Estamos delante de un disco cuya portada no augura nada pero que nada bueno y cuyo contenido suena como al día después de un fiestorro de padre y muy señor mío, a gloriosa resaca y nostalgia por los días de oro que ya se esfumaron para siempre, a magnificenciacallejera, a sordidez de esa que da como un morbillo raro, a malas buenas compañías, a chulería que rompe reglas y tabúes, a terquedad rockera y también, cómo no, a un poquito de levedad...
Y es que, no olviden, estamos hablando de Lou Reed.