Este año se celebra el 50 aniversario de la llegada del hombre a la luna. Aún hoy sigue habiendo reacios a creer en semejante proeza, a pesar de estar refutadas científicamente todas las dudas expuestas. Pero este no es el motivo de mi reflexión sino, como siempre, manifestar mi admiración por aquellos grandes, aquellas mentes sobresalientes capaces de tener una imaginación prodigiosa y saber expresar con palabras más sugerentes que las propias imágenes todo lo que circula por su pensamiento.
Alentada por esto decidí leer De la Tierra a la Luna, novela publicada el 25 de octubre de 1865, por Jules Verne, un hombre que se adelantó a su tiempo en todo lo relativo a ciencia pues predijo hazañas que más tarde se llevarían a cabo. De hecho, en la novela, el presidente del Gun-Club propone la fabricación de un cañón gigante para enviar un proyectil a la Luna; objetivo que logran alcanzar en 4 días y 1 hora. Ciento cuatro años más tarde los estadounidenses lo consiguieron en 4 días. Da que pensar cómo funcionan las cabezas de algunos, que no son como las del resto indudablemente.
Pero tampoco voy a hablar de esta novela sino de un cuento escrito por uno de mis autores románticos preferidos, , nacido en Baltimore en 1809. Apenas quedan ejemplares de este libro, formado por cuatro cuentos, pero me he hecho con uno de la editorial Losada: Un viaje a la luna y otros cuentos. El que da nombre al libro es el más largo, casi 80 páginas escritas en su mayoría a modo de diario y de forma epistolar que relatan, en primera persona, el viaje a la Luna del holandés Hans Pfaall. El cuento comienza con un narrador en tercera persona que expone lo sucedido en la ciudad de Rotterdam: Un globo desciende del cielo y su extraño tripulante deja caer una carta para el vicepresidente del Colegio Astronómico. Al leer la carta, firmada por Hans Pfaall, la narración pasa lógicamente a primera persona. Pfaall recuerda a todos quién era, un constructor de fuelles que, acuciado por las deudas decide primero suicidarse aunque, tras leer unos libros, prefiere fabricar un globo para marcharse lejos de Rotterdam, dejando sola a su mujer pues la ve capaz de solventarse la vida sin él
El día que tiene acabado su medio de transporte, queda con los acreedores prometiéndoles algo maravilloso con lo que contentarlos. El globo hace su despegue tras una gran explosión y posterior incendio, en el que mueren los presentes, y así, provisto de dos palomas a las que parece haber transmitido la nocturnidad y necrofilia del cuervo, una gata y agua se lanza a recorrer el mundo. Cuál no sería su sorpresa al ver que la ascensión es rapidísima, hasta el punto de que le provoca mareos y dolores de cabeza, por lo que, sobre la marcha
Pero el final, retomando el tiempo presente y al narrador testigo, es muy distinto del que Pfaall pensó.
El ansia de experimentar nuevas sensaciones no es nueva. En 1726, Jonathan Swift escribió una sátira sobre la naturaleza humana en general y sobre el gobierno irlandés en particular, en la que Lemuel Gulliver presenta en primera persona, de forma autobiográfica sus viajes a Liliput, a Brobdingnag, a la isla voladora Laputa o al país de los houyhnhnms entre otros, donde conoce todo tipo de seres, desde enanitos hasta gigantes pasando por caballos parlantes e inteligentes o magos que hablan con fantasmas. Pero Gulliver no salió de la Tierra. Creo que el primero en hacerlo adaptando a su época este tipo de literatura y sentando por lo tanto una serie de bases para la novela posterior de ciencia ficción fue Allan Poe; de hecho, Verne se inspiró en este cuento para escribir su novela.
¿Podemos considerar entonces a Poe como el padre de la ciencia ficción? Probablemente, pues en Un viaje a la Luna aparecen descubrimientos científicos imaginarios basados en la realidad, sobre los que gira el argumento, escrito en 1832, es decir, 33 años antes de la novela del autor francés.
Lo curioso es que, en este cuento, podríamos llamar de aventuras, de una iniciática ciencia ficción, se manifiestan ya las características que definirían a Poe como autor de cuentos de terror: Encontramos al personaje principal, Pfaall, quien se caracteriza por estar en el límite de la locura. Pfaall es autodestructivo, le gusta propagarse fuera de lo cotidiano y enfrentarse a lo inevitable de forma extrema "Mi cuerpo formaba entonces con las paredes de la barquilla un ángulo de 45 grados, aproximadamente". Puede que este cuento no sea tan famoso como otros del autor pero sí es el más trascendentalista puesto que el protagonista establece una relación original con el universo. Para Pfaall el pensamiento intuitivo es fundamental; en ningún momento se equivoca y, aunque realice planes para su hazaña basándose en las nociones avanzadas de la ciencia, en la mayoría de ocasiones que se presentan inconvenientes, los resuelve de manera sagaz, casi clarividente. "Entonces desplegué el aparato condensador en actitud de hacerlo funcionar inmediatamente".
A través del personaje, Allan Poe se atreve, mediante la observación directa de la naturaleza a desafiar a las propias leyes imperantes en el XIX sobre física y astronomía para recrear un viaje que 127 años después se hizo realidad. Es cierto que el viaje de Pfaall responde, en parte, a los avances realizados en el globo aerostático durante la época de Poe, pero el escritor lo lleva más lejos, hasta la luna.
Otros lugares comunes de la prosa del romántico estadounidense, como la obsesión por la muerte, la obstinación con los gatos, el gusto por la bebida, la inquietud por el fuego, las imágenes surrealistas, el miedo ante determinadas situaciones accidentales que termina convirtiéndose en un inicio de psicopatía, se encuentran sin problema ya en este cuento escrito sólo con veintitrés años; cuento que engloba el terror en una prosa poética con la que, en ocasiones describe situaciones verosímiles y en otras es un ejemplo de ensayo científico. Estilo totalmente característico pues la ironía y el humor, en su mayoría negro, salpican aquello que se nos presenta como una desatinada excentricidad.
Lo siniestro se mezcla con la burla hasta parecer una caricatura tanto de personajes como de circunstancias. De hecho el protagonista carece de vida interior;
la cualidad que lo define es la astucia, de la que se vale para embaucar a sus semejantes primero y a los extraterrestres después, al menos eso es lo que nos quiere hacer creer. Pero siempre nos quedará la duda sobre quién tiene razón, si él, que se queda en la Luna conviviendo como líder entre los "lunitas" o "selenitas" residentes, o sus compatriotas holandeses que afirman haberlo visto en la taberna.
Lo que está claro es que la magia rebosa surrealismo a lo largo de las páginas en las que el propio Pfaall relata su aventura.
La escritura es intensa, predomina el énfasis en la narración, técnica con la que logra interesar al lector desde el comienzo. No hay didactismo, ni la intención moralizante propia de la época, por lo que Poe expone sin temor cualquier elemento utópico siempre que consiga cierta estética formal.
A pesar de viajar por el espacio exterior, Pfaall detalla su aventura desde el agobio del enclaustramiento al que se ve sometido para evitar los cambios de atmósfera y por lo tanto la muerte. En este espacio cerrado las emociones del lector se multiplican con el sufrimiento del personaje.
Paradójicamente, cuando este espacio cerrado se abre, cuando puede volver a salir a la luz, a recuperar su libertad, los planes, perfectamente trazados, perfectamente llevados a cabo, se rompen, lo que demuestra que nada está bajo control, que todo puede ser una ilusión, "el perdón no servirá de gran cosa".