Una de miedo

Por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22

Decía Platón, que de filosofía sabía el hombre, que amar es querer, buscar el bien. Y a su vez que el bien es el desarrollo pleno del ser.

Por tanto, nada más distinto del egoísmo que el amor a uno mismo, labor titánica ésta que hace que a lo largo de nuestra vida le demos sentido a la misma bajo nuestro crecimiento personal, con el fin de que si nos alimentamos bien los demás puedan nutrirse y enriquecerse de nuestra sabiduría.

Y bien entendido que sabiduría no viene de saber, sino de sabor. Cuantos profesores y empresarios he conocido cargados como losas de grandes conocimientos pero de carácter amargo y personalidad insolente que nada me aportaron. Y cuanta gente sencilla de básicos conocimientos me transmitieron el gusto por vivir y la maestría en digerir los malos momentos cargados de experiencia vital. Ya sabemos que la experiencia no es lo que le pasa a una persona sino lo que una persona hace con lo que le pasa.

¿Qué será entonces aquello que nos impide amarnos a nosotros mismos y buscar nuestro desarrollo y crecimiento personal? ¿Qué será lo opuesto al amor?

En un primer impulso podemos responder que el odio, pero éste no es sino una respuesta emocional a los vaivenes que da el amor. No, lo verdaderamente opuesto al amor, al desarrollo pleno, al crecimiento constante que debemos buscar en nuestro amor a nosotros mismos es el miedo.

Este es el que nos hace ir a nuestra zona de confort, a lo cómodo, a lo seguro, al dichoso y maligno refrán de todos conocido de que "más vale malo conocido que bueno por conocer ", o dicho de otra forma sigamos en la cueva de nuestros antepasados hibernando que no sabemos lo que habrá afuera.

El miedo siempre tapa y calla. El amor abre y habla.

¿Es por tanto malo tener miedo? El miedo es intrínseco al ser, va con nosotros, y en absoluto es negativo ya que sin miedo no podríamos vivir ni un segundo en esta vida (pruebe cruzar una calle sin miedo). Otra cosa, nuestra labor, es reconocer nuestros miedos y tener control sobre ellos para saber gobernarlos y así poder decidir en las actuaciones de nuestra vida bajo la libertad y no con el sometimiento paralizante del miedo.

El viento es al fuego lo mismo que el miedo a nuestra vida. No consiste en la fuerza del viento sino en la consistencia del fuego. Si el fuego es consistente, el viento sea como sea no lo apagará. Y nuestra consistencia personal va íntimamente ligada a nuestras convicciones, no conveniencias en el pensar que nos harán tomar buenas decisiones, a nuestra confianza en el sentir que nos permitirá adoptar determinaciones que superen los obstáculos que nos ponga la vida y al compromiso en el actuar que nos lleve a una dedicación que nos haga protagonistas y no espectadores de nuestra apropia vida.

Y este miedo va muy unido a la transparencia en nuestras relaciones, tanto familiares como laborales. La salud de toda convivencia es directamente proporcional a la libertad que tengamos de poder decir lo que nos pasa. El final de un matrimonio, de una convivencia, no es la separación. Se produce mucho antes cuando empieza a anularse el dialogo, cuando por miedo no hablo, no digo, no comento. En toda relación, de lo que no se habla, al final se acaba haciendo. Pero con la problemática de que lo que en un principio era sentimiento se vuelve acostumbramiento y posteriormente resentimiento. Y se acaba haciendo con los aliados del miedo como son el rencor, el odio o la soberbia.

En la Biblia se nos habla de un Paraíso en el Génesis en el cual Adán y Eva andaban desnudos. Pero ese desnudo no aludía a falta de ropa sino a la ausencia de nudos, a la transparencia en la relación. Y cuando empieza la primera mentira se da inicio al miedo y con ello a taparse, esconderse, callarse y culpar. Culpa de la serpiente, de la manzana o del ser más supremo. En definitiva, con el miedo comienza el mundo de la culpa del ajeno por no sumar a nuestra responsabilidad y habilidad la profundidad suficiente para gobernar nuestros miedos.

Tenga miedo, no es malo. Pero sepa gobernarlo para controlarlo desde su libertad. Y repito lo mismo de siempre. Igual me da hablar de familia que de trabajo. Piénselo.

Fuente: Blog de José Pomares.

C. Marco