Un verano en Casablanca – @_vybra

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Casablanca, 11 de noviembre de 1942

Mi amada Cloé,

Es duro escribirte y no saber siquiera si recibes mis cartas o si se pierden por el camino. Tanto como vivir esperando tener entre mis manos un sobre que, al abrirlo, llene este pequeño habitáculo de tu perfume y que la delicada caligrafía de tus letras inunde con palabras de amor mi alma.
Extraño tu sonrisa en mis días, tan grises desde que partí lejos de tus brazos, y el brillo de mis ojos parece apagarse un poco más cada minuto que permanezco alejado de nuestro hogar.
Todo aquí es soledad, desesperanza y apatía. Veo la tristeza en los ojos del resto de la flota y parece cobrar vida al mismo ritmo que nosotros vamos desfalleciendo. Crece, como si de una persona se tratase, y va ganando terreno al entusiasmo, consumiendo una a una la fuerza de todos los que aquí estamos, camarote a camarote, y, sin hacer discriminaciones entre soldados rasos o altos mandos, nos devora el gesto del rostro y la esperanza del alma sin compasión alguna.
No soy capaz de distinguir el día de la noche sin recurrir a las máquinas de a bordo y no sé si he perdido la noción real del tiempo o si he renunciado de manera inconsciente a ser consciente de cada hora, minuto y segundo bajo el mar y sin ti.
Tengo miedo, pequeña. Quizá debería ser valiente y no escribir que tiemblo como un niño cada vez que todo vibra por la explosión cercana de una bomba, que no me asustan las noticias que nos llegan del avance enemigo; o que lloro, vencido y encogido en mi catre, por los familiares de cada compañero abatido.
No dejo de preguntarme qué sentido tiene la guerra, qué lógica tiene jugarnos la vida por cumplir órdenes que alguien ejecuta desde la comodidad de su salón, rodeado de su familia y bebiendo Bourbon. Las firmará, sin pensar por un momento que, con su rúbrica sobre el papel, las piezas del engranaje bélico se ponen en marcha sin posibilidad de detenerlas. Solo somos peones de una partida macabra en la que la vida de las personas se intercambia por poder. Da igual cuántos de nosotros no volvamos a casa. Ellos serán más ricos, más poderosos y llenarán sus solapas de medallas de honor por una guerra que han librado sin moverse del sillón.
Este no es mi sitio, amor mío. Jamás debí alistarme.
Yo era feliz viéndote correr descalza por el campo, admirando cómo el sol acariciaba tu piel y el aire llenaba de vida tu negro cabello. Afortunado, contemplando tu risa traviesa cuando te acercabas a mí para robarme un beso, que yo te regalaba sin resistencia alguna, pero dejando que creyeras que estaba distraído y no deseando notar tus senos acariciando mi pecho al aferrarte a mí.
Mi sitio, mi hogar y mi destino no está en un submarino. Está entre tus brazos y tus piernas, en el marrón de tus ojos y en el rosa de tus mejillas.
Debería estar allí, contigo, recogiendo margaritas para llenar el salón de su aroma; contemplándote cuando crees que no te miro y echándole, a escondidas, más sal a tus guisos para evitar que te queden sosos y verte sonreír orgullosa al ver mi plato vacío. Esa es mi guerra, preciosa mía, la que yo escogí y nadie me ha impuesto. Mi guerra es protegerte, mi campo de batalla es nuestro lecho y mis armas caricias y besos de los que jamás has de protegerte, sino devolverme.
Odio este silencio, roto solo por las explosiones, y me pregunto si la musicalidad de tu voz conseguiría que ambos bandos firmasen un tratado de paz en el que todos nos declarásemos hermanos.
Te dibujo a todas horas, preciosa. Me llena de vida plasmar en mi cuaderno cada detalle de tu belleza. Esa, que aprendí de memoria con la vista y el tacto y conservo en mi mente, como refugio al que huir cuando mi corazón se acelera pensando que quizá con este ataque llegue nuestro final. No rezo, te recuerdo y, al hacerlo, se llena de serenidad mi miedo.
Huyo a tu encuentro sin moverme del sitio y al verte, a mi lado dormida, desaparecen los cuerpos de los soldados que corren a ocupar sus puestos y se silencian las explosiones y los gritos de quienes nos dan órdenes. Todo permanece inmóvil sin que nada se quede quieto y mi alma ha huido de aquí, mientras mis manos se mueven autómatas cargando los proyectiles. No estoy aquí, no estoy bajo el mar y no tengo miedo. Estoy contigo, mi amada esposa, jugando a las cartas, dejándote ganar para verte aplaudir como una niña al saberte vencedora; comiendo uvas con queso frente a la chimenea y buscando tus pezones para atraparlos suavemente entre mis traviesos dedos.
Extraño la rutina de nuestros días, tan llenos de esa magia que solo viven los enamorados en su mundo de real fantasía. Quiero volver a casa, Cloé, necesito volver a dormir desnudo a tu lado y que el calor de nuestros cuerpos desafíe al frío; que mi insomnio sea causado por quedarme observándote mientras duermes y no por las razones que ahora me impiden conciliar el sueño sin despertar entre los sudores fríos de quien duerme con miedo a no ver amanecer de nuevo.
Es irónico pensar, en estas circunstancias, que te encantaría pasear por las calles de este lugar tan exótico. No me cuesta nada visualizar tu rostro maravillado ante la arquitectura y a tus ojos escudriñando, con disimulo, cada detalle y gestos de las mujeres y hombres que llenan sus calles. Me imagino un verano en Casablanca, contigo, cambiando las bombas por besos, los heridos por caricias y los muertos por risas.
Son las 8, vida mía, y he de finalizar esta carta para ocupar mi puesto de guardia. Esta ha sido otra noche más en la que no he conseguido dormir, pero he soñado en cada línea y entrelínea de esta misiva que anhela, como yo, notar el roce de tus largos y delicados dedos y volar con tus caricias.
Te amo Cloé.

Siempre y eternamente tuyo,

Pierre


El submarino francés “Le Conquerant” fue hundido por aviones del ejército americano el día 13 de noviembre de 1942 en Villa Cisneros. Cloé Dugès recibió la carta de su amado esposo Pierre 29 días después de que un oficial del ejército francés le entregase un certificado de defunción, una medalla de honor y una carta de agradecimiento por los servicios prestados por el amor de su vida en la batalla de Casablanca.

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