Apareció para encabezar provisionalmente al PSOE Javier Fernández, el presidente de Asturias, y la alarma y disgusto con ese partido, que se había podemizado antes de que existiera Podemos, se convirtió en esperanzada calma para muchos españoles.
Antiguos votantes del socialismo que habían abandonado las urnas desde la segunda elección de Rodríguez Zapatero en 2008 dicen que volverían ahora: lo rige por fin alguien con sentido de Estado y de la historia, no cualquier botarate arribista fabricado con maquillajes entre espejos para ensayar el teatral método Stanislavski.
A estos exvotantes no los engañan demagogias, promesas incumplibles, populismos, radicalismos, ni la necesidad de efebos tan de moda dirigiendo la política.
No hace muchos meses numerosos analistas centraban el debate en la edad que deberían tener los jefes de los gobiernos, el anciano Rajoy frente a esos juveniles Sánchez, Albert Rivera y Pablo Manuel Iglesias. De ellos, el único con visión de Estado es Rivera. Los otros, dos chisgarabís.
En esos análisis el presidente en funciones, de 61 años hoy, no tenía futuro—en EE.UU. los candidatos son setentones--, y el PP buscaba también jóvenes relevos, alguno también chisgarabís; sin embargo, parece que ahora quieren a Núñez Feijoo, de 55 años.
Algo ha aprendido el PSOE de la desmesurada y ciega ambición febocrática del aventurero Sánchez, que ha estado a punto de matarlo o de dejar que se lo comiera Podemos.
Sí, Podemos, otra aventura de unos jóvenes que montaron un laboratorio universitario para atraer niños a los que les gustan los ensayos con devastadores ruidos y humos, y nada productivo.
Javier Fernández tiene 68 años e inspira confianza. El PSOE se entregó a un “Consejo de Ancianos” tribal dirigido por este viejo socialista.
Ajeno ahora a los efebismos del nefasto Zapatero y de Sánchez, es un ingeniero de minas experto en cimentar galerías y en detectar el grisú cuya deflagración estuvo a punto de aplastar a su partido.
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SALAS