En la Zaragoza de los años sesenta, bajo la losa de la dictadura y la presión del regionalismo de coros y danzas del franquismo, hervía un mundo cultural lleno de vitalidad y empeños creativos que tuvo en el nombre de la mítica montaña un justo y evocador título: Moncayo Films. Fue una empresa que, de la mano de un puñado de soñadores, se orientó a la creación de un centro de producción cinematográfica en la capital aragonesa. A esa historia, para mí absolutamente desconocida, he accedido gracias al libro que hace un par de años me regaló el profesor (y ensayista) José Luis Calvo Carilla, de la Universidad de Zaragoza, con motivo de mi participación en un encuentro sobre la novela de la España de la transición. El libro lleva por título Moncayo Films y como subtítulo Una aventura de producción cinematográfica en Zaragoza. Sus autores, Javier Fernández Ruiz y Pablo Pérez Rubio.
Yo no viví aquellos años en Zaragoza, pero no me es difícil imaginar cómo debió vivir la experiencia cinematográfica aquel grupo de jóvenes inquietos, inconformes, en el que jugó un papel esencial el escritor, guionista y también poeta Emilio Alfaro. Manuel Rotellar, José Antonio Páramo, Mariano Navarro Borderías o Carlos Hidalgo entre otros muchos participaron de aquella aventura colectiva de devoción por el cine y de intensa vida cultural. La crítica en revistas y en la radio local (Radio Popular, Radio Juventud, Radio Zaragoza, el Heraldo, el Noticiero), la pasión por los Cine-Forum, los primeros pasos de Andalán la mítica revista que alumbraría la transición y una visión autonómica y democrática de un Aragón todavía apresado en lo folklórico, los cafés, las discusiones hasta altas horas de la madrugada. Todo ello alumbraría la rareza empresarial de Moncayo Films. Así se cuentan aquellos años en la introducción al libro:
"Moncayo Films es una empresa que aglutinó y simbolizó la labor de un amplio círculo de cinéfilos aragoneses de finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta que realizaron una notable y prolífera actividad de práctica fílmica, fundamentalmente en el campo amateur, a la vez que de difusión del hecho cinematográfico en la ciudad: movimiento de cine-clubes, concursos, difusión en prensa, etc... Estas dinámicas (...) tienen lugar en un momento de resurgir cultural tras el dilatado letargo de la postguerra, en el que el cine discurría por un camino paralelo al teatro, la literatura y las artes plásticas y tendría una prolongación distendida y amistosa en el marco de las casi míticas tertulias de café".
Fotograma de Muere una mujer, de Mario Camus,
producida por Moncayo Films. Gisia Paradis y Alberto Closas
Moncayo Films es la representación de una historia empresarial. Sin duda. Pero es también la expresión de un sueño alimentado por un puñado de locos que, tras la lectura del libro en el que se nos cuenta su peripecia, habla de Zaragoza y de su intrahistoria. De la Zaragoza que me sedujo hace ya muchos años, una ciudad en la que la librería Cálamo convive con mis recuerdos infantiles de un equipo mítico, el que tuvo en su delantera a Marcelino, a Villa, a Lapetra (cuando acababa de nacer Moncayo Films y de estrenarse sus primeras producciones) y con la memoria de una noche eterna, interminable, de poetas y locos, charlando (¿fue en 2000?) sobre Manolo Vázquez Montalbán con Antonio Martínez Sarrión y Manuel Vilas en un café cuyo nombre y ubicación he olvidad.
Una calle central de Zaragoza en los años 60
En todo caso, tras la lectura de este libro maravilloso sobre un proyecto no menos maravilloso y sobre sus héroes, estoy convencido de que no podré prescindir, en cada ciudad que visite en el futuro, del paseo en busca de las fachadas de los cines que vivieron un sueño similar al de Alfaro y sus compañeros de aventura y hoy son sólo arquitecturas muertas. O en letargo, a la espera de un banco o de una franquicia de ropa o de café.