Casa en ruinas en el interior de Rello
Entramos en la provincia de Soria entre suaves lomas y tierras roturadas y, al final de la curva, una extensa sucesión de álamos culmina en una irregular pradera de la que brotan viejos apriscos de ganado de piedra ocre. Casi sin darnos cuenta, cruzamos Barcones y, junto a la carretera, vimos cómo dos ancianas, caminaban con paso presto trasladando una mesa plegable. Montañas de paja junto a una era. Hacia Berlanga, campos yermos que contrastan con suaves lomas cubiertas de vegetación. Excepcionalmente, las lomas culminan en grandes rocas que parecen vigilar cualquier movimiento que se produzca en la llanura. Una indicación, a la derecha de la carretera, nos señalaba que cerca del lugar se levanta un manantial que lleva por nombre Fuente del caballero ý más adelante, ya en la intersección con la carretera que conduce a Berlanga, parecía aguardar al caminante una ermita con un pequeño camposanto añadido. Seguro que tiene nombre, pero en ningún lugar se señala... Ahí quedó, respirando, como tantos otros edificios que asomaban en la lejanía, la soledad de los campos.Rello, en la altura, desde la carretera
Rello es un pueblo de altura y castillo. Su murallas, cariadas en algunas partes y bien conservadas en otras, asomó al fondo como una aparición majestuosa. Sobre las piedras de la pequeña ciudad, una bandada de negros buitres trazaban círculos contra el azul. Abajo, a la derecha de la carretera, una alameda dibujada en sucesivas curvas rendía pleitesía a un riachuelo cuya mera presencia anticipaba la vega y los huertos. El rio Escalote avanza oculto entre la vegetación y al verlo, no pude evitar el recuerdo de otros ríos parecidos en mi infancia, ríos en los que todavía era posible pescar los cangrejos autóctonos, hoy tan apreciados como el caviar. Por lo menos.Iglesia románica de Coltojar. Portada principal
Ocurre lo contrario con Caltojar, a donde llegamos muy cerca de la una de la tarde. Si Rello ocupa una colina, Caltojar se extiende en el llano y sus construcciones nos parecieron restauradas hacía poco tiempo. La iglesia de San Miguel, un románico tardío del siglo XII tiene un pórtico que es una auténtica joya. Cuando llegamos, estaban en fiestas y, los vecinos, vestidos de domingo como debe de ocurrir desde tiempos ancestrales, llenaban las calles y las proximidades de la iglesia. Entre ellos con uniformes ad hoc un grupo de los "Tamborileros de Aranda". Muy cerca, pudimos ver el edificio consistorial, que data de 1960, de los años negros. Al igual que el ruinoso edificio de la "Hermandad sindical", una arqueología del sindicato vertical del franquismo: aquellos vestigios del tiempo de la dictadura serían compensados por la imagen, reproducida sobre la pared de lo que parecía un garaje, del rostro de Antonio Machado que pintara, en 1955, Pablo Picasso. A la derecha de la firma picassiana, vimos un curioso reclamo de paternidad: junto al símbolo de Copyright pudimos leer EL ALCALDEDe Caltojar a la ermita de san Baudelio. cercas de Casillas de Berlanga y situada sobre un desmonte, se trata de una de las construcciones más singulares de la arquitectura mozárabe. Sus frescos interiores y sus columnas, que se mantienen aceptablemente, son una muestra de una cultura distinta y distante a la que nos muestran los vestigios románicos de la comarca. Junto a la ermita corría un viento frío y desapacible, lo que nos llevó a eludir la tentación del paseo y a retomar los coches para acometer el último tramo hacia Berlanga, de la que nos separaban poco más de siete kilómetros.
Colegiata de Santa María del Mercado, en Berlanga
Cuando acabamos el recorrido por el interior de la Colegiata y salimos al exterior, nos entregamos a una peregrinación con final inesperado. Buscamos algún lugar donde comer (éramos 9 "peregrinos") y nos aprestamos a buscar algún restaurante de menú y precios razonables. Fue prácticamente imposible: en la mayor parte de los bares no daban de comer y en los que sí daban nos decían que era muy tarde para atender a un grupo tan numeroso. Sorprendidos desagradablemente porque en una ciudad con un valioso patrimonio histórico y con aspiraciones a atraer turismo de todo género no hubiera forma de comer en condiciones, culminamos la peregrinación en una suerte de hamburguesería-bar-mesón, un híbrido extraño en una ciudad medieval, denominado Valeria donde dimos cuenta de unas hamburguesas con patatas fritas, huevos y bacon.La sobremesa fue un paseo calmo por las viejas calles de la ciudad. Calles apacibles ante las que no dejé de preguntarme por la vida cotidiana en el lugar: la lentitud del paso de las horas, algo que siempre he advertido cuando he pasado varios días en alguna pequeña ciudad de la Castilla profunda. La hospitalidad de sus cafeterías, que tienen algo de refugios cosmopolitas frente al casticismo que reina en las calles. El aire de cuarto de estar de esos bares de café y copa donde los lugareños entretienen las tardes jugando al mus o al dominó.... Y el deterioro de los edificios de viviendas. Esta última circunstancia fue lo que más de emocionó: en Berlanga, como en otras ciudades similares de la ribera del Duero, hay muchas casas como la que se recoge en la fotografía: las ventanas cerradas desde Dios sabe cuándo, las paredes desportilladas, los cristales rotos... Y comercios cerrados con los escaparates vencidos por el polvo de decenios. "No es la crisis", pensé. Y en efecto: muchas casas dejaron de estar habitadas en los años setenta u ochenta del pasado siglo.
Caía la tarde cuando volvíamos a los automóviles y nos preparábamos para llegar a Burgo de Osma. ya de vuelta hacia el valle donde habíamos iniciado el viaje. Burgo de Osma es su catedral gótica con una impresionante torre barroca, es su plaza Mayor, es la Universidad de Santa Catalina, son sus plazas recoletas y son sus puentes sobre el río Ucero, cristalino y frío, rodeado de hierba, que bordea, por el norte la ciudad. Y aquel sábado de octubre, Burgo de Osma era un tumulto de gente paseando por la calle Mayor hacia la catedral, era las pastelerías abiertas y era un clima de fiesta en el que parecían confluir los vecinos de siempre con visitantes de fin de semana y ocasionales viajeros como nosotros. Me llamó la atención la vitalidad que mostraba el local del Círculo Obrero Católico: sólo en la Castilla profunda es posible ver este tipo de entidades socioculturales. ¿Una herencia de otro tiempo? ¿La perseverancia de la religión como parte de la vida cotidiana, incluso en los momentos de ocio? Probablemente ambas cosas. Y algunas más que no vienen a cuento.