Así pensaba Carlos a la edad de doce años, mientras ponía en marcha las promesas creadas para cada uno de sus futuros proyectos.
No tenía un bolígrafo, ni un cuaderno donde apuntar y clasificar todas aquellas propuestas que se le ocurrían, pero no le hacían falta...El día se componía de veinticuatro horas,de las cuales conservaba dieciséis para especular y jugar con su imaginación.
Un cuento algo distinto a los que le había contado cuando más chico su abuelo...Una historia cargada de capítulos de una realidad ficticia, surrealista en algunas ocasiones para un niño de tan corta edad...Cuatro horteras paredes picadas unas veces verdes, otras veces blancas, no podían ser las fronteras de sus juegos.
- " Una habitación no puede ser el muro infranqueable de una persona...". -
Imaginó mil veces lo que haría tal como saliera de allí, y se prometió que por ninguna circunstancia que se le cruzase en su vida, iba a torcer aquellos pactos que se hizo frente al reflejo de su imagen en el cristal que, a su vez, le mostraba la otra realidad.
Una vez más, pasaron los meses y una vez afuera, transcurrieron los años...Carlos creció y con él maduraron sus recuerdos y sus personajes de cuento y aquello,sin duda alguna fue lo más maravilloso que le ocurriera, pues creyó encontrar con relativa rapidez el cofre de los tesoros que, desde muy niño,los piratas de parche en el ojo y patas de palo le habían intentado esconder sin éxito...