Antonio José Bolívar Proaño es uno de esos personajes con los que el lector establece de inmediato una relación de simpatía. Se trata de un hombre cuya existencia ha transcurrido prácticamente en su totalidad en la selva. Habiendo pasado un periodo en compañía de los indios shuar, conoce casi a la perfección los secretos del Amazonas, por lo que es capaz de pasear por la selva sabiendo identificar sus distintos peligros. También sabe que uno jamás está completamente a salvo en la espesura. Ya en edad madura, prefiere pasar sus días encerrado en su cabaña, entregado a la lectura de esas novelas de amor que constituyeron uno de los grandes descubrimientos de su vida. Pasar los días interminables de la estación de las lluvias en compañía de uno de estos volúmenes, que le hacen viajar a otros lugares y conocer tipos humanos con los que jamás ha tratado, constituye un placer inmenso para él, que apenas ha podido conocer lo que significa vivir en una ciudad grande. Su costumbre es leer despacio, con la misma capacidad de asombro que un niño que está descubriendo el mundo:
"Leía lentamente, juntando las sílabas, murmurándolas a media voz como si las paladeara, y al tener dominada la palabra entera la repetía de un viaje. Luego hacía lo mismo con la frase completa, y de esa manera se apropiaba de los sentimientos e ideas plasmados en las páginas.
Cuando un pasaje le agradaba especialmente lo repetía muchas veces, todas las que estimara necesarias para descubrir cuán hermoso podía ser también el lenguaje humano."
Así pues, siendo considerado el más apto, es designado para guiar a la expedición que habrá de acabar con la vida de la pequeña bestia, en un duelo que, por supuesto, ofrecerá un espléndido clímax. Antes de eso, los hombres se enfrentarán a todo tipo de dificultades en su ruta por la selva, sobre todo por la presencia entre ellos del alcalde, un hombre obeso, mezquino y poco apto para caminar por la jungla, representante de la civilización y de una ley que suele ser odiosa al resto de habitantes de El Idilio. En cualquier caso, en el momento en el que Antonio José saca el libro para leer un rato, en uno de los descansos, se trastoca el orden establecido. Los hombres quieren conocer la historia que se esconde entre las misteriosas páginas y reflexionan largamente acerca de cada párrafo que el protagonista les recita. Por un momento el alcalde incluso puede exhibir algo de su prestigio social como ser instruido aclarándoles algunas dudas sobre la ciudad de Venecia, donde transcurre la novela de amor, que narra una realidad tan lejana a la de ellos, que parece de ciencia ficción.
Un viejo que leía novelas de amor nos hace reflexionar acerca de otras realidades, otros ambientes mucho más exigentes con la vida humana y sobre lo díficil que resulta para el ser humano estar en comunión total con la naturaleza. Recuerda a otras obras que tienen como protagonistas a seres que deben adaptarse a un ambiente hostil (y suelen sucumbir en el intento), como La aventura equicional de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender, La costa de los mosquitos, de Paul Theroux o la película Cuando ruge la marabunta, de Byron Haskin, entre otras muchas obras que han reflexionado sobre la hostilidad del medio natural hacia el ser humano y su dificultosa adaptación al mismo. Porque a veces la inmersión en un medio tan salvaje como las profundidades del Amazonas, puede desembocar en la locura del hombre, en su deshumanización, aunque también puede ser una infinita escuela de vida:
"Es la selva que se nos mete adentro. Si no tenemos un punto fijo al que queremos llegar, damos vueltas y vueltas."