“¡Suena como un tren en marcha!”, exclamó una joven que grabó el avance del “tsunami” de hielo que tomó por sorpresa este fin de semana a los residentes y visitantes de la zona turística de Mille Lacs en Minnesota, Estados Unidos y también a sus vecinos al otro lado de la frontera, que descansaban en el Lago Dauphin de la provincia de Manitoba, Canadá.
Los incrédulos videoaficionados captaron el momento en que las apacibles casas a la orilla del agua eran alcanzadas por una enorme masa de hielo que destruía todo a su paso e incluso arrastró a algunos osos negros que se encontraban en la zona.
“El problema de lo sucedido el viernes pasado fue que el hielo fue impulsado por el viento. Y el viento, como sabemos, toma una dirección impredecible”, dijo a Excélsior Doug McNeil, el viceministro de Infraestructura y Transporte del gobierno de Manitoba.
Voceros del Manitoba Emergency Measures Organization, la entidad que atiende las emergencias en esa provincia canadiense, dijeron a este diario que no hay mucho que hacer para evitar esos “raros” siniestros que se forman a partir de la suma de eventos climáticos impredecibles.
“Nosotros atribuimos esto al cambio climático pues tuvimos un largo y nevoso invierno sumado a una larga y fría primavera que se prolongó hasta el mes de mayo, siendo que usualmente desde principios de abril el clima empieza a calentarse más rápido”, dijo McNeil.
Lo cual provocó que de nada sirvieran los sistemas preventivos que se han ido sumando desde la gran inundación de 1926 en el Valle del Río Rojo que alimenta al Lago Dauphin y a una red lagos ubicados en la frontera de Canadá con Estados Unidos.
“En esta ocasión el hielo del lago apenas empezaba a derretirse y ya se había vuelto frágil cuando fuertes vientos lo empujaron a lo largo de su superficie hasta expulsarlo a la orilla del lago donde la tierra, la arena y los árboles disminuyeron su velocidad pero no lograron impedir que siguiera avanzando con la fuerza y el impulso que ya traía”, dijo McNeil.
Lo que sucedió, según explicó, fue que el viento que soplaba a 45 kilómetros por hora, o más, empujó el hielo a lo largo de una superficie de 20 a 25 kilómetros y no hubo freno posible para evitar que chocara contra las construcciones de la orilla del lago ni que continuara acumulándose –apilándose– hasta alcanzar más de nueve metros de altura.
“Entonces la mejor forma de protegerse de esto es lograr que las estructuras – las construcciones – ya no estén cerca del lago”, dijo McNeil tras recordar que en los últimos 40 años han aumentado las inundaciones en Manitoba y que hace apenas dos años sucedió un fenómeno climático similar que dejó un saldo de más de 100 “estructuras” o construcciones destruidas.
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