Imagen tomada de Internet con fines ilustrativos
Pilar Jiménez Solís...
Cuando los hombres se vestían así, el mundo y los nombres eran otros; pero hasta que leí el artículo de Yann, siempre pensé que era mujer y que como las grandes maestras que este país ha producido, y que como todas las que dejamos olvidadas en algún rincón de la memoria o, que era perpetuamente recordada con su propia escuela; por el mérito de saber el amor a la patria; terminé horriblemente sorprendida: ahora recuerdo que mi abuelo se llamaba Carmen; entonces quiere decir que los nombres tenian poder y que la modernidad nos deja sus desaciertos…
...como siempre sufro de errores, disgregaciones del conocimiento popular que muestran cómo cambia la semántica y que todo está sujeto a interpretación...
No era mujer sino hombre.
A lo largo de tres años de duro trabajo, logró rapidos progresos, que le entregaron pronto la habilidad de escribir la música, junto al solfeo y sin ayuda de nadie aprendió a tocar el violín que de niño construia pero su gran amor fue el violoncelo.
Ese rápido aprendizaje le permitió tocar y cantar en funciones religiosas en Tres Ríos, Cartago y otras localidades, junto al maestro Rodríguez, enseñando de paso, a quienes como él sentían amor por lo que hacían; y recibiendo en pago cuatro reales, toda una fortuna para entonces. Contrae matrimonio a los 22 años con Melchora Núñez Gutiérrez, y por esa misma época, comenzó a estudiar piano con el maestro español Don Pantaleón Zamacois, a quién le compró a pagos, por 64 pesos, un viejo piano; porque pese a tener recursos suficientes para ocuparse de su familia, por ser el maestro de música de dar clases de música y canto a los hijos de las principales familias de la Capital, de reparar y afinar pianos, de funciones religiosas, de participar en la Orquesta del Teatro Municipal o Teatro Mora, único existente en su tiempo, maestro de Capilla y de canto en las Escuelas Públicas de Heredia... Fue también profesor de solfeo, canto y piano en el Instituto Nacional, en el Liceo de Costa Rica y en las Escuelas de Guadalupe, San José y San Vicente (hoy Moravia), en la Escuela Nacional de Música y en la Santa Cecilia y en su pueblo natal fundó la Estudiantina de Guadalupe, siempre con el violín, violoncelo o el contrabajo, para ayudar al sostenimiento de sus padres y doce hermanos. Eso sin olvidar apoyar a los que consideraba, necesitaban instrucción o ayuda gratuita para estudiar. Además de sus descendientes sí que sabemos quiénes fueron y sus aportes a la patria: Doña Matilde de Marín, Lic. Francisco Jiménez Núñez, Ing. Enrique Jiménez Núñez, Dres. Gerardo y Ricardo Jiménez Núñez, Cirujano Dentista, José Joaquín Jiménez Núñez y Doña Rosa Jiménez de Sáenz; pues es muy cierto que buena sombra los albergó siempre; sus creaciones más importantes fueron: Una Cartilla de Música en 20 lecciones”, la música de dos zarzuelitas, con letra del maestro Adolfo Romero, Director del Instituto Nacional; “Amor al Trabajo” y “Gracias a Dios que está puesta la mesa”, estrenadas ambas en el Teatro Municipal de San José. Compuso la mayoría de variaciones para piano, varias misas y numerosas obras de música religiosa, que se usaba en forma frecuente durante años. Poco antes del final de su vida, 02 de Septiembre de 1 922, con la ayuda de sus hijos y del gobierno del Presidente Iglesias, llegó a algunos de los centros donde se daban cita las grandes figuras musicales que eran de su devoción de Europa: París, Bruselas, New York, entre otros.