Revista Cultura y Ocio

Un viaje para cosechar el futuro en “Tomorrowland”

Publicado el 14 diciembre 2015 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom
Un viaje para cosechar el futuro en “Tomorrowland”

Promocional del film “Tomorrowland” de Brad Bird (2015).

Por Iván Rodrigo Mendizábal

Tomorrowland (2015) es un film de ciencia ficción de Brad Bird, de la productora Walt Disney. Es posible que por la naturaleza de esta se piense que su público sea infantil y juvenil; de hecho, su argumento, sus personajes, el tipo de aventuras a los que está sometido el espectador, conducen precisamente a identificarla como un producto de la cultura de masas para entretener a ese segmento de población. Pero habría que decir, más allá de toda crítica y público, que el film es sugerente por algunos de sus planteamientos.

La película tiene tres niveles en su narración. El primero, en un futuro donde vemos a uno de los protagonistas, Frank Walker (George Clooney) quien está grabando un video acerca cómo llegó a ser un inventor/innovador, lo que nos remite a su pasado, a 1964, cuando él acude, siendo niño, a la Feria Mundial de Nueva York, para presentar un aparato con el que puede volar. El segundo, en el presente, cuando otro de los protagonistas, la adolescente Casey Newton (Britt Robertson), cuyo padre es un científico de la NASA, se topa con una androide, Athena (Raffey Cassidy), quien la debe conectar con Walker ya adulto para convencerle para ir al futuro para desactivar un invento que nunca debió construirse. El tercer nivel, por lo tanto, es ese futuro, que en realidad es el “presente futuro”, Tomorrowland, gobernado por un hombre racional, David Nix (Hugh Laurie), quien hacía vivir su ciudad en prosperidad, pero ahora esta está destruida y a punto de destruirse y con ello, darse el final del mundo.

De los tres niveles es posible decir que están imbricados para darnos la idea de un mundo interconectado en sus diferentes dimensiones. Pues lo que se trata de demostrar es que presente-pasado-futuro están en el mismo nivel de la realidad, pero que cuando se suceden parecieran que son tres cosas distintas. Hay todo un desarrollo filosófico alrededor de esta cuestión que ya lo propusieron diversos pensadores; los más actuales son Henri Bergson y Gilles Deleuze. Con este último se puede afirmar que el presente es una interpolación de pasado, como memoria, y futuro, como deseo.

Walker, en efecto, hace memoria del pasado para registrar lo que aspiraba y luego cómo logró solucionar su dilema, una vez que ayuda a construir una máquina para predecir el futuro, la cual inexorablemente además comienza a dominar todo el destino de la Tierra y de la humanidad. Bajo ese planteamiento, el film discurre en que hay pensamientos posibles que pueden concretarse. Entonces hay, si se quiere, anclajes en esta idea de deseo: Walker inventa un jetpack, un aparato que podría llevarle a volar, pero enfrenta la no creencia de su padre, lo mismo que la adolescente tiene sus aspiraciones de viajar a la Luna, pero su padre se muestra escéptico de la carrera científica astroespacial. Se trata de las ideas o metas que se aspiran y que la cultura, que el quietismo social, que la institucionalidad, impiden su desarrollo. Se podría decir que aparece el manido tema de Disney –aunque no necesariamente de esta productora– de demostrar que la fuerza imaginativa o creativa de los niños y jóvenes es tal que muchas veces uno tiende a reírse por considerarlas poco serias. Manido o no el tema, el film sin embargo nos recuerda que toda idea, por la que luchar o persistir, es más válida, incluso por la serie de intentos fallidos que uno acumula; en todo ello hay todo un camino de enseñanza-aprendizaje necesario.

La aspiración, el anhelo o el deseo de ir más allá es otro tópico y ello nos remite al futuro. El film usa el tema del viaje en el tiempo, tanto interdimensional, cuanto el del agujero de gusano, usando en un caso, un artilugio cuasi mágico –tecnológico– que viene del futuro, y en el otro, una nave escondida y armada para una humanidad futura por una sociedad secreta de innovadores e inventores –Julio Verne, Thomas Alva Edison, Gustave Eiffel y Nikola Tesla– con la cual desde el presente deben trasladarse al futuro, saliendo de la Tierra y reingresando a ella.

El viaje en el tiempo o el viaje interdimensional tendría, en este contexto, la característica de ir a buscar un nuevo horizonte, en un primer caso, y luego, en el otro, de ajustar el horizonte de expectativas.

¿Qué es lo que está presente en esta última formulación? Un problema del movimiento posmoderno es que dada la disgregación de los relatos, lleva a pensar que la Historia, como gran relato, en los términos de Jean François Lyotard, ha llegado a su fin; es decir, que el presente sería un continuo de memoria y deseo por el cual la idea de futuro ya no tendría sentido, porque no habría un sistema de relato que permitiese conducir sobre todo el deseo hacia una finalidad: el fin de los tiempos tendría su efectivización en el propio tiempo presente. Al no haber idea de futuro, anhelo de deseo, se alienta la destrucción, la guerra, la muerte, porque todas responden a la maquinaria de hacer dinero en el presente para hacerlo circular inmediatamente, como una energía que se recicla a sí misma.

Tal premisa aparece con ese invento que nunca debió inventarse: la máquina para predecir el futuro, porque con ella se alentaría la idea de un acabose próximo, motivo para malgastar más el tiempo del presente. La idea de su destrucción de tal máquina y, por lo tanto, de lo que conlleva, no aparece descabellada porque en realidad con ella se tendría que desanclar las taras presentes. Y eso es lo que está en juego en el film de Bird. Una cuestión clave, por lo tanto, es volver al futuro, a las premisas de futuro; es decir, hacer memoria de lo posible que no se abandonó y del deseo de seguir perfeccionándolo.

¿Y qué estaría en el futuro? La película se orienta tácitamente a una ciudad altamente tecnologizada. Con propiedad, es la ciudad de la ciencia y la tecnología. Porque ambas implican horizontes de revolucionamiento. Piénsese en Frank Walker, niño, que va solo, con su maleta y su invento a cuestas a la Feria Mundial de Nueva York, feria de ciencia y tecnología. Piénsese además que va para enfrentar a gente mayor cuyos cánones de ciencia y tecnología seguramente son otros. En todo caso, la idea es el desafío. Un primer paso que plantea el film es, en este sentido, el propósito. Lo mismo, Casey Newton, en el presente, más bien trata de boicotear el desmantelamiento de cohetes. Ella ve en ellos una posibilidad y un desafío.

El encuentro de ambos con Athena es a propósito de un clip, de un broche, como esos que uno podría llevar en la solapa, por el cual, al tocarlo, se abre una puerta dimensional a un horizonte nuevo. Athena es una emisaria del futuro quien entrega dichos broches. Y de eso se trata, pues la ciudad de ciencia y tecnología están en el horizonte, sobre un fondo soleado; pero el camino es un plantío extenso de algo, un sembrío de trigo. Los niños o los jóvenes quienes tienen dicho broche de pronto emergen, brotan del suelo, en dicho campo de siembra y miran a la ciudad de ciencia y tecnología. ¿No hay acaso, aunque a ratos nos moleste ese tono didactista, el planteamiento a esa mirada que el movimiento posmoderno nos ha quitado? Habría que preguntarse, ¿en qué momento el ser humano, o mejor dicho, al niño se le ha amputado el cerebro creativo e innovador para convertirlo en una máquina funcional para que otros hagan dinero sobre ellos?

La premisa de la ciudad de ciencia y tecnología, de un viaje interdimensional o por agujero de gusano a ella me parece fundamental, porque no se trata de una búsqueda de una figura en el horizonte, sino de un paradigma, de una utopía nueva. Además, es la idea-deseo sembrada por visionarios, por gente más preocupada por el bienestar del colectivo que del suyo propio. La viejas utopías se anclaban en el progreso socio-político, las de hoy tecnocientíficas, implican desafíos, re-evoluciones –que en realidad debería ser así, en lugar de las mal llamadas “revoluciones” de las cuales se apropian hasta los políticos y los mercadólogos–, reinvenciones y cambios de mentalidad, porque “revolución”, como diría Pierre Bourdieu es sobre todo cambio de mentalidad y con ello, de habitus. Cuando alguien capta ese deseo latente, ese deseo aspiracional del futuro y lo materializa, en realidad lo hace en función del crecimiento de su sociedad.

Tomorrowland es, insisto un film sugerente y con un montón de guiños. Uno de ellos es directo al creador del término “ciencia ficción”, Hugo Gernsback, personificado por un robot-humanoide en una máquina de objetos tecno-maravillosos. El personaje es un pérfido que busca destruir a Athena pero su simbología es más que eso, pues de lo que se trata es el homenaje a un precursor de la mitología de la ciencia ficción moderna, destructor de los mitos antiguos. Su supuesta esposa es Úrsula, pero la alusión es a novelista de ciencia ficción, aún viva, prolífica, Úrsula Le Guin, de quien conocemos obras de envergadura con una dimensión antropológica notable. Están otros: Newton, Verne, Edison Eiffel, Tesla… Y qué decir de Athena, representación de la diosa de la sabiduría… En otras palabras, sin imaginación y pensamiento, no hay ciencia ni tecnología, y más aún no habría ciudad del futuro, Tomorrowland.


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