Una crítica al Hotel Esplendor Punta Carretas de Montevideo

Publicado el 17 marzo 2017 por Nicopasi

1. Nunca en todos mis años de viajero me había pasado de llegar a una ciudad y que me dijeran que mi reserva, pese a estar paga, no la iba a poder tomar dado que nunca la habían registrado y ya se encontraba ocupada por otro huésped. Pero lo peor no llegaba con esa noticia sino con la siguiente, la cual me cayó literalmente como un piano en la cabeza y que no era otra que no había forma de reubicarme en otro alojamiento –dado que el carnaval había "explotado" y estaban los hoteles saturados- y que sólo podía proceder a devolverme el dinero, apenas unos dólares que poco me iban a servir para conseguir otro lugar.
A partir de ese momento comencé un derrotero por los principales hoteles de la ciudad en los que, o bien ya me recibían con el cartel de “No hay habitaciones”o bien me negaban automáticamente cuando preguntaba si había algún lugar disponible. Así es como durante casi dos horas de caminata intensa bajo el sol agobiante de febrero llegué al Hotel Hollyday Inn de la Plaza 18 de julio – donde me había hospedado alguna vez y me quedó un recuerdo inolvidable-  con la esperanza de que tuvieran al menos una habitación pequeña para darme, dado que de lo contrario, tendría que volverme al aeropuerto y regresar a Buenos Aires.
Al llegar vi con alegría que el staff que estaba en la recepción era aquel mismo que me había atendido casi 10 años atrás. Eso me dio cierta confianza y me animó para preguntarles si había alguna habitación disponible. La respuesta, como era de esperar, fue negativa. Con una gran necesidad de exorcizar la experiencia nefasta que había vivido le comente a uno de ellos mi caso con lujo de detalles y me dijeron que era algo normal proveniendo de ese hotel (El Florida, uno de los peores de Montevideo, con la mitad de las habitaciones clausuradas, con dueños y encargados “que no están en el país” y con empleados que tratan de sostener la mentira y la estafa hasta donde el límite de su moral o su magro sueldo se los permite).
Enseguida se solidarizaron conmigo y pusieron a mi disposición un teléfono y los datos de algunos hoteles para averiguar si quedaba alguna plaza libre en alguno. Pero luego de hacer algunas llamadas las negativas seguían empañando las pocas esperanzas de no tener que regresar al aeropuerto y tomar el primer vuelo disponible a Buenos Aires. Cuando ya todo parecía haber terminado, a una de las asistentes se le vino a la cabeza la posibilidad de un hotel en Punta Carretas (la zona mas comercial y de moda de Montevideo) que había abierto las puertas hacía una semana y que tenía habitaciones de sobra, pero a precios irrisorios para una ciudad como Montevideo.
Luego de una llamada y la confirmación de que había lugares disponibles a U$S 250 la noche, calculé cuanto me saldría el regreso a Buenos Aires (tomando como base el taxi hasta el aeropuerto, la cancelación, penalidad y compra de otro vuelo y el traslado desde Ezeiza hasta mi casa) y sin dudarlo decidí que lo mejor era invertir esa suma que no estaba prevista y salvar el fin de semana largo que tanto había esperado. Luego de confirmar la estancia al irme saludé de manera efusiva al equipo del Hotel Hollyday Inn y les prometí que desde ahora en adelante, cada vez que vuelva a Montevideo será en su hotel y mediante reserva directa y sin ningún intermediario.
2. El Hotel Esplendor de Punta Carretas quedaba literalmente en la otra punta del mapa de Montevideo. Tomé un taxi de esos con vidrio blindado y con pestillo para depositar el dinero y durante casi veinte largos minutos recorri desde la amplia avenida toda la rambla de la ciudad. La arquitectura y los aires de modernidad contrastaban con las escenas que se ven en el centro cívico, allí donde la diferencia de clases y el fracaso de la política se hacen mas notorias. Al llegar, ya desde la entrada el hotel proponía no solo una estética diferente sino, además, una realidad intramuros digna de establecimientos de ese estilo.
Como era de esperar en la entrada del hotel un botones me invitó a llevar el equipaje hasta la habitación mientras hacía el checkin. Luego de registrarme y de que me dieran la habitación contigua al ascensor y apenas a un piso de la piscina, ingresé a la misma viendo con asombro que nada de lo que había en ella (ni los muebles de simil diseño escandinavo, ni la cama ultrasize, ni el televisor led de marca desconocida) justificaban los 250 dólares que me debitaron de la tarjeta de crédito por cada una de las noche que permaneciera allí.
Teniendo en cuenta que la ciudad estaba saturada y que no había una sola habitación disponible en ningún otro hotel decidí relajarme y abrazar la idea de que peor sería estar en el aeropuerto intentando conseguir un vuelo o deambulando por la calle sin tener donde pasar la noche. Después de todo, me dije, un hotel de estas características seguro me compensará con un buen desayuno, el acceso a la pisicina (que se veía muy bien) o con el salón de actividades donde podían tomarse desde sesiones de spa hasta hacer gimnasia. 

Habitación doble con cama king

Sin embargo, la primera señal de que nada de aquello iba a suceder sobrevino cuando pedí por teléfono un almuerzo en la habitación y lejos de traerla un empleado del hotel lo hizo una mujer en plan delivery, que luego descubrí, trabajaba en el restaurante ubicado frente al hotel. Pero la sorpresa se terminaría de completar al otro día cuando asistí al desayunador y me encontré con un contingente de turistas brasileños que habían ocupado las escasas diez mesas redondas tamaño familiar (otra extrañeza dado que no es cómodo tener que compartir una mesa con desconocidos) y otros tantos esperaban que se desocupara alguna para poder desayunar. En ese momento me me pregunté si era posible que un hotel con trescientas habitaciones tuviera nada más que diez mesas habilitadas a la hora del desayuno, razón por la cual decidí preguntárselo directamente a la recepcionista.
Ante mi queja la empleada me pidió disculpas, me explicó que estaban desbordados y que todo se debía a que el hotel aún no estaba terminado (lo cual explicaba la cantidad de albañiles, pintores y empleados de la construcción que poblaban el hotel) y que en minutos nada mas me iban a conseguir una silla y una mesa. Se imaginarán que a esa altura pensar en el precio que había pagado me acercaba mas a la idea de una estafa que a la de una salvación en medio del colapso. Y créanme que aún quedaba espacio para más irregularidades:  el desayuno no era de calidad (un hotel que cobra esa cifra por noche debería ofrecer un servicio de desayuno americano con la variedad de alimentos que implica), el spa estaba montado pero a la hora de querer utilizar los servicios la mitad de ellos no funcionaban, a la piscina se podía acceder pero acompañado de los empleados en pleno proceso de construcción y la mejor de todas fue cuando una mañana solicité un taxi para ir hasta la Ciudad vieja y el botones del hotel en vez de llamar a una agencia de radiotaxi habilitado llamó a un “amigo” y le pidió que se “apurara” porque tenía un viaje (se imaginarán que el auto no era un taxi y era un auto particular con todo lo que eso conlleva).

Exteriores del edificio desde la terraza


Piscina con vista a la rambla y la playa

Ustedes saben que jamás suelo recomendar un hotel y mucho menos hacer una crítica –ya sea a favor o en contra- pero esta vez lo creí necesario sobre todo  para que tengan en cuenta dónde no tienen que ir el día que piensen una estadía en Montevideo. El proyecto del Hotel Esplendor se alza como ambicioso y generó mucha expectativa en los montevideanos. Su cercanía a la playa, al centro comercial de Punta Carretas y su llamativa estética exterior (que contrasta bastante cuando se conocen las instalaciones y los servicios) hace que muchos lo crean un verdadero hallazgo hotelero pero, lamentablemente, en la realidad no lo es.