Esta tarde ha sido piadoso y han llegado a media tarde. No ha espoleado la gazuza, pero la conversación, escueta, me ha llevado -la mente es caprichosa- por senderos de nostalgia: veo las fotos, “tiene buena pinta”, le digo; “dos orejas”, responde… él es taurino, yo no y le respondo: “a la plancha, con su ajo y su perejil”.
Melosas por fuera, cartilaginosas por dentro, algunos retazos crujientes de su paso por la plancha, ajo, perejil, cañas que chorrean, una voz de barítono se alza sobre la barahúnda: “¡pasen al fondo señoresss, hay sssitio!, ¿qué va ser?” y declama sin descanso: “dos caañitass para los señores y una fanta para la niña”, “¡¡Una de chaaampi, una de oreja!!”. Clamor de loza, vasos que marcan un compás imposible sobre el acero inoxidable del mostrador, “¡Oído cocina!”. Que si Gárate que si Leal, que no, que el árbitro comprao. “Niño estate quieto, ya nos vamos”. “Está acabao”, “¡Qué dices, chato! media verónica y pone las Ventas boca abajo, ¡No es nadie el Antoñete!”. El vocerío se escurre en goterones por cristales empañados de vapores de fritanga. Una pareja entrada en años apura ensimismada una ración de gambas. Un niño tira del abrigo de su madre. Tres que salen , cinco que entran “¡Al fondo hay sitio!” “Dos cañitas y una de oreja, marchaaando”.
La banda sonora en todos los casos era similar, fuesen navajas u orejas, gambas o calamares, esa zarabanda inconfundible, sonidos de los bares de Madrid que esas dos orejas me han traído a la memoria.
Muchas veces he intentado imitar las raciones de los bares en la cocina de casa… no me ha resultado fácil. Siempre hay algún matiz que se escapa. Especial batalla mantuve con las bravas, otro clásico del tapeo madrileño, hasta que descubrí que la fórmula era mucho más simple que las mezclas que intentaba.
Las orejas no me salen mal del todo, así que aprovechando que son las culpables de estas líneas, comparto mi receta, que no tiene por qué ser la más auténtica, pero al menos es resultona.
Se cuecen las orejas con una hoja de laurel, una rama de perejil, uno o dos dientes de ajo sin pelar y una cebolla cortada por la mitad. Aunque ya puestos, si ese cocimiento lo enriquecemos con dos o tres zanahorias, uno o dos puerros y una ramita de apio, puede que las orejas no se enteren, pero nosotros tendremos un excelente caldo, que colado y desgrasado, será una base que hará memorables los guisos de legumbres, patatas o arroces. La única dificultad que ofrece este cocimiento es dar un punto a la oreja lo suficientemente tierno como para que resulte agradable pero sin llegar a resultar tan blandas que luego se nos deshagan en la plancha.
Escurrimos perfectamente las orejas y dejamos enfriar. He comprobado que si las enfriamos suficiente tiempo en frigorífico saltan un poco menos… Esto es importante porque conviene armarse de una buena tapa de sartén y aunque no llegan a ser necesarios ni casco ni gafas protectoras, lo cierto es que a veces las orejas montan un considerable espectáculo de saltos sobre la plancha.
¿Maridaje? Seguro que mucho vinos podrían acompañar con éxito a estas orejas… pero no lo dudo: una caña, con espuma cremosa, chorreante… me pueden los recuerdos.
Fotografías de la Fuentecilla:
En color: amablemente cedida por D. José Alejandro de la Orden. https://www.flickr.com/photos/21946657@N07
Antigua: de La Fuentecilla pertenece al blog Historias matritenses: http://historias-matritenses.blogspot.com.es/2014/11/la-fuentecilla-ahi-es-na.html