Resulta evidente que marcharse de la política obligado, por tener un error de novato, como él mismo reconoció, dista bastante de tener que irse por mangante, en unos tiempos en que los casos de corrupción todavía colean en los tribunales. No, no es lo mismo. El cesado director general de Seguridad Ciudadana y Emergencias, Pablo Ruiz Palacios, se equivocó esa tarde/noche fatídica sentándose en una butaca del Romea, a la vista del resto del público que asistía a la función teatral, mientras se desataba el que ha podido ser el peor episodio de gota fría que haya soportado nunca esta Región. Y no, no fue a ver ‘La tempestad’, de Shakespeare, como apuntó con fina ironía el bufón Albert Boadella en su cuenta de Twitter, sino ‘La telaraña’, de Agatha Christie, obra en la que, aunque él se durmiera por el cansancio acumulado y no siguiera la trama, aparece un cadáver que nadie sabe de dónde ha salido.
Los partidos se parecen mucho a eso que tejen algunos arácnidos porque nunca sabes si los peores enemigos están dentro o fuera. Ya lo advirtió Pío Cabanillas con su mítico ‘al suelo, que vienen los míos’. O Churchill, cuando le indicó a aquel joven diputado conservador en el parlamento británico en qué lugar estaban los verdaderos enemigos: no enfrente, donde se sientan los laboristas, sino en la fila de atrás, donde están los de tu propia formación. O el eterno Andreotti, para quien en la vida había amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido.
A Ruiz Palacios se lo han laminado, entre otras razones, porque alguien le debía de tener muchas ganas. Y él se lo puso en bandeja de plata con su abrumadora candidez. Bastaba con escuchar su lamento, en la rueda de prensa que dio esta semana en un céntrico restaurante, sobre el desengaño que le ha producido su paso fugaz por la política.
Al referirse al ‘postureo’, estaba claro que sabía de lo que estaba hablando y a quiénes señalaba. No es que una foto (por cierto, hubo más de una que no fueron difundidas), en una formación tan proclive a ellas, valga más que todo el trabajo realizado en los días previos de plena gota fría. Ni que su presencia en el patio de butacas sea más noticia que la deriva electorera que ha tomado nuestro país, tal y como lamentaba. Es que estamos ante una cuestión de formas, de ética pero también de estética. Si se hubiera ausentado del 112 para desperezarse en su casa un par de horas, jugando a la ‘play-station’, bebiendo Mar de Frades y escuchando a todo volumen ‘November Rain’, de Guns n’ Roses, hoy seguiría en el cargo. Pero debido a su impericia, y a que alguien lo fotografió en el teatro y se envió la prueba por WhatSapp a la redacción de La Opinión, ahora ya es un expolítico acribillado por el fuego amigo.
Desde que eso ocurrió, hasta que saltó la liebre, pasaron casi dos días. Al soltar el tema el lunes por la noche, las redes sociales hicieron el resto del trabajo. El multiplicado efecto difusor que al día siguiente le dieron televisiones, radios y diarios impresos y digitales terminaron por rematarlo.
Sus primeras explicaciones resultaron tan peregrinas como su petición de clemencia a la consejera. Incompetencia, bisoñez o irresponsabilidad, bramaba el vocerío de las redes. “Fue un error de político novato”, acertó a reconocer Ruiz Palacios el miércoles ante los periodistas, para impartir a continuación una lección de deontología periodística, anunciar que se daba de baja en Ciudadanos y que volvía al bufete jurídico que regenta, dijo, desde hace cinco lustros. Es todo un precedente para que algunos estén colocando el listón tan alto que llegará el día en que a alguien le preguntarán dónde estaba cuando se celebró su propio funeral.