algún término más
Hoy, como cada semana, este campo de golf acoge una de sus clases adaptadas para golfistas amateurs de la asociación Asprodes de Salamanca, dedicada a las personas con discapacidad intelectual. Los instructores, Daniel y Juan Carlos Guerra, inician la clase con un calentamiento, estirando los músculos para después pasar a practicar el swing.
Unas pequeñas directrices del tipo “Mamen, junta bien las manos” o “Ángela, ¿que te he dicho del grip, como hay que coger el palo?”, hacen que estos alumnos enseguida corrijan su movimiento y se concentren en darle a la bola, tal y como les han enseñado.
Uno de ellos, Agustín, muestra como éste es su golpe preferido, con un toque certero lanza las bolas hasta la marca de los 50 metros, en línea recta, una tras otra, algo que no resulta nada fácil para los principiantes. A él, parece que no le cuesta, que le sale natural y después de cada lanzamiento suelta una carcajada feliz, como si no se lo acabara de creer, aunque lo hace constantemente.
Ángela es también una apasionada del golf y confiesa que “cuando llueve, malo”, porque no pueden venir a practicar. Antes de tirar, advierte de que no quiere risas sobre la demostración de su swing, pero una vez que acaba, satisfecha, explica que es una “campeona”. Si no entra, no pasa nada, añade otro de los participantes, Juan, quien asegura que la clave es bien sencilla, “hay que practicar mucho”.
Mientras, Ángela aprovecha el descuido del profesor Juan Carlos e intenta con picardía dar un nuevo golpe que acerque su bola al green, aunque es sorprendida en ese justo momento y tiene que volver a su posición.
Unas correcciones aquí, un consejo allá, los profesores se aplican con cada uno de estos golfistas, ya que según relata Daniel Guerra, se trata de un trabajo “muy gratificante”, que ellos mismos hacen con “mucho cariño”.
Según su experiencia, ésta es una iniciativa muy enriquecedora, porque se puede apreciar una evolución a nivel emocional y también en la parte técnica. Al principio, tenían dificultades para colocarse la bola con el palo, sin necesidad de agacharse, por ejemplo, y ya lo hacen con total naturalidad. Guerra explica que gracias a este tipo de programas han aprendido el valor de fijarse más en la capacidad de las personas y a olvidarse de la discapacidad.
Se van familiarizando con los términos, aunque no es lo importante, saben como coger el palo, mejoran sus habilidades, hacen ejercicio y disfrutan de la compañía, cuando al principio, a muchos de ellos les resultaba complicado integrarse.
Ahora son todo risas, choques de manos y más aciertos que errores, a la hora de meter la bola en el hoyo. Aún así y a pesar de la mejoría, este profesor confiesa que lo que más les sigue gustando, es que les lleven en boggie.
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