Mientras el café se hace, aprovecho para revisar unas fotos que me había prometido enviar a alguien -distintas, me temo, de otras que había quedado en mandarle- y, en lo que las descargo de la tarjeta SD al ordenador y escucho algo de Zoé, un grupo mexicano que desconocía hasta ahora, no me doy cuenta de que los minutos bullen.
En la taza el café huele a retostado, algo más allá del tueste previo a la molienda -esto me suena... cuando la tarde languidece renacen las sombras... perdón...-. Hay en él algo ampuloso que no sabría cómo explicar. Detenerse a hacerlo no tiene mucho sentido, supongo. En fin, en estos casos no hay nada que un poco de leche y algo de azúcar no puedan solucionar.