En estos días, los madridistas han estado de fiesta. Y no solo por su victoria in extremis al Osasuna, que le permite luchar aún por la Liga. No sé si es por el miedo a quedarse en blanco, pero la mayoría de sus aficionados celebraron, como si de un título se tratara -no sea que se trate de la única celebración- la eliminación del Barcelona de la Champions.
Otro año cualquiera, esto no sería noticia. Sin embargo, esa alegría desmedida se debe al miedo de que el Barcelona levantara la orejuda en el Santiago Bernabéu. Es lógico. Es su eterno rival.
No obstante, creo que deberían hacer autocrítica. La alegría debería converitrse en pena al ver que el a priori mejor Real Madrid de todos los tiempos, el más caro, el más mediático, el más guapo y más poderoso equipo blanco se ha quedado muy lejos de una gesta envidiable por todos: Alzar su décima Copa de Europa en el Santiago Bernabéu, su propio estadio. Ante su afición. En su ciudad. El equipo que ostenta más copas de Europa.
Pero su único objetivo ha sido que el eterno rival no lo consiguiera. ¿Se han olvidado de que el Real Madrid también competía por ella y la dejó escapar? Es más, su verdugo fue el equipo al que le birlaron su máxima estrella, ahora estrellada en la capital madrileña, Karim Benzemá.