La Banda Sinfónica Nacional de Ciegos es otro invento argentino. Realiza sus ensayos y presentaciones con partituras en braille. El director da las indicaciones con chasquidos de sus dedos, o de cualquier manera audible. Crónica de un ensayo lleno de luz.
Por Cintia Castro Sánchez y Florencia Valdez
Los chasquidos interrumpen el
barullo en el anexo del Ministerio de Cultura enclavado en Almagro. Ese
es el refugio para los ensayos de la Banda Sinfónica Nacional de
Ciegos. Los músicos en la sala forman un semicírculo. Los vientos se
sitúan al frente, del más agudo al más grave; detrás se colocan las
cuerdas, y al fondo la percusión y el piano. En el centro, frente a los
músicos, se ubica el director de orquesta. Desde su alto asiento y con
movimientos marcados y sonidos certeros se encarga de que funcionen como
un reloj.
Algunos músicos repasan con sus dedos las partituras durante
las pausas del ensayo, para refrescar su memoria sobre alguna parte de
la composición. El movimiento de pies y de cabezas marca el ritmo de los
clásicos que tocan. Sólo resta escuchar.
Un poco de historia
Integrada por 55 músicos, ciegos y no ciegos, la banda
sinfónica es la única de su tipo en el mundo. Bajo el nombre de su
fundador, el maestro Pascual Grisolía, el 15 de octubre de 1947 se
presentó por primera vez en un escenario. Ese día interpreó un clásico
de clásicos: “Sinfonía inconclusa” de Schubert.
La banda forma parte de los organismos estables que dependen
del Ministerio de Cultura nacional y su objetivo es difundir el
repertorio sinfónico de la banda y música originaria de nuestro país. Se
puede entrar de dos formas: por concurso o contratado. En ambos casos
se requiere la certificación de la discapacidad visual y cumplir con
antecedentes musicales. Para poder ingresar se realiza una demostración
del instrumento que el aspirante toca frente a un jurado integrado por
los músicos, el director y otras autoridades.
Gerardo “El Flaco” Kessler ingresó a la banda como trompetista
gracias a su presentación en los concursos del lejano 2006. En 2008
logró la estabilidad cotractual. Kessler padeció síndrome de Marfan, una
condición que produce debilidad de la retina con posibilidad de
desprendimiento y que afecta a una de cada 10 mil personas. Tuvo el
primer desprendimiento a los 12 años. A los 18 quedó completamente
ciego. La música, cuenta, estuvo siempre muy presente en su vida:
“Después de quedar ciego me aferré bastante a ella. Fue uno de los
cables a tierra, en ese momento con la guitarra”. Después tocó la
trompeta, hasta que una cirugía de corazón lo obligó a cambiar de
instrumento, por la exigencia física que supone soplar los largos tubos
de metal. Pasó al saxofón, y se sumó a la banda en 2015. “Terminó toda
esa historia en empezar a tocar un instrumento que quizás, en un primer
momento, no había tenido la oportunidad porque no había vacantes, pero
que siempre me gustó -explica Kesler-. A mí me encanta la música. Soy
capaz de hacer música con lo que sea, entonces fue un desafío lindo, no
lo sufrí tanto
En 2015 también entró a la banda el clarinetista Federico Kruszyn. Ingresó después de participar en los seminarios Banda abierta
en 2012, 2013 y 2014, en los que músicos externos realizaban tres
ensayos y un concierto final. Kruszyn es ciego total de nacimiento, por
una retinopatía de prematuridad, un desarrollo anormal de vasos
sanguíneos en la retina del ojo que ocurre en bebés que nacen precoces.
El primer contacto que tuvo con la música fue a través de un piano que
estaba en su casa familiar de Lomas de Zamora. Con apenas 8 años empezó a
tomar clases con una profesora que le enseñó a leer las partituras en
braille. Cuando cumplió 12, su profesora le propuso acercarse a un
instrumento de viento, con la idea de a futuro entrar a la banda. Le dio
la idea del clarinete. “Por varios años lo estudié y lo tomé como un
trabajo, mientras lo que me gustaba en realidad era el piano, hasta que
empecé a tomar clases con Amalia de Giudice, mi profesora actual, y ella
me cambió la cabeza”, dice Kruszyn. Sobre su participación en la banda,
señala: “el organismo te da estabilidad, vos sabés que a fin de mes
tenés el sueldo, después le agregás otros ingresos. Soy docente de
musicografía braille en dos conservatorios. Tuvimos que golpear puertas
porque las cátedras no existían y hubo que crearlas de cero”.
Oído absoluto
La lectura de partituras en braille es una importante forma de
aprendizaje que acompaña a los ejercicios de memorización. Según
Kessler, la desventaja siempre fue que con el desgaste
común de las hojas, los puntos se aplastan y se deben copiar a mano.
Aunque eso cambió al tener una impresora braille, porque los que crean
esas partituras lo hacen de forma digital y queda un archivo. Ahora solo
hace falta volver a imprimirlas.
“Corchea blanca que con un punto negro la cambiamos a negra.
Tutti cambio de tonalidad. Negra con punto semicorchea .Tutti, ¿puede
ser? La última frase con diminuendo. Vamos con tutti”, indica el
director durante el ensayo, mientras repite incansablemente cada pasaje
con pequeñas variaciones, como armando un cubo mágico al que le da
vueltas hasta que todos los colores están alineados.
“Tiene que haber mucho diálogo entre los músicos y el director
porque todo debe fluir”, dice el clarinetista Kruszyn sobre el ejercicio
simbiótico. “El maestro actual es muy joven, es un tipo muy piola, muy
abierto. Porque una de las cuestiones a la hora de elegir a la Banda
Sinfónica de Ciegos es un poco salir de lo que ellos están
acostumbrados”, suma Kessler sobre su director.
La banda tiene un sistema de
directores invitados que van rotando. En la actualidad, el maestro
Agustín Tocalini ocupa ese rol. Nació hace 31 años en Chacabuco,
provincia de Buenos Aires, y es uno de los directores más jóvenes de la
historia de la banda. Es asistente de dirección de la Orquesta Sinfónica
Juvenil Nacional José de San Martín y profesor en la Universidad
Nacional de las Artes (UNA).
“No existen las casualidades, sino las causalidades”, asegura
el joven maestro. Tocalini cree que su llegada a la banda estaba
predestinada. Su mamá era directora de una escuela de educación
especial, su papá fue perdiendo su audición y tiene una amiga, Inés, que
“es ciega y canta muy bien”. Llegó al puesto gracias a un convenio del
Ministerio de Cultura, el Ministerio de Educación y la UNA para
organizar una tecnicatura dirigida a los músicos de la Banda Sinfónica.
Además de hacer los típicos movimientos con sus manos, el
director debe establecer una marca sonora para que los músicos entiendan
el ritmo y toquen en conjunto. Esto puede ser con el chasquido de los
dedos, o bien haciendo sonar la batuta sobre el atril o cantando las
notas que luego son replicadas por los instrumentos.
La calidez de Tocalini se imprime en cada una de las
indicaciones y en los momentos en que escucha las sugerencias de los
músicos, que después incorpora en la ejecución. Esa cercanía aumentó
después de su última gira por La Pampa, en la que músicos y director
tuvieron la oportunidad de conocerse más personalmente. “Fue una linda
experiencia –resalta Tocalini-, aunque es raro, porque los grandes no
están acostumbrados a que los dirija un joven”.
A toda orquesta
Una de las dificultades que sufre la banda tiene que ver con su
difusión en el ambiente musical y con la captación de nuevos músicos
por el doble requisito de ser ciegos y músicos destacados. La escasez de
información sobre la banda dificulta el recambio. “Si un chico ciego
quiere aprender música, ¿existen las condiciones para que vaya a un
conservatorio o a algún instituto público si no puede solventarlo?
Muchos chicos no van porque creen que no van a poder leer las
partituras. Falta información en el ambiente y que se tome a la música
como una posibilidad. La música no está como una opción y eso es sobre
lo que hay que trabajar, entren o no a la banda. Primero fórmense como músicos, y después vemos”, reflexiona Kruszyn.
“La banda es un lugar de oro, no solo porque dignifica el
trabajo de estas personas, sino porque es una especie de oasis en un
campo en el que no existe ni siquiera la posibilidad de laburar”,
destaca orgulloso el director Tocalini al despedirse.
Cintia Castro Sánchez y Florencia Valdez