Una canción para ti llegó a mis manos el martes 10 de mayo, en la presentación del libro. Empecé a leerlo esa misma semana, pero luego llegaron los exámenes y tuve que dejarlo. Por fin pude retomarlo cuatro semanas después y lo terminé en una tarde. Leí las 254 páginas que me faltaban en una sentada. Os podéis imaginar lo mucho que me enganchó y me gustó esta historia.
Es cierto que es una novela juvenil, con personajes adolescentes preocupados por sus estudios y sus relaciones con sus amigos y sus familias y, sobre todo, por divertirse: música, alcohol, sexo... Y yo pensaba que este género, a mis 27 años, se me quedaba ya un poco lejos, pero me he dado cuenta de que no y he disfrutado y me he divertido muchísimo leyendo esta novela. Algo ligerito para desconectar nunca viene mal.
La protagonista de esta historia es Remy, una joven de 18 años que vive el que cree que va a ser su verano más intenso, ya ha terminado el instituto y todavía quedan tres meses para que se marche al otro lado del país a estudiar en una de las universidades más prestigiosas. Tras soltarle la mítica charla, la de siempre, la que ya se sabe de memoria, Remy deja a su novio y se dispone a disfrutar junto a sus amigas de un verano lleno de fiestas y de chicos, rollos de una noche, ligues de unas pocas semanas, nada de compromiso, eso nunca.
Porque Remy no quiere que le pase lo mismo que a su madre. Una famosa escritora de novelas de amor que acaba de casarse por quinta vez. Ella no quiere sufrir, no quiere que le hagan daño, por eso no quiere comprometerse ni, mucho menos, enamorarse. Y tampoco quiere que le pase lo mismo que a su hermano, que desde que tiene novia se ha convertido en un pringado, un calzonazos patético.
No, ella no es así, nunca dejará que le pase nada de eso. Porque Remy es más lista y más fuerte, es cínica, es cierto, lo sabe, pero eso no importa. Es una chica dura, pero también una chica fácil. Es la fama que se ha ganado a pulso después de años de instituto. No está muy segura de que le guste, pero tiene una reputación que mantener. Eso es lo que piensan ella y sus amigas y su opinión es la única que cuenta.
Para ellas los chicos sólo sirven para divertirse, para pasar un buen rato y para utilizarlos. O eso creen hasta ese verano que, al menos a Remy, le hará replantearse muchas cosas: quién es ella, cómo es, cómo quiere ser, cómo la ven los demás, el peso de las apariencias, de los prejuicios, del miedo al qué dirán.
Y, sobre todo, por qué odia tanto a los músicos. Músicos como Dexter, un joven que ha llegado a pasar el verano en la ciudad con sus amigos, que intentan montar un grupo de música y triunfar. Él no se complica la vida, sólo quiere vivir el presente, sin pensar en el pasado ni mucho menos en el futuro. Pero al menos él no tiene miedo al compromiso.
Sabe que la culpa es de su padre. Un músico que abandonó a su madre cuando ella y su hermano eran pequeños y sólo le dejó un recuerdo, una canción de cuna que le encanta a todo el mundo, que suena en todas partes y que a Remy sólo le sirve para encerrarse en su armario y quedarse dormida mientras se relaja y se olvida de todo y de todos.
Porque eso quiere hacer muchas veces, demasiadas, que todos se olviden de ella: sus amigas, que le exigen ser alguien que ella ya no quiere; su hermano, tan perfecto y tan feliz que más que envidia le da asco; su madre, que no sabe hacer nada sin ella y le absorbe hasta límites insospechados; Don, el nuevo marido de su madre, que se cree con derecho a humillarlas sólo porque es el hombre de la casa y, por supuesto, Dexter, que quiere ir más rápido de lo que Remy está dispuesta a permitir.
Pero al final del verano, unos sorprendentes acontecimientos le enseñarán a Remy que si quiere vivir su propia vida, tomar sus decisiones, elegir su camino y empezar de cero en la universidad, dejando atrás su pasado y mirando al futuro sin miedo y con la cabeza muy alta, teniendo claro quién es y, sobre todo, quién quiere ser, tiene que aprender a ser ella misma, sin depender de lo que piensen sus amigas, su madre, su hermano o Dexter y, por supuesto, sin pensar en su padre. Porque que él fuese un cabrón no significa que todos los hombres lo sean. Y porque por fin comprende que para ganar hay que arriesgar, y que para ser feliz, también hay que sufrir. Son dos caras de la misma moneda, las dos caras que te muestra la vida mientras en tu cabeza una y otra vez suena una canción para ti.