Una cena con Paul Auster

Por Humbertodib

Trabajaba como crítico gastronómico en el New York Times, pero, debido a una reducción de personal en el periódico, fui asignado a la sección de Literatura. Acepté, claro, no tenía otra salida.
Ayer por la tarde, al salir delMetropolitan Museum, me encontré con el escritor Paul Auster. Después de intercambiar unas palabras, muy amablemente me invitó a cenar, me propuso que fuéramos alDressler, un elegante restaurante deBrooklynal que yo jamás habría podido acceder con mis exiguos recursos, así que acepté de buen grado. Todo el personal del establecimiento conocía al autor, por supuesto, así que nos consiguieron una mesa a pesar de que no habíamos hecho una reserva. Al ver la carta, no me sorprendió que los únicos platos que se sirvieran en el lugar fuesen sus libros, Auster es fiel a su estilo, hasta en los restaurantes. Animado, me propuso que pidiéramos unSunset Park, ya que -aseguró- con un solo ejemplar podríamos comer los dos. En realidad, yo habría tomado unMr. Vértigo, pero como era él quien pagaba, no quise importunarlo. Cuando el camarero trajo la orden -una edición especial de la obra en salsa de champiñones-, dejé que mi estimado Paul cortara una buena porción y la depositara en mi plato. La novela estaba sosa y demasiado dura, pero me pareció descortés no comer hasta la última página. Apenas salimos del lugar, y después de agradecerle con efusividad la invitación, me dirigí a un drugstore para comprar un frasco de sales digestivas. Pude aguantar el malestar hasta que, ya en casa, cuando me disponía a escribir la reseña en el ordenador, sentí tantas nauseas que no logré contener el vómito. Me parece un hecho fisiológico de lo más natural, sólo lamento que los lectores del periódico tengan que ser testigos de este desagradable espectáculo: a nadie le resulta atractivo leer los restos de una vomitona de novela.