Probablemente nunca pueda escribir una novela. Para escribir una novela hacen falta dos vidas. La que tengo, en la que ahora escribo, proseguiría su trama sencilla, su rutina aprendida. Es la otra a la que le encomendaría urdirla, imponerla a la realidad al modo en que nace un hijo del vientre de su madre o la lluvia prospera en el cielo como una revelación mágica. Quizá sea ese hecho místico el que me incapacita para empezarla. La verdad es que tampoco tengo ideas, pero supongo que llegarían. Tampoco sé muy bien en qué va a terminar este escrito y aquí ando, escribiendo, dejando constancia de cosas que antes no existían. Escribir es uno de los oficios más fascinantes del mundo. Leer es una extensión privada del trabajo de los demás. Estos días, en Panamá, andan de cabeza con las palabras. Las están abriendo y las están cerrando. Comprueban que no están rotas y que todavía valen para acometer la empresa de entendernos un poco mejor. Nunca nos hemos entendido bien del todo. Debe ser que las palabras no están lo suficientemente formadas o que el lenguaje, del que ahora hablan en Panamá los que entienden de lenguajes, no ha alcanzado un nivel óptimo de eficacia. De haberlo hecho, de estar ahora en un estado idílico del lenguaje, no haría falta un Congreso en Panamá, pero va mal y hay que sanar la parte enferma. No sé qué cosa quiere decir Vargas Llosa con eso de que hay que abrir las ventanas del español. Debe ser que las palabras no funcionan o que yo no estoy todavía preparado para entender todos los mensajes, a pesar de que el emitido por el Nobel Vargas Llosa está formado por materiales muy rudimentarios, palabras de sencillo decir y muy llevaderas adentro, como de andar por casa. Ya ven: hay que abrir las ventanas del español. He aquí el problema: no el del español, que es grande para que yo lo solvente en este articulito de lunes. Me refiero al problema de mi novela. Soy de natural disperso y así no hay quien lleve un argumento. Para escribir una novela hace falta vivir otra vida. En la literaria, en la estrictamente libresca, uno sería un dios. No lo entiendo de otro modo. Un dios absoluto creando un mundo. Yo, en este hilo de las cosas, siendo el dios caprichoso y rudimentario tan grato a mis delirios creativos. Yo, ensimismado, inventado mapas, pero Emilio Calvo de Mora de este lado, como un Walter Bishop cordobés, no tiene tiempo de estas diversiones del intelecto ocioso. Para escribir una novela hacen falta dos vidas. Para escribirla bien quizá alguna más. Mientras que lo voy pensando todo, cierro el post. No tengo nada más que añadir. Nada que sirva.