Leí hace unos días "Paradojas de lo Cool", una recopilación de artículos de engañoso título publicada (ni siquiera sé si disponible vía pago, el ejemplar me lo enviaron a petición) por una especie de colectivo alternativo llamado La Vorágine.
He de decir que este colectivo radica en Valladolid, provincia española asociada tradicionalmente a la derecha más recalcitrante y ultramontana. Por lo cual debe atribuírsele un mayor mérito a su condición, en un entorno tan hostil. El problema
es que el texto, desde su propia maquetación y presentación (un libro de apenas 80 páginas, cuyo lomo apenas supera los tres milímetros), parece ser más un panfleto que una obra con entidad. Algunos de sus artículos resultan bastante interesantes,
pero adolece de lo mismo que adolecen todos los textos de este tipo, que es la propensión al adoctrinamiento y el atrincherado en los típicos planteamientos antagónicos de los que cuesta moverse, cuando uno está convencido de ellos, y a los que
cuesta moverse, cuando se está convencido de lo contrario. Voy a vestirme ocasionalmente de ciudadano estatal para proclamarlo: la política española es un partido de tenis donde el público indeciso es el árbitro de todas las decisiones. Y la pelota
va de un campo al otro sin posibilidad alguna de que el partido se resuelva. Por cada episodio de corrupción de un bando, el otro dispone de otro equivalente o mayor, Por cada Hitler hay un Stalin, por cada Mussolini un Pol Pot, por cada Franco un
Kim Sung Il. NI siquiera la presencia de partidos políticos "de nuevo cuño", que conforme pasa el tiempo lo son cada vez menos, ha cambiado un ápice el panorama. Así que cualquier decantamiento de la balanza depende del comportamiento errático del
par de millones de votantes cuyo sentido del voto no es claro, del voto de la gente que va cumpliendo 18 años, y de los niveles de abstención. La abstención es la mejor amiga de cualquier político mediocre (es decir, de casi todos los
políticos en activo). Permite, siempre, descalificar los resultados ajenos si los propios no han resultado satisfactorios, y sembrar la duda. Se lo permite a todos, más cuando los votos se reparten entre varias fuerzas políticas, por lo que con abstenciones
elevadas y repartos ajustados, nadie puede atribuirse el voto de más de un 30 por ciento del electorado (lo cual significa, siempre, que cualquiera pueda recriminarle, en el mejor de los casos, que el 70 por ciento del
electorado no les respalda). Importante saber que capitalizar esta situación es la mejor baza posible en la actualidad.
El caso es que uno de los artículos del libro incidía en una cuestión curiosa. Parece ser que la legislación española es un poco confusa para definir lo que es un terrorista. Y que, contraviniendo la lógica semántica de que un concepto no puede formar
parte de su propia definición (ejemplo: "Amor es lo que uno siente cuando ama"), acaba diciendo que un terrorista es una persona que comete actos de terrorismo. Je. Menudo bucle. Entonces permitid que reconozca una enorme debilidad mía. No hablo de
terrores nocturnos de esos que producen eneuresis ni de temor a quedarse encerrado en un ascensor junto a un extraño. Tengo un criterio amplio en lo concerniente a ello. No voy a imponérselo a nadie por el hecho de manifestarlo aquí. Me aterroriza que
se pretenda silenciar lo que mucha gente reinvindica, que es ser consultada en lo referente a su destino. Me aterroriza también que un gobernante promueva leyes que vulneran los derechos de los trabajadores, a empleos dignos y a condiciones laborales justas.
Me aterroriza que cargos de responsabilidad en el gobierno de estados sean desempeñados por gente que conspira con bajeza contra quienes piensan diferente que él, y que haya quien lo tolere, lo defienda o lo promueva (todo son matices de lo mismo). Me aterroriza
que una persona que condecora a una imagen de madera esté al frente de las fuerzas de seguridad de un estado. Puedo exagerar en algún punto, pero seguro que todos esos hechos juntos me aterrorizan. Podría añadir más cosas: los jefes de estado que se niegan a
hablar ni tan siquiera en el idioma del sitio en el que han crecido, los que ostentan poder en partidos fundados por afines a dictaduras, los directamente designados por dictadores, sus herederos, los que se han callado o han ocultado esas condiciones para
seguir medrando. Muchas de esas circunstancias por separado ya son suficientes, pero en su conjunto, sí, seguro, puedo afirmarlo sin que mi voz tiemble lo más mínimo, me aterrorizan. Y de acuerdo con esa definición, equivocada pero vigente, quien los perpetra,
una foto del cual acompaña este post, es un terrorista.
¿Verdad?