Un viaje al “otro” Priorat.

Por Mfb67

Priorat es un territorio que se me hace esquivo, aunque sé que el tiempo tiene en el vino y en el territorio un ritmo que exige mucha paciencia. Por más que lo voy visitando con frecuencia desde hace años, hay puertas que son muy difíciles de abrir e inclusive de encontrar. Hay temas clásicos, que de tanto oírlos, te parece que suenan a disco rayado, pero es como si el relato de leyenda hubiera copado todo ángulo de visión. Aun así, yo sabía que tenía que haber algo más. Y sabía, sobre todo, que si quería cultivar esta familiaridad con la zona, tenía que pasar a visitar a las viejas glorias de la familia. Así que, cuando entra en mi casilla de correo un mail de la bodega Scala Dei anunciando un premio importante para sus garnachas, en un acto casi reflejo, hice clic en responder y escribí pidiendo una visita con su enólogo, que no fuera, por favor, ni de cortesía ni en plan enoturismo; quedamos para el viernes 15 a las 10 de la mañana.

Cogí el penúltimo tren desde Barcelona a Falset y Fredi vino a buscarme. Había recogido leña, así que llegamos a la Fonda Saó, arrancamos el fuego, adobamos un gallo muerto hacía pocas horas, propiedad de Fredi, abrimos un X y para terminar, un Planassos 2008, que había embotellado 48 horas antes. No fue difícil madrugar. Un buen desayuno, una ojeada a la prensa digital, y salimos rumbo a la Cartoixa de Scala Dei. El día estaba fantástico, con un sol radiante, casi primaveral; el perfume venía de los almendros en flor que volvían el paisaje un asunto verdaderamente impresionista. En teoría Fredi me dejaría allí y yo volvería a Gratallops luego de la visita, pero Ricard Rofes, el anfitrión en Scala Dei, su enólogo y conocido de Fredi, lo invitó a hacer juntos la recorrida. Fue fantástico, porque pude tomar notas, casi en segundo plano, de una conversación que fue la guía perfecta hacia “el otro Priorat”.

Pasado el año 1000 los monjes cartujos se instalaron en este encalve donde los suelos de pizarra se encuentran con los de arcilla y los calcáreos, indicando el paso de una fuente importante de agua. Allí promovieron el desarrollo de la viticultura y, aunque no hacían el vino directamente, podemos decir que fueron los asesores enológicos de la época. Ochocientos años después, con la desamortización de Mendizábal en 1835, cuatro familias catalanas, Peyra, Rius, Faria y Rialp, pudieron comprar esas tierras y todo lo que venía con ellas. Pero es recién después de la Guerra Civil que Asunción Peyra, que ejercía de maestra en Madrid, tomó bajo su responsabilidad la recuperación de las prácticas agrícolas y vinícolas, uniendo su nombre al desarrollo de la economía, la vida de sus gentes y la producción de vino. Fue, al parecer, una aristocrática moderna, rara para su tiempo, de estas que llevaban pantalones, iban en moto y salían de caza. Al parecer, Asunción estaba allí con sus brazos abiertos, para recibir a los salvadores de Priorat de los años 90. Murió en 2010.

En 2007 el Celler de Scala Dei ficha a un enólogo joven pero con experiencia que había sacado su primera añada en 1997. Ricard Rofes, había trabajado para la cooperativa de Masroig y para los proyectos que el arquitecto Alfredo Arribas desarrolla en Priorat. Pero supongo yo, que si la vida te pone por delante reinventar los vinos de una casa sin la cual no se entiende la historia vinícola de Priorat, piensas como la canción…si tu me dices ven, lo dejo todo…

El territorio sobre el que trabaja, se extiende a unas 60 há., distribuidas en 41 parcelas, casi todas de garnacha, en suelos de pizarra en un 50%, ubicados entre los 300 y los 500 metros de altura, y el otro 50% se distribuye entre suelos arcillosos, calcáreos y argilo-calcáreos, que se encuentran entre los 500 y los 800 metros de altura. La diversidad de terroir es lo suficientemente importante, como para que el resultado final de sus vinos, pueda comprenderse como un collage que combina la frescura, la finura, la fruta, la flor, el cuerpo y la levedad de un vino que se hacer para ser bebido.

Mientras recorremos este territorio para el que realmente las palabras se quedan cortas, va apareciendo lo que Ricard quiere hacer, y su objetivo se ratifica al entrar en bodega a catar los vinos, por fincas. Vinifica por separado cada parcela, en la mayor parte de los casos con raspón (al 60% y al 100%) cosa que aporta al vino una frescura natural, en lagares de cemento, para luego trasvasarlo a foudres de 3000 y 5000 litros. Las maderas son en general de 2ª y 3ª añada y las levaduras, advierte, son las propias del vino, sin agregar seleccionadas. Está enamorado de las garnachas viejas, como son en su mayoría las de Scala Dei, y del trabajo creativo que puede hacer ante tal diversidad de terroir. La pizarra, como ya me había dicho Sara Pérez en su momento, es una dictadora, que inhibe la expresión del clima y de los aromas más propios de la vegetación que circunda el viñedo. La arcilla y el calcáreo sin embargo, permiten buscar vinos más frescos y finos, más elegantes que expresan perfumes de flor. Este Priorat más leve y austero a la vez que profundo, de arcillas y calcáreo, es lo que durante toda la visita Ricard insiste en llamar “el otro Priorat”.

Por ahora, los vinos de Scala Dei, son el resultados de los diferentes ensamblajes de estas garnachas, con algo de cariñenas e inclusive toques de cabernet sauvignon, que no emociona a Ricard especialmente por estas latitudes. Pero luego de catar las fincas por separado y experimentar las garnachas del “otro” Priorat, sería muy interesante lograr embotellar algunas de ellas como vino de finca. Es definitivamente otro mundo y por supuesto una expresión de deseo.

Queda de todos modos en el aire, una ecuación interesante para considerar como fruto de la charla entre Fredi y Ricard y de mis notas, claro está. Las garnachas prosperan felices en ese terroir, arcilloso, calcáreo y de altura. Mientras que el Priorat más conocido, el que acaso ha impuesto su fama como la pizarra se impuso a su viticultura, debería ser más cosa de las cariñenas, más ácidas y austeras, más preparadas para tratar con la tajante pizarra mineral y un sol que duele cuando pega.

Fuente: Observatorio de vino
Un viaje al “otro” Priorat.