Una curiosa historia de un cantaor en Tokyo

Por Pitiwo

El otro día me encontré con un amigo y estuvimos hablando de aquellas curiosidades que ocurren cuando viajas a lugares donde no comprendes el idioma y salió una pequeña anécdota de un amigo suyo que decidió viajar a Japón para una gira.

En esta ocasión, me comentó que su amigo fue de gira a Japón presentando su espectáculo y le ocurrieron varias historias curiosas. Una de ellas fue que una noche después de hablar con su familia, se agobió y decidió irse a un bar ya que no tenía con quien hablar en ese momento y como no dominaba el japonés pues decidió sentarse en un bar y ver la gente que por allí rondaba.

Al cabo de unos minutos, un japonés se sento en la misma mesa que él y se quedó mirándolo. Esta ocasión fue aprovechada por el artista que empezó a contar al japonés todo los problemas que estaba teniendo en el entorno familiar: las quejas, peleas, dificultades y malos entendidos por estar tan lejos de España.

El japonés mientras lo observaba seriamente, a veces asintiendo dando a entender que comprendía la situación y tenía todo su apoyo. Entre sus desahogos, el artista invitó a varias rondas a su nuevo amigo japonés que tanta comprensión le estaba demostrando.

Una vez aliviado por contar los problemas le dio las gracias y el japonés empezó a contar los problemas que él estaba viviendo (digo problemas por la forma en la que hablaba ya que no entendió ninguna palabra de lo que dijo durante sus 30 minutos de discurso). A esto, el español respondía de vez en cuando con un: “Sí”, “pues claro” o “estoy de acuerdo”.

Finalizado este curioso encuentro, las dos personas se levantaron, se despidieron cordialmente (cada uno en su idioma) y no volvieron a verse pero sin duda, demostraron que el idioma no es un impedimento en ciertas ocasiones.

Una vez que escuché la historia me pareció tan curiosa que decidí compartirla aquí. Igual, si esta persona hubiese podido hablar japonés; la conversación no hubiese sido tan placentera ya que el poder expresarte durante 30 minutos sin que te interrumpan o te digan que no tienes razón, debe ser una maravilla.

Una pena que no intercambiasen su cuenta de Twitter o un email para haber mantenido viva esa amistad de una noche.