UNA BODA EN POLONIAde Héctor Zabala © Dana Kozlowski, Danusha para sus padres, era una típica polaca. Mejor dicho una típica hija de polacos, que para los nacidos allende los mares es exactamente lo mismo. Hija única, nacida con un pelo rubio casi blanco, que primero se tornó oro para luego dar paso al amarillo ceniza (–El agua de Buenos Aires, ¿vio?; en Varsovia no sucede), piel blanca hasta la exageración con un leve tinte rosado, ojos celestes y su cara eslava, redonda, de nariz respingona, era la niña de sus padres. Y de los ojos de sus padres también. Creció en ese ambiente tan característico de la colectividad donde se aprende y practica el idioma polaco a la par del castellano, aunque este último sólo en el colegio argentino. El Club Polaco se encargaba los sábados de hacerla practicar todas las actividades propias de la juventud de su raza, mientras diez millones de polacos (¿tantos?) repartidos por el mundo esperaban volver a su lejana tierra algún día también lejano. Es decir, Danusha (Danusza para la grafía eslava y Danielita para los argentinos) era una polaquita con todas las letras. –Danusha, ya tienes veinticinco años, ¿cómo puede ser que no te guste ningún muchacho del Polski? –Mamá, déjese de hinchar con los muchachos del club. Cuando quiera ponerme de novia ya veré. ¡No me presione, por favor! –Pero Danusha, ¿lo miraste bien a Maciej? Es buen mozo, hijo de polacos, rubio, ojos celestes, ingeniero, buena posición y... ¡sin novia! –¡Basta, mamá! –contestaba con voz respetuosa, pero firme, la hartada Danusha. –Pero nena, te queremos ver casada. Tu padre y yo ya no somos tan jóvenes. Eres nuestra única hija. No veo la hora de revolver esos hermosos cabellos rubios que tendrán mis nietos, los únicos nietos que tendremos, jugar con... –¡Basta, mamá! ¡Por favor! –cerraba en tono cortante. Todo esto dicho en el más puro acento varsoviano, variando apenas algún giro o palabra de tanto en tanto, pero repitiendo lo esencial día tras día. Una tarde llega una carta de Varsovia. Es de tía Janusza: “Krystyna, ¡mira qué mala hermana eres! No conozco a tu hija Dana, salvo por fotografía, ¿cuándo la mandas para acá, a pasar la temporada? ¡Vamos, que aquí hay miles de muchachos casaderos!”Era la oportunidad de la madre de Dana. Si en el pequeño Club Polaco de Buenos Aires no era posible conseguirle marido (porque... ¡a esta hija mía ninguno le gusta!), en Varsovia habría cientos para elegir. Sí, hay que enviarla a Polonia para que elija y se case a su gusto. Danusha, aunque de mala gana por la traviesa (sin atreverse a quitarle la “tr”) intención de sus padres, acepta para desenchufarse un poco de los últimos exámenes de la Facu. Viajará ese verano –en realidad, ese invierno del norte– a la lejana Varsovia. Al fin y al cabo conocer la tierra de sus padres y abuelos, los lugares donde nacieron, donde vivieron, ver en persona a tantos familiares y parientes apenas recordados de amarillentos retratos... no dejaba de tener su atractivo para la rubia “polaca”, ahora flamante doctora de la Universidad de Buenos Aires. Eso sí, antes de soportar el cruel frío del norte (–Porque, ¿sabe usted? Eso es frío, ¡hasta veinte grados bajo cero!), pasaría una semana de vacaciones en alguna playa. –La nena se lo merece, Ladislao. Puso mucho esfuerzo para recibirse tan joven. Unas pequeñas vacaciones en alguna playa de Río le harán muy bien. Ya verás. Luego irá a Polonia. Vas a ver que para cuando vuelva... ¡ya tiene novio en Varsovia! –y mientras decía esto, los ojos de la buena Krystyna se iluminaban. Dana se quedó en Polonia un año entero antes de escribir la carta, que el correo demoraría un mes para salvar la distancia a Buenos Aires (...el correo de los comunistas es muy burocrático, ¿se da cuenta? –diría don Ladislao, aunque después, con Solidaridad, las cartas igual seguirían tardando lo mismo). En la carta, Dana anunciaba que se casaría la semana entrante: “...es decir, para cuando lleguen estas líneas, queridos padres, ya estaré felizmente casada. Desde que nos conocimos –hace ya un año– nos flechamos mutuamente. Él me adora y yo a él. Es el ser más encantador, tierno, cariñoso, formal y divertido que conocí en mi vida. Trabaja en Varsovia, pero está confirmado su traslado a las oficinas de Buenos Aires en breve. En la próxima les enviaré las fotos de la ceremonia religiosa, la gran fiesta que nos preparan los tíos y primos, etc., etc., etc. Perdonen, no tengo más tiempo. Con tía Janusza y las primas ya salimos para lo de la modista. Besos. Muchos besos. Dana”. Doña Krystyna tocaba el cielo con las manos, mientras secaba sus lágrimas con el pequeño pañuelo bordado y era abrazada por un emocionado Ladislao. No sólo conoció a un excelente muchacho en Polonia, además residirá con su esposo en Buenos Aires, cerca de nosotros y ¡otro polaco más en la familia! Así era el orgulloso comentario para quien quisiera oírlos, sea por todo el Club Polaco, sea en su coqueta casa de Buenos Aires, abierta siempre para paisanos y parientes. Casi un mes después llegó la segunda carta con las ansiadas fotos. Un enorme ejército de primos y primas, tíos y tías, todos rubios, con atuendos festivos, manos y copas en alto, sonrientes o a las carcajadas, sin faltar alguno con la nariz demasiado roja, escoltaban a una hermosa novia, rubia, cuyo vestido rivalizaba con el blanco de su propia tez, abrazada a un muchacho buen mozo, pero de piel casi tan negra como la tela de su elegante esmoquin. “Como verán, la del vestido blanco soy yo. Sí, mamá, ya sé, estoy muy delgada. Bueno, para dentro de dos años, que es para cuando esperamos encargar, prometo engordarme... Él es João, mi adorado esposo. Su nombre completo es João Airton Ferreira Barbosa do Santos Neto. Lo conocí, después de mis vacaciones en Río de Janeiro, en mi vuelo a Polonia. En esas pocas horas me conquistó y lo conquisté, nos enamoramos perdidamente. Él es agregado cultural en la embajada brasileña aquí, en Varsovia, así que noviamos durante todo un año hasta que no aguantamos más vivir separados y decidimos casarnos. Pero en un par de meses lo trasladan (¡nos trasladan!) a Buenos Aires. ¿No es hermoso?”Sus padres no podían quejarse, la habían enviado a Polonia a casarse y ella... obedientemente, como siempre, había cumplido. “Una boda en Polonia” (cuento): Mención de Honor en el Certamen “José Martí” de CIEN. Ciudad de Buenos Aires, Argentina, abril de 2003.
UNA BODA EN POLONIAde Héctor Zabala © Dana Kozlowski, Danusha para sus padres, era una típica polaca. Mejor dicho una típica hija de polacos, que para los nacidos allende los mares es exactamente lo mismo. Hija única, nacida con un pelo rubio casi blanco, que primero se tornó oro para luego dar paso al amarillo ceniza (–El agua de Buenos Aires, ¿vio?; en Varsovia no sucede), piel blanca hasta la exageración con un leve tinte rosado, ojos celestes y su cara eslava, redonda, de nariz respingona, era la niña de sus padres. Y de los ojos de sus padres también. Creció en ese ambiente tan característico de la colectividad donde se aprende y practica el idioma polaco a la par del castellano, aunque este último sólo en el colegio argentino. El Club Polaco se encargaba los sábados de hacerla practicar todas las actividades propias de la juventud de su raza, mientras diez millones de polacos (¿tantos?) repartidos por el mundo esperaban volver a su lejana tierra algún día también lejano. Es decir, Danusha (Danusza para la grafía eslava y Danielita para los argentinos) era una polaquita con todas las letras. –Danusha, ya tienes veinticinco años, ¿cómo puede ser que no te guste ningún muchacho del Polski? –Mamá, déjese de hinchar con los muchachos del club. Cuando quiera ponerme de novia ya veré. ¡No me presione, por favor! –Pero Danusha, ¿lo miraste bien a Maciej? Es buen mozo, hijo de polacos, rubio, ojos celestes, ingeniero, buena posición y... ¡sin novia! –¡Basta, mamá! –contestaba con voz respetuosa, pero firme, la hartada Danusha. –Pero nena, te queremos ver casada. Tu padre y yo ya no somos tan jóvenes. Eres nuestra única hija. No veo la hora de revolver esos hermosos cabellos rubios que tendrán mis nietos, los únicos nietos que tendremos, jugar con... –¡Basta, mamá! ¡Por favor! –cerraba en tono cortante. Todo esto dicho en el más puro acento varsoviano, variando apenas algún giro o palabra de tanto en tanto, pero repitiendo lo esencial día tras día. Una tarde llega una carta de Varsovia. Es de tía Janusza: “Krystyna, ¡mira qué mala hermana eres! No conozco a tu hija Dana, salvo por fotografía, ¿cuándo la mandas para acá, a pasar la temporada? ¡Vamos, que aquí hay miles de muchachos casaderos!”Era la oportunidad de la madre de Dana. Si en el pequeño Club Polaco de Buenos Aires no era posible conseguirle marido (porque... ¡a esta hija mía ninguno le gusta!), en Varsovia habría cientos para elegir. Sí, hay que enviarla a Polonia para que elija y se case a su gusto. Danusha, aunque de mala gana por la traviesa (sin atreverse a quitarle la “tr”) intención de sus padres, acepta para desenchufarse un poco de los últimos exámenes de la Facu. Viajará ese verano –en realidad, ese invierno del norte– a la lejana Varsovia. Al fin y al cabo conocer la tierra de sus padres y abuelos, los lugares donde nacieron, donde vivieron, ver en persona a tantos familiares y parientes apenas recordados de amarillentos retratos... no dejaba de tener su atractivo para la rubia “polaca”, ahora flamante doctora de la Universidad de Buenos Aires. Eso sí, antes de soportar el cruel frío del norte (–Porque, ¿sabe usted? Eso es frío, ¡hasta veinte grados bajo cero!), pasaría una semana de vacaciones en alguna playa. –La nena se lo merece, Ladislao. Puso mucho esfuerzo para recibirse tan joven. Unas pequeñas vacaciones en alguna playa de Río le harán muy bien. Ya verás. Luego irá a Polonia. Vas a ver que para cuando vuelva... ¡ya tiene novio en Varsovia! –y mientras decía esto, los ojos de la buena Krystyna se iluminaban. Dana se quedó en Polonia un año entero antes de escribir la carta, que el correo demoraría un mes para salvar la distancia a Buenos Aires (...el correo de los comunistas es muy burocrático, ¿se da cuenta? –diría don Ladislao, aunque después, con Solidaridad, las cartas igual seguirían tardando lo mismo). En la carta, Dana anunciaba que se casaría la semana entrante: “...es decir, para cuando lleguen estas líneas, queridos padres, ya estaré felizmente casada. Desde que nos conocimos –hace ya un año– nos flechamos mutuamente. Él me adora y yo a él. Es el ser más encantador, tierno, cariñoso, formal y divertido que conocí en mi vida. Trabaja en Varsovia, pero está confirmado su traslado a las oficinas de Buenos Aires en breve. En la próxima les enviaré las fotos de la ceremonia religiosa, la gran fiesta que nos preparan los tíos y primos, etc., etc., etc. Perdonen, no tengo más tiempo. Con tía Janusza y las primas ya salimos para lo de la modista. Besos. Muchos besos. Dana”. Doña Krystyna tocaba el cielo con las manos, mientras secaba sus lágrimas con el pequeño pañuelo bordado y era abrazada por un emocionado Ladislao. No sólo conoció a un excelente muchacho en Polonia, además residirá con su esposo en Buenos Aires, cerca de nosotros y ¡otro polaco más en la familia! Así era el orgulloso comentario para quien quisiera oírlos, sea por todo el Club Polaco, sea en su coqueta casa de Buenos Aires, abierta siempre para paisanos y parientes. Casi un mes después llegó la segunda carta con las ansiadas fotos. Un enorme ejército de primos y primas, tíos y tías, todos rubios, con atuendos festivos, manos y copas en alto, sonrientes o a las carcajadas, sin faltar alguno con la nariz demasiado roja, escoltaban a una hermosa novia, rubia, cuyo vestido rivalizaba con el blanco de su propia tez, abrazada a un muchacho buen mozo, pero de piel casi tan negra como la tela de su elegante esmoquin. “Como verán, la del vestido blanco soy yo. Sí, mamá, ya sé, estoy muy delgada. Bueno, para dentro de dos años, que es para cuando esperamos encargar, prometo engordarme... Él es João, mi adorado esposo. Su nombre completo es João Airton Ferreira Barbosa do Santos Neto. Lo conocí, después de mis vacaciones en Río de Janeiro, en mi vuelo a Polonia. En esas pocas horas me conquistó y lo conquisté, nos enamoramos perdidamente. Él es agregado cultural en la embajada brasileña aquí, en Varsovia, así que noviamos durante todo un año hasta que no aguantamos más vivir separados y decidimos casarnos. Pero en un par de meses lo trasladan (¡nos trasladan!) a Buenos Aires. ¿No es hermoso?”Sus padres no podían quejarse, la habían enviado a Polonia a casarse y ella... obedientemente, como siempre, había cumplido. “Una boda en Polonia” (cuento): Mención de Honor en el Certamen “José Martí” de CIEN. Ciudad de Buenos Aires, Argentina, abril de 2003.