Escrito para Deseo Primal
Últimamente me encuentro con que parece que “todo vale”, vale matar y vale dar la vida, vale abusar, mutilar, violentar y vale también cuidar y proteger… todo vale, en nombre de los fines (maravillosos todos por supuesto) que se supone pretendemos alcanzar; en nombre de las razones (siempre nuestras nunca del otr*) que aseguramos esgrimir; en nombre también del costo beneficio que esperamos obtener; en nombre del sentido común; y en nombre sobre todo de nuestra comodidad y obediencia debida..
La crianza y la educación, obviamente no son terrenos aislados de esa condición, todo lo contrario son entes fundantes de este orden establecido, de esta locura colectiva signada por la imperiosa necesidad de ejercer control y autoridad sobre otr*s, de pretender domesticar la vida. Y es así como la crianza y la educación se constituyen en los campos de entrenamiento donde nos forman esclavos para seguir perpetuando violencias, donde nos arrebatan la fuerza de la vida arrolladora y subversiva, caótica y creativa y en su lugar nos dejan la obediencia, la sumisión, las ganas de revancha y el vacío primal que nos lleva a consumir y competir.
Y como además hemos hecho de la crianza un terreno tan íntimo y privado pues no solo “todo vale” sino que todo está encubierto, lo que pasa en las cuatros paredes de mi casa se queda en mi casa y salvo que exceda los límites de lo que socialmente consideramos aceptable, el abuso, el maltrato y la violencia serán cuestiones domésticas y en la mayoría de los casos justificadas.
Al hacernos una sociedad individualista que perdió el poder de la tribu, la congregación de la comunidad hemos, entre otras cosas, hecho de la violencia, el abuso y el maltrato hacia l*s niñ*s asuntos privados e indiscutibles. Hemos escondido la semilla de la violencia en el seno familiar y mientras sea silenciosa y aparentemente invisible frente a los ojos del espectador (que es ciego y sordo) es admisible. Y mejor aún, la privacidad del otr* protege la mía, algo así como un beneficioso trato en una sociedad para delinquir…
Y sin tribu donde guarecerse, sin red donde ampararse l*s hij*s han pasado a ser de manera abierta o soterrada nuestr*s, parte de nuestra propiedad, de nuestros bienes. Y nos sentimos en el derecho de moldearl*s (que no, lo siento no es lo mismo que criarl*s o educarl*s) como nos place y nos conviene sin tener en cuenta sus deseos y necesidades, sin preguntarnos realmente por es* otr* que yace tras el título “mi hij*”. Y eso, nos da derecho a usar cualquier método, o a privar de cualquier cosa, porque es nuestro sagrado deber y responsabilidad formarl*s y el resto de la sociedad no cuestiona esa condición, de hecho la avala y normaliza… incluso la justifica y la agradece, tod* niñ* bajo control tod* niñ* obediente es un espejo menos donde mirarse y reconocer el abuso del que fuimos víctimas.
El que para criar se necesite una tribu no solo da respaldo y compañía a las padres/madres si no que nutre, enriquece y ampara a l*s niñ*s, les da un abanico de experiencias vitales más allá de las limitaciones de sus padres/madres, les da otr*s adult*s en quienes mirarse y de quienes recibir. Si bien mamá y papá siempre ocuparán ese lugar privilegiado, no quedan a merced de las limitaciones de sus padres, porque hay otros brazos donde ampararse, otros ojos en los que mirarse.
La comunidad, entendida esta como una red enmarcada en el respeto y la búsqueda de bienestar de sus miembros y no como la sociedad patriarcal fundada en la necesidad de poseer y consumir, de acaparar y dominar sirve como factor de protección frente a la violencia, muchas veces logra contener un impulso violento, ya que tenemos otros ojos en los que mirarnos y ese testigo externo, activa el testigo interno y nos devuelve la percepción sobre nuestros actos, nos obliga a tomar conciencia y mirarnos. También como adult*s nos da la posibilidad de encontrar otras alternativas para tramitar
En definitiva, en tribu, la crianza toma la grandeza y la dimensión de sus miembros, no se queda solo en los límites de los padres. Es por ello que la tribu, la red de p/madres que han decido ir más allá de los más acá de su crianza, que han optado por escuchar sus entrañas, el deseo primal y complaciente de bienestar; que han entendido que el amor es concreto y es cuerpo y no buenas intenciones y peores métodos. Esa tribu se constituye en garante de la dignidad, el bienestar y la integridad de la vida nueva, es terreno fértil que sostendrá y acunará las raíces de adult*s que no creerán en la represión, el abuso, al obediencia o la indiferencia como método o camino y posible y que por ende son el camino de otro mundo posible.