A Juan Antonio González Iglesias
En el frío y cerrado edificio del Ministerio de Economía y Competitividad teníamos una reunión con los responsables que evalúan los proyectos de investigación de humanidades. Se nos había convocado para rendir cuentas del progreso de nuestros trabajos en curso. Se fue presentando, por riguroso turno, cada uno de los proyectos convocados durante algo más de veinte minutos cada uno, repartidos entre una exposición del investigador principal y una tanda de preguntas por parte de los ponentes evaluadores. La verdad es que aquella reunión iba teniendo cada vez más ese aire penitenciario de las oposiciones, donde el tiempo se condensa y enrarece. Llegó entonces el momento de nuestro turno, el mío primero y el de Juan Antonio después. Y algo pasó mientras hablábamos que logramos romper ese hielo y crear un ambiente más acogedor en la sala. Hasta nos permitimos hacer alguna que otra broma, dentro del formalismo obligado del acto. Como los presupuestos de los proyectos son mirados con lupa, el proyecto de Juan Antonio, relativo a la felicidad en la poesía clásica, tenía en su contabilidad un feliz "ticket inventariable" (sic), es decir, algo contradictorio en sus propios términos. Nada más efímero que un tícket, que acaso por uno de esos errores contables se deslizó a la categoría de lo permanente, o lo que queda registrado para siempre con un código de barras. Aquel error administrativo fue ya parte de una distendida charla con los evaluadores. Logramos, en todo caso, salir airosos de este examen, y nos sentimos aliviados y felices tras haber pasado momentos previos de tensión. Cuando hubo un receso en la reunión, Juan Antonio, que debía regresar a Salamanca, y yo mismo nos fuimos del edificio en busca de una cafetería donde poder celebrar nuestro encuentro y el alivio de haber terminado. De repente, mientras nos alejábamos y cruzábamos la M30, me di cuenta de que por algunos momentos, en aquella tensa reunión que logramos hacer más grata, nos habíamos olvidado de la muerte, de que los años pasan, y habíamos regresado a los tiempos en que teníamos muchos menos años y peleábamos por abrirnos camino en la vida. Sí, habíamos vuelto a ser tan jóvenes como en otros tiempos y ahora salíamos como dos antiguos quintos del gris cuartel a celebrar el sol de abril, un marco perfecto para poder disfrutar de la calma recién conquistada. Nos reímos de aquello del "tícket inventariable", que a mí me recordó un fragmento de Anacreonte: "yo voy pulsando con la lira de veinte cuerdas, Leucaspis, mientras pulso tú eres joven", es decir, "yo, efímero tícket, he entrado en el reino de lo permanente, o de lo aparentemente eterno". En realidad, tocar la lira es algo tan efímero como ser joven, y hay bienes inventariables que se agostan tan rápido como un pasajero tícket. En fin, mientras escribo estas líneas sobre hoy, hoy se ha vuelto ayer, y cada vez más será un ayer remoto y perdido en el tiempo. Pero durante unos momentos nos sentimos vivos y dichosos, creamos nuestro pequeño episodio épico (que se tornará nostalgia) y la memoria seguirá dando cuenta de este episodio rebosante de vida. Hoy no morimos un día más. FRANCISCO GARCÍA JURADO