El asunto tiene su gracia: la misma gente que te acusa de fomentar el morbo le pregunta al de al lado de qué cadena eres y a qué hora se emite tu informativo, y, cuando llega el momento, se planta frente a la tele para ver qué cuentas.
Estos días me ha tocado la china de Arganda –y no me refiero a los comercios asiáticos de la localidad, sino al mal trago de cubrir la muerte de una espectadora de 48 años en el encierro del jueves–. Allí he tenido que escuchar de todo: que si soy antitaurina –manda huevos: llevo yendo a los toros desde que tenía dos años, y han pasado casi 30–, que si por qué no sacamos nada más que sangre –no se acuerdan de las veces que hemos dado información de los triunfos de José Tomás, o de cuando hemos entrevistado a Enrique Ponce o a César Rincón y hemos recuperado imágenes de sus triunfos– y que si sólo contamos lo negativo.
No voy a perder tiempo rebatiendo a los que no atienden a razones. Es como hablar con la pared, y para eso, la verdad, hablo sola, que al menos me respondo y me digo lo que me sale de la peineta. Sólo os dejo la información que he hecho estos días al respecto, con el máximo respeto por la Fiesta y por la afición de Arganda –que la hay, y muy buena, por cierto–. Sí, he criticado a los imprudentes, claro: ellos –entre otros muchos– empañan el brillo de la tradición.