Siempre se me echa el tiempo encima cuando espero algo con mucho interés o ilusión, llamadlo como queráis. No mido el tiempo cuando hay algo que tiene parte de mi mente en un reservado.A las ocho y media de la tarde, cuando el Sol pensaba más en la Luna que en el día, como todos los jueves de estos meses de verano en los que ya estamos sufriendo la cárcel de la ciudad, era la hora en la que la banda titular municipal nos convocó para disfrutar todo tipo de repertorio que, subida en su vetusto y elegante templete del parque, el más grande de los que dan un respiro al hormigón, semana a semana nos hace disfrutar.Su director es nuevo y tengo entendido que está haciendo sudar a sus músicos, no por el calor que, como digo, es grande y afecta a sus instrumentos, sino porque le está dando, desde que ha llegado, una mano de calidad al repertorio que solían presentar: trata de ponérselo difícil y eso a gente acomodada no gusta demasiado…pero a nosotros, los oyentes, nos encanta. Para mí, y por eso suelo ser de los asiduos, me está enseñando mucho. Antes, con el anterior director siempre se me veía, como al resto de los allí sentados, mover mi pie, colgando por mis piernas cruzadas, moverse rítmicamente (sí, tengo ritmo en mi interior que me dice que no hubiese sido un error haberme dedicado a la música en mis años jóvenes…ahora lo tengo más difícil…otros hobbies me absorben demasiado) pues muchas de las obras me eran conocidas aunque, confieso, no soy capaz de identificar ni autor ni nombre…y no digamos años en la que enmarcarla. Pero las conozco y tarareo. Ahora, con el nuevo, todas son un descubrimiento. Y a veces me pasa como cuando oigo alguna canción nueva de alguno de mis cantantes de pop, latinos, etc., favoritos, que me parecen que fue compuesta para mí…¿No os ha pasado esto alguna vez? Pues en esas estaba cuando vi la hora y pensé que no llegaba.Ya, con paso firme, llegué a la altura de donde podía ver al oboe iniciar la comprobación de afinación de toda la banda, con su sonido de “piano a forte” tan característico. Bueno, me dije, llego a tiempo. Ahora lo difícil: encontrar sitio en alguna de las blancas sillas de plástico repartidas ordenadamente frente al bonito templete que todavía no tenía encendidas las luces interiores. Estaba “petado”. Mientras buscaba alguna zona más clara, miraba a todos lados, a los caminos del parque que accedían al templete…buscaba a alguien que esperaba ver aparecer; alguien muy conocido que ni yo sabía de quién se trataba…tenía la sensación de que podría aparecer.Allí parece que hay dos vacías…pero están embutidas casi en el espacio de una. Es igual, solo necesito una y espero que nadie más se siente cuando vea que vamos a estar tan apretados.¿Señora, está libre alguna de esas dos?Me miró y con la cabeza hizo un movimiento que quise entender que estaban libres. Pasé como pude, entre piernas y rozando, casi empujando, los respaldos de las de la fila de delante. ¿Seguro que me ha dicho esta señora mudaque están libres?¿Están libres, señora?, volví a preguntar para asegurarme, sin dejar de restregarme con todo lo que, en el estrecho camino hacia mi asiento, me dificultaba el movimiento. Incluida la señora. Esta vez me contestó con otro movimiento de cabeza a modo de siesnoes. Se acabó. Me senté. La miré de reojo para ver si se cabreaba o me decía algo. Nada.De pronto todos empezamos a aplaudir pues ya salía el director y nos saludaba. Aproveché para mirar en rededor y ver si había aparecido ya quién tenía la sensación de estar esperando. No, todavía no. Desde aquí no domino todo el patio de butacas sobre la arena y no tengo la certeza si, quien se supone debería venir, ya lo ha hecho y está en su asiento de plástico y viendo todo mi ajetreo.Empezó la música. El día ese el programa estaba dedicado al género de la Zarzuela, excepto la última de la segunda parte del programa que fue un repaso maravilloso sobre Ennio Morricone. Empezó a sonar El Barbero de Sevilla.Yo estaba muy, muy incómodo. Por un lado la segunda silla de mi izquierda, vacía, y casi soldada a la mía. Aquello parecía una silla doble. A mi derecha la señora siesnoes abanicándose; bueno abanicándome también a mí…mejor dicho, amenazando el darme un abanicazo. Yo inclinado a mi izquierda y gracias que el asiento de mi silla doble seguía vacío. En todo ese ajetreo el público disfrutando del Barbero. Yo también hasta que me empezó a llegar un olor penetrante, de algo recocido. Un olor a axila que no ha tenido la suerte de disfrutar del agua corriente ni de un buen Rexona desde hace unas cuantas semanas. ¡Lo que me faltaba! Miré de nuevo buscando a quién creo que deseaba apareciese, pero más por escapar del nuevo perfumeque por la curiosidad de encontrar a alguien que no sabía muy bien quién podría ser.¡Ya lo identifiqué! La señora siesnoes es la que necesitaba un lavado urgente.Estaba yo en esas cuando otra señora, de esas que vienen muy tarde sin darse cuenta que molestan mucho, sobre todo cuando el espectáculo es de música, se me acerca por la espalda y me pregunta si la silla está vacía. ¡Pero si no la va a poder sacar ni sentarse! ¡ O ella o yo!, pensé mientras le respondí que sí. Debía haberlo hecho con un siesnoes y a ver si desistía y se iba. Pero no. Desembutió la silla hacia atrás —todavía me estoy preguntando cómo lo consiguió— y se colocó, ni en la fila de atrás ni en la mía. Lo hizo justo en medio, con un par de…y las piernas a mi lado y empezó a abanicarse con brío. Así, de esa forma, el olor de la siesnoes que circulaba con prisa de mi derecha hacia la izquierda, pasando por mi nariz, regresaba inmediatamente de mi izquierda a la derecha pasando de nuevo por la nariz. Vamos que fue como si mi sufrida nariz estuviese metida justo pegada a la axila de mi pulcravecina de la derecha.De pronto aplausos y varios músicos con una actuación relevante en la obra que acababa de terminar fueron levantándose a la orden secuencial del director para recibir el reconocimiento del público entusiasmado por como sonó el de Sevilla. Yo aproveché: cogí mi silla y con paso firme huí del lugar en el que se había creado tan especial micro clima. Me senté fuera de límite de colocación de las sillas y respiré.Aproveche para colocarme de tal forma que dominaba casi todo el auditorio y los accesos al mismo y así controlar con poco esfuerzo la llegada de quien esperaba.Allí podía ver todo lo que pasaba en el primer gran grupo de sillas.
Siempre se me echa el tiempo encima cuando espero algo con mucho interés o ilusión, llamadlo como queráis. No mido el tiempo cuando hay algo que tiene parte de mi mente en un reservado.A las ocho y media de la tarde, cuando el Sol pensaba más en la Luna que en el día, como todos los jueves de estos meses de verano en los que ya estamos sufriendo la cárcel de la ciudad, era la hora en la que la banda titular municipal nos convocó para disfrutar todo tipo de repertorio que, subida en su vetusto y elegante templete del parque, el más grande de los que dan un respiro al hormigón, semana a semana nos hace disfrutar.Su director es nuevo y tengo entendido que está haciendo sudar a sus músicos, no por el calor que, como digo, es grande y afecta a sus instrumentos, sino porque le está dando, desde que ha llegado, una mano de calidad al repertorio que solían presentar: trata de ponérselo difícil y eso a gente acomodada no gusta demasiado…pero a nosotros, los oyentes, nos encanta. Para mí, y por eso suelo ser de los asiduos, me está enseñando mucho. Antes, con el anterior director siempre se me veía, como al resto de los allí sentados, mover mi pie, colgando por mis piernas cruzadas, moverse rítmicamente (sí, tengo ritmo en mi interior que me dice que no hubiese sido un error haberme dedicado a la música en mis años jóvenes…ahora lo tengo más difícil…otros hobbies me absorben demasiado) pues muchas de las obras me eran conocidas aunque, confieso, no soy capaz de identificar ni autor ni nombre…y no digamos años en la que enmarcarla. Pero las conozco y tarareo. Ahora, con el nuevo, todas son un descubrimiento. Y a veces me pasa como cuando oigo alguna canción nueva de alguno de mis cantantes de pop, latinos, etc., favoritos, que me parecen que fue compuesta para mí…¿No os ha pasado esto alguna vez? Pues en esas estaba cuando vi la hora y pensé que no llegaba.Ya, con paso firme, llegué a la altura de donde podía ver al oboe iniciar la comprobación de afinación de toda la banda, con su sonido de “piano a forte” tan característico. Bueno, me dije, llego a tiempo. Ahora lo difícil: encontrar sitio en alguna de las blancas sillas de plástico repartidas ordenadamente frente al bonito templete que todavía no tenía encendidas las luces interiores. Estaba “petado”. Mientras buscaba alguna zona más clara, miraba a todos lados, a los caminos del parque que accedían al templete…buscaba a alguien que esperaba ver aparecer; alguien muy conocido que ni yo sabía de quién se trataba…tenía la sensación de que podría aparecer.Allí parece que hay dos vacías…pero están embutidas casi en el espacio de una. Es igual, solo necesito una y espero que nadie más se siente cuando vea que vamos a estar tan apretados.¿Señora, está libre alguna de esas dos?Me miró y con la cabeza hizo un movimiento que quise entender que estaban libres. Pasé como pude, entre piernas y rozando, casi empujando, los respaldos de las de la fila de delante. ¿Seguro que me ha dicho esta señora mudaque están libres?¿Están libres, señora?, volví a preguntar para asegurarme, sin dejar de restregarme con todo lo que, en el estrecho camino hacia mi asiento, me dificultaba el movimiento. Incluida la señora. Esta vez me contestó con otro movimiento de cabeza a modo de siesnoes. Se acabó. Me senté. La miré de reojo para ver si se cabreaba o me decía algo. Nada.De pronto todos empezamos a aplaudir pues ya salía el director y nos saludaba. Aproveché para mirar en rededor y ver si había aparecido ya quién tenía la sensación de estar esperando. No, todavía no. Desde aquí no domino todo el patio de butacas sobre la arena y no tengo la certeza si, quien se supone debería venir, ya lo ha hecho y está en su asiento de plástico y viendo todo mi ajetreo.Empezó la música. El día ese el programa estaba dedicado al género de la Zarzuela, excepto la última de la segunda parte del programa que fue un repaso maravilloso sobre Ennio Morricone. Empezó a sonar El Barbero de Sevilla.Yo estaba muy, muy incómodo. Por un lado la segunda silla de mi izquierda, vacía, y casi soldada a la mía. Aquello parecía una silla doble. A mi derecha la señora siesnoes abanicándose; bueno abanicándome también a mí…mejor dicho, amenazando el darme un abanicazo. Yo inclinado a mi izquierda y gracias que el asiento de mi silla doble seguía vacío. En todo ese ajetreo el público disfrutando del Barbero. Yo también hasta que me empezó a llegar un olor penetrante, de algo recocido. Un olor a axila que no ha tenido la suerte de disfrutar del agua corriente ni de un buen Rexona desde hace unas cuantas semanas. ¡Lo que me faltaba! Miré de nuevo buscando a quién creo que deseaba apareciese, pero más por escapar del nuevo perfumeque por la curiosidad de encontrar a alguien que no sabía muy bien quién podría ser.¡Ya lo identifiqué! La señora siesnoes es la que necesitaba un lavado urgente.Estaba yo en esas cuando otra señora, de esas que vienen muy tarde sin darse cuenta que molestan mucho, sobre todo cuando el espectáculo es de música, se me acerca por la espalda y me pregunta si la silla está vacía. ¡Pero si no la va a poder sacar ni sentarse! ¡ O ella o yo!, pensé mientras le respondí que sí. Debía haberlo hecho con un siesnoes y a ver si desistía y se iba. Pero no. Desembutió la silla hacia atrás —todavía me estoy preguntando cómo lo consiguió— y se colocó, ni en la fila de atrás ni en la mía. Lo hizo justo en medio, con un par de…y las piernas a mi lado y empezó a abanicarse con brío. Así, de esa forma, el olor de la siesnoes que circulaba con prisa de mi derecha hacia la izquierda, pasando por mi nariz, regresaba inmediatamente de mi izquierda a la derecha pasando de nuevo por la nariz. Vamos que fue como si mi sufrida nariz estuviese metida justo pegada a la axila de mi pulcravecina de la derecha.De pronto aplausos y varios músicos con una actuación relevante en la obra que acababa de terminar fueron levantándose a la orden secuencial del director para recibir el reconocimiento del público entusiasmado por como sonó el de Sevilla. Yo aproveché: cogí mi silla y con paso firme huí del lugar en el que se había creado tan especial micro clima. Me senté fuera de límite de colocación de las sillas y respiré.Aproveche para colocarme de tal forma que dominaba casi todo el auditorio y los accesos al mismo y así controlar con poco esfuerzo la llegada de quien esperaba.Allí podía ver todo lo que pasaba en el primer gran grupo de sillas.