Y ellos pasan un verano maravilloso, los instantes de mayor felicidad en sus vidas: sin obligaciones, entregados a la holganza y al erotismo. Ojalá la entera vida fuera así, luminosa y plena de libertad. Pero las sombras de la realidad van cerniéndose poco a poco sobre el amor de los dos jóvenes. El dinero se acaba y también llega cierto hastío, porque también lo novedoso acaba trocándose en cotidiano. Hay problemas, hay discusiones y, lo peor de todo, ella queda embarazada. El paraíso se convierte en purgatorio. Hay que volver a la realidad, buscar trabajo, organizar una existencia en el Estocolmo del que huyeron hace apenas tres meses: el brutal desencanto de los locos sueños juveniles. La luz poderosa del verano se transforma en la oscuridad del invierno. A propósito de Un verano con Mónica, escribió Terenci Moix en La gran historia del cine:
"(...) espacios exuberantes, potenciados por una fotografía luminosa, son características de actitudes vitales y periodos de realización plena; así la culminación erótica de Un verano con Mónica. En este filme, que tuvo el valor de escandalizar a Europa, la pareja protagonista pasa de una realidad urbana mediocre y agobiante a los esplendores de la naturaleza, transmitidos mediante una estética propia de producto naturista, pero ampliamente evocativa de una atmósfera de erotismo liberado y, lo que es más importante, de los fugaces esplendores de la juventud."
Godard dijo que "solo Bergman puede filmar a los hombres tal y como las mujeres los aman, pero los odian, y a las mujeres tal y como los hombres las odian, pero las aman". Un verano con Mónica contiene un mensaje cruel, porque las esperanzas de felicidad juveniles son efímeras. Pero haber alcanzado esos momentos de dicha absoluta ya es un triunfo. Quizá un desencantado Harry pueda pensar que al menos los recuerdos de ese verano merecen la pena.