El problema de la instalación del caos, es que es siempre la antesala de la barbarie. Si repasamos las proclamas militares de cada golpe de Estado de nuestra historia, todas comienzan igual. Palabras más, palabras menos, el país era una anarquía incontrolable, y los militares aparecían a poner orden y salvarnos de algo: el populismo, el peronismo, el comunismo. Siempre había alguna razón que provocaba el caos y la zozobra y que debía ser exterminada. La fórmula fue, en cada golpe, exactamente la misma. Caos + gobierno débil + malestar en las calles + descontrol de precios + incertidumbre + algún chivo expiatorio
Estamos exactamente ahí. Por eso hay que bancar a este gobierno. Saben de sobra la tristeza que me produce Alberto y sus imposibilidades, el enfrentamiento entre ellos, la fuerza arrasadora de ella que está provocando demasiadas esquirlas. Acá no se trata de ignorar los desaciertos. Se trata de pensar la política como un juego de posibilidades, y no como un cuento para niños. Leyendo a una compañera, pensé mucho en esa tendencia que tenemos a interpretar la política como una fábula. Y es imperioso en este punto, comprenderla más desapasionadamente, y generar tácticas para lograr nuestra tan añorada estrategia para la definitiva liberación.
Este es el gobierno que pudimos en estos cuatro años imposibles de anticipar, con pandemia mundial y guerra. Ya está. Pudo ser peor. No todo lo que hizo Alberto estuvo mal. El país no estalló por los aires a pesar del bombardeo mediático diario, constante, nauseabundo, porque hay algo sólido. No es el 2001. Calibremos. Porque si no calibramos nosotros, los otros, nos traen la fórmula del caos, y tenemos demasiados ejemplos en nuestra historia como para reconocer el pasado en ropa nueva.
En una mezcla extraña, no se tocaron los bolsillos de los poderosos, de los que hubiéramos querido ver comiendo el polvo, pero tampoco se abandonó al pueblo a su suerte. Hay gente que la está pasando mal, pero no es el 2001. Hay cientos de ayudas sociales actualmente. No es lo que soñábamos, claro. No queríamos un mundo de indigentes eternamente prendarios de una ayuda estatal. Por supuesto. Pero es lo que hay. No es para siempre. Dimensionemos. Este gobierno es tibio, lo cual no es lo mismo que cómplice. Hubo políticas acertadas, se recuperaron ministerios, se enfrentó una pandemia con vacunas para todos, se recompuso el consumo interno, hay programas de ayuda de todo tipo y factor. Faltó mucho. Muchísimo. Es cierto. Pero no es un gobierno traidor. Cristina no hubiera seguido a su lado si supiera que es un simple traidor. No confundamos las cosas porque de la confusión nace el caos y del caos, resurgen siempre ellos. Los asesinos de nuestros compañeros.
Esto no es el 2001. Sostengámoslo con la frente en alto cuando nos manden a comer polenta y nos enrostren el costo del dólar que manejan los verdaderos hijos de yuta de toda esta historia. Este es el gobierno resultante de una sociedad enferma, cuya mitad, no un grupito, no un puñado de locos sueltos, sino LA MITAD, está esperando para votar a los que nosotros sabemos que son el poder real. Esperábamos más de este gobierno para aplastar de una vez a ese poder infame y asesino, que nos empuja a la desesperación cada tantos años, como un retorno siniestro, que no nos deja crecer, ni encontrarnos hermanados. Pero eso, no sucedió. Casi que terminaron envalentonados. Por eso nos enoja tanto, nos duele, nos enferma.
No pudimos tener el gobierno que le diera la estocada final al poder real, ni mucho menos. Tuvimos esto. Tibio e insuficiente pero de ninguna manera parecido, a ningún gobierno de estos tipejos, y mucho menos al de De la Rua, que nos hundió en el desastre más enorme del que tengamos memoria en democracia. Este gobierno no es eso. Está lejos de serlo. Lejísimos. Pongamos las cosas en su justa medida, porque toda la narrativa está siendo orientada a instalar eso, y ya sabemos que instalar el caos, es invitar a la muerte a sentarse en nuestras mesas. Porque con ellos la muerte sólo se sienta a festejar. Pero a nosotros nos mata. Nos aplasta.
Merecemos un mejor gobierno. No hay duda. Pero eso se elige en el 2023. Construir una alternativa desde el kirchnerismo, incluye hacerse cargo de este gobierno de coalición, surgido de la urgencia de evitar que medio país de descerebrados, vuelva a poner en el sillón de Rivadavia al amo.
El país no está en llamas. Dejemos de sostener esa mentira. El país está rodeado de piromaníacos. Echemos agua, no nafta.