Mi madre siempre me decía que, nunca, jamás, utilizara otra cosa que la cuchara de madera para remover los guisos. A ella, se lo había dicho mi abuela y a mi abuela, su tatarabuela y así, hacia atrás, toda la cadena de mujeres de mi familia habían recibido ese consejo que, con el tiempo, se había convertido en una regla casi sagrada.
Nosotras, las mujeres Sazón, tenemos una característica diferencial que nos hace especiales: cocinamos muy bien.Tan magistralmente que, a lo largo de la historia, hemos conseguido embaucar a amantes, hacer claudicar a enemigos, hemos provocado guerras y , también , tratados de paz…
Nos dota de poder.
Por lo menos, eso nos han dicho siempre. Si eres una Sazón, desde la más tierna infancia has escuchado todas esas historias mientras en el horno, se iba tostando un pollo de corral al punto justito. Ese en el que la piel esta doradita y crujiente y la carne blanquita, sedosa, melosa…Nosotras oímos “Juliana” y no pensamos en una mujer…Pensamos en el corte de las verduritas en tiras de 3 a 5 centímetros de largo por 1 a 3 milímetros de grueso…
Todas recibimos un gran regalo en nuestro catorceavo cumpleaños: una fantástica cuchara de madera de boj con nuestro nombre grabado en su mango de una longitud extra-large . Además de ser más larga de lo habitual, la cuchara es más plana que cóncava. Casi que la podríamos llamar pala, pero tampoco…Es la cuchara de las Sazón.
No es una herramienta mágica. Nunca he conseguido nada especial con mi cuchara .Es simple madera de boj y años de aprendizaje y consolidación de conocimientos gastronómicos de generación en generación. Hasta ahora, ninguna de nosotras ha fallado: cocinamos muy bien y cada una, tiene su cuchara. Bueno, vamos a decir que en tiempo presente, esto no es del todo cierto…. Hay una de las Sazón que no tiene su cuchara.Y, claro, si alguien de la familia estaba predestinada a perder la cuchara , esa era yo.
Lo que es cocinar, se me da fenomenal. Mis amigos me llaman Manos de Ángel pero en lo que al orden y concierto se refiere, soy un desastre total. Cuando acabo mis suculentos platos, mi cocina parece arrasada por un huracán. Tardo más en recoger lo que ha dado de sí mi proceso creativo en la cocina que en ejecutar las recetas…Es por eso que acabo molida cuando en la mesa hay más de diez personas : si algo tenemos las Sazón es que no nos vamos a dormir si la cocina ( y la correspondiente cuchara de boj) no reluce como los chorros del oro.
Mi desgracia ocurrió en la mudanza. Después de muchos meses de espera, me habían entregado mi pisito , con cocina hecha a media, en un pueblo a unos kilómetros de la ciudad. Los nuevos inquilinos de alquiler que dejaba, me habían pedido avanzar la fecha de entrada en el piso. ¿Por qué no? –pensé. Me instalaría antes en mi nueva casa… Yupi!
Maldita la hora. De repente, tuve que empaquetar toda “mi vida” (incluida la cuchara de boj de las Sazón) en unas pocas horas y con menos cajas de las que hubiese necesitado y si yo ya tengo un problema organizativo de base, sólo me falto la urgencia y el escaso material de apoyo, para que mi mudanza y mis paquetes fueran un verdadero caos. La montaña de bolsas de basura, con los objetos frágiles envueltos en papel de periódico en su interior y cerradas con cinta aislante, era un claro reflejo de mi sentido de la organización.
Sólo recuerdo que envolví la cuchara en un paño de cocina de los de rizo ( para que estuviera bien protegida) y la metí en una de esas bolsas negras . Sé que la marqué con una cruz, con la cinta aislante roja pero…nunca más volví a ver la bolsa ni su contenido.
La noticia fue recibida con gran consternación por parte de mi madre, mi abuela, mi tía y mis dos primas. El boj era seleccionado por un ebanista del pueblo y lo hacía en la noche del día de nuestro nacimiento. El carpintero, evidentemente, no guardaba restos de reserva de aquellas maderas: según la tradición sólo se podía crear una única cuchara…
Mi madre, a la que el apellido Sazón le pesó menos que el amor maternal, siguió queriéndome igual pero el resto de las mujeres de la familia me retiraron la palabra. Desesperada, me dediqué a buscar la cuchara de boj que más se asemejara a la nuestra, ya no por las Sazón si no por mí misma. Mis platos no eran lo mismo si no los removía y achuchaba con mi cuchara de madera…
Pero, ahora, algo ha cambiado. Tengo una nueva cuchara de boj!
Hace un mes, paseando por un mercadillo de frutas y verduras, me topé con una parada llena de objetos de madera para la cocina: tenedores, cucharas, boles, morteros, ollas, platos…Un hombre anciano, estaba sentado en medio del tenderete, mientras sus manos trabajaban la madera en lo que parecía: ¡Una cuchara! Iba a empezar a tallar la madera de la cazoleta cuando lo interrumpí y le pregunté si podía hacer la cuchara un poquito más plana. El hombre sonrió y me hizo un signo de afirmación con la cabeza. Mientras continuaba su trabajo me preguntó: ¿Estás casada? Y yo le contesté, para darle conversación y agradecerle su dedicación exclusiva, que no había tenido mucha suerte y que el amor se me escapaba de las manos cada dos por tres.
La segunda pregunta se refería a mi trabajo. Le expliqué la verdad: aunque siempre había querido ser cocinera, no había pasado de ayudante rasa en restaurantes de gran prestigio. Casi había acabado cuando me planteó la tercera cuestión que se refería a la forma de la cuchara. Le expliqué la historia de mi familia y lo dolida que estaba con su comportamiento por mi extravío involuntario. Me habían apartado de su vida social de forma fulminante…
Al cabo de un rato, me entregó una cuchara que casi, casi, podía haber pasado por la mía original. Lo único que faltaba era grabar mi nombre en la madera. Alentada por la buena disposición del anciano, se lo pedí con amabilidad. Me respondió que sí, que lo haría pero que al grabar mi nombre, se activaría su magia. Al oír su cháchara sobre sus poderes mágicos, me arrepentí de habérselo pedido pero, no pude ni quise pararlo cuando las letras empezaron a aparecer en la madera.
Cuando me iba, el hombre se levantó de la silla y puso su mano en mi hombro. Acercó su rostro arrugado y me susurró: la magia está en las tres preguntas.
De vuelta a casa, coloqué la cuchara en el bote que le tocaba, cerca de los fogones, preparada para actuar. Intenté recordar qué me había preguntado el anciano : Si estaba casada, en qué trabajaba y por qué quería una cuchara con aquella forma…Pensé en las preguntas y las respuestas y después, miré la cuchara. La observé detenidamente. La volví a mirar. ¿Qué magia ni qué ocho cuartos? Era una cuchara bonita, con mi nombre…y casi, casi, como la de las Sazón.
La primera pregunta tuvo su respuesta mágica, unos días después. Tengo un amigo que es muy, muy amigo. Tanto, tanto, tanto, que no me he atrevido nunca a decirle que estoy locamente enamorada de él. Prefiero optar a su amistad que a no tenerlo en mi vida. Disimulo cuando me explica sus últimas aventuras amorosas y aparento normalidad aunque me muero por dentro. Lo invité a cenar para probar mi cuchara nuevo cómo había hecho cientos de veces, pero ese día, tras degustar una deliciosa crema de coco con filamentos de miel crujiente y nieve de cacao puro, me clavó su mirada profunda y me confesó su amor, inmenso, acumulado a lo largo de los años…Estamos planeando nuestra boda que, deberemos aplazar unos meses porque…¡He conseguido trabajo como Chef en el afamado “Maison Le Ciciricot”! Sí, ya sé que estáis pensando. Era la segunda pregunta.
Debía acudir a la entrevista de selección con una de mis mejores recetas. Así que con mi cuchara nueva, preparé una lasaña natural de calabaza y verduritas con una suave compota de manzana gratinada que me llevó directa al puesto de finalista y , tras la recreación del postre sublime del día en el que él me declaró su amor, conseguí el puesto de trabajo. ¡Aún no me lo creo!
Con estos dos hechos prodigiosos, se me dan las respuestas mágicas a las preguntas que me formuló el señor de las cucharas pero estoy algo desconcertada con la tercera. Sólo recuerdo que le expliqué lo molesta que estaba, sobre todo con mis primas por el vacío familiar al que me estaban sometiendo ya que sólo por afinidad generacional me debían haber comprendido… Su actitud me ha revelado su verdadera personalidad: son unas brujas. Se han enterado de mi nuevo trabajo en el prestigioso “Maison Le Ciciricot” y me han llamado para cotillear. He disfrutado tanto, pasándoles mi condición de Chef profesional por delante de las narices, que creo que bien pueda ser la respuesta mágica a la tercera pregunta. Están muertas de envidia: todas las mujeres Sazón queremos ser cocineras y lo mío, es…un éxito sin precedentes. Toma ya!
Las he invitado a cenar… Para hablar y para limar asperezas…
He encontrado una receta sorprendente: una ensalada de tréboles, endivia y canónigos, con cebolla caramelizada y semillas de beleño. No sé cómo conozco los efectos del beleño pero sé que la ingestión de más de 150 semillas por adulto puede ocasionar la muerte. Y que produce dolor de cabeza, embriaguez, retención de orina y espasmos de los músculos de la mandíbula.
Mi ensalada no lleva más de 150 semillas , me he ocupado de medir la dosis con exactitud para que no haya peligro de alergias o…algún riesgo vital. Aunque tenga efectos secundarios, el plato es delicioso. Qué buena pinta tiene! Yo no la probaré porque no me gusta el beleño…
¿Qué como lo sé? Ni idea. Tengo la certeza absoluta aunque no lo haya catado nunca. Es un poco raro, sí. Lo admito pero ¿qué más dará que coma o no de ese plato?… Me debo concentrar. Mi ensalada debe quedar perfecta. A ver, las semillitas. Pongo 200 … ¿O las he puesto ya? … Mira, no lo sé. …
– Soy tan despistada y tan, tan desorganizada que hasta perdí la cuchara de las Sazón, en una simple mudanza.- Mientras, colmo la ensalada de semillas de beleño…
NB: Cuadro (colgado ya en mi cocina ) con cuchara de boj artesana. #DIY