Una ecoaldea en un lugar remoto del Caribe

Por Marbel

Continúo contándoos nuestro viaje en el Caribe Sur de Costa Rica. Nos quedamos en ese bote que nos recogió en Manzanillo para llevarnos a la ecoaldea de Punta Mona, un lugar peculiar e interesante, donde demuestran que es posible llevar una vida más sostenible y respetuosa con nuestro planeta. Esta ecoaldea fue creada en 1997 por un americano visionario, Stephen Brooks, que antes se dedicaba a organizar viajes de ecoturismo para estudiantes americanos. En cuanto llegó a este lugar, conectó con él y con su único habitante, y decidió comprar un terreno para comenzar su visión de crear un lugar donde vivir de forma sostenible con el entorno. Yo tenía mucho interés en este lugar, de hecho pensé hasta en hacer mi tesina en él mientras hacía un voluntariado, pero me salía demasiado caro. Además otro problema es que la conexión de internet es muy mala y lenta. Pero bueno, al menos iba a poder visitarlo un par de días.

El trayecto en el bote duró como media hora y fue muy divertido! Por qué, os preguntaréis. Bueno, pues había bastante oleaje y eso hacía que nuestro bote fuera dando saltos sobre las olas lo cual nos hizo gritar en más de una ocasión. Nos aproximamos a unos islotes donde nos dijeron que se veían bastantes aves, y ya vimos algunos pelícanos en los árboles. También nos dijeron que alrededor de allí también era bueno para el snorkel aunque había que tener un poco de cuidado con las olas al acercarse a las paredes rocosas. Al acercarnos a la costa, teníamos ante nuestros ojos preciosos palmerales verdes que contrastaban con el azul del mar, bienvenidos al paraíso.

En el bote, además del señor que lo llevaba, un afrocaribeño limonense, estaban dos residentes de la ecoaldea, unos americanos muy pelirrojos que al principio pensé que eran hermanos o pareja, pero resultó que se habían conocido allí. Como los dueños de la ecoaldea son americanos (Stephen y su mujer Sarah), era común que hubiera voluntarios y residentes de su país. Por cierto, los dueños no estaban allí, se habían ido unas semanas a Estados Unidos, lo cual fue una pena porque tenía mucha curiosidad por conocerlos.

Al llegar allí, nos encontramos con los trabajadores de Punta Mona, gente local que vivía en Gandoca, el pueblo más cercano, y que estaban a punto de marcharse a su casa después de la jornada de trabajo. Nos esperaban en la playa, quizás porque tenían curiosidad por conocernos. Ya en el edificio principal nos encontramos al resto de residentes, voluntarios y trabajadores extranjeros; no eran muchos en realidad, tal vez diez en total. Nos confesaron que nuestra llegada había causado gran excitación ya que era lo más emocionante que les había pasado en mucho tiempo.

Primero de todo nos enseñaron donde estaban nuestros alojamientos. Yo iba a tener mi propia habitación en un edificio diferente de donde iban a estar mis amigos. En esta foto de abajo estoy frente a mi casita, jeje.

Ellos estaban en la planta de arriba del edificio principal. Era un sitio muy chulo, con una pequeña biblioteca, hamacas y unas mesas.

Después nos enseñaron los servicios y duchas. Eran bastante austeros, pero mucho mucho. De la ducha no tengo foto, pero era como medio al aire libre, ya que estaban abiertas por arriba aunque luego había un techado. Eso sí, al menos tenían agua caliente, algo que yo no esperaba demasiado. El servicio, era uno solo para todos, y era de compost, así que no había agua. Aquí tenéis una foto para que veáis.

Después de darnos una ducha donde descubrimos que no estábamos solos en ella (unos enormes grillos nos miraban con sus ojos saltones desde el techo), fuimos a cenar una deliciosa cena sana y ecológica. Nos habían llamado con una caracola, que solían utilizar para avisar a la gente de cada comida. Frente a la cocina nos esperaban, en círculo y con las manos cogidas. Nos dijeron que antes de empezar a comer (excepto en el desayuno) se reunían de esta manera para dar las gracias por las cosas buenas de ese día. Nos unimos al círculo y cada uno dijimos las gracias por lo que quiso. También aprovecharon la ocasión para presentarse cada uno con su nombre y su procedencia, y nosotros también.

Por la noche, descubrimos que en nuestras habitaciones tampoco estábamos solos, nuestras queridas amigas las cucarachas rondaban por allí. Menos mal que teníamos una mosquitera en la cama, yo ahí me sentía más protegida de los innumerables bichos que podría haber alrededor. Para ir al baño uno tiene que mirar bien al suelo si no quiere acabar pisando uno de los muchos sapos que por allí andaban por la noche, que por cierto son venenosos (como los que a veces entraban en mi habitación de Tortuguero). En esta foto podéis ver a uno de ellos.

Al día siguiente tuvimos una clase de yoga muy temprano por la mañana, que por cierto fue una maravilla hacer yoga en aquella sala abierta y rodeados de naturaleza. Luego queríamos hacer kayak. Ellos ponían a nuestra disposición los kayaks pero no estaba incluida ninguna excursión guiada. La verdad que adentrarnos en aquellos mares solos no nos convencía mucho, sobretodo a mi, que todo hay que decirlo, yo no soy mucho de mar, y me impone bastante. El caso es que un chico costarricense que vivía en Puerto Viejo pero es amigo de la gente de la ecoaldea, y que estaba pasando el fin de semana con ellos, se ofreció a llevarnos a la zona de los islotes que pasamos el día anterior en el bote. El problema es que sólo había cuatro remos, y éramos cinco. En fin, yo decidí renunciar, en parte porque tenía que enviar unos cuantos emails (es lo que tenía ser la organizadora del viaje), pero también porque recordando el oleaje del día anterior no me terminaba de convencer demasiado meterme allí con el kayak. Mis amigos allá que se fueron, a ver qué se encontraban.

Después de los emails (que me costó Dios y ayuda enviar por la lentitud de la conexión a internet), me fui a pasear por la playa para hacer algunas fotos. Me llevé las gafas y tubo para hacer snorkel por allí cerca. Cuando ya me disponía a meterme, me encontré a mis amigos que llegaban. No traían buena cara, incluso una de ellas se fue directamente a descansar a la cama porque venía revuelta por el oleaje. Los demás me contaron que hice bien en no ir porque había demasiadas olas y al acercarse a los islotes lo pasaron un poco mal. El kayak del chico que los guiaba volcó y lo pasó fatal para poder darle la vuelta y volver a subir. Cuando bajaron a hacer snorkel, apenas se veía nada porque el agua estaba turbia. En definitiva, que fue un desastre del que menos mal que me libré. En el snorkel que hicimos cerca de la playa vimos unos pocos pececillos pero nada del otro mundo.

Teníamos una visita a la finca programada por la tarde. Nuestro guía era Fernando, un guatemalteco que estaba allí trabajando por un año mientras se sacaba su máster de sostenibilidad y desarrollo comunitario a distancia. Primero nos llevó a ver el vivero donde tenían diversas especies de plantas que luego transplantaban a los terrenos de sus plantaciones.

Nos enseñó una especie de pocitas muy curiosas donde metían peces y que al parecer era una tradición inca. Ese agua resultaba ser muy fertilizante para las plantas.

Después caminamos por el bosque cercano y terminamos visitando las plantaciones, donde nos enseñaron todo lo que tenían. No tenía para nada el aspecto de los huertos a los que estamos acostumbrados, esto es horticultura tropical (o mejor dicho permacultura, que es el tipo de agricultura ecológica que aquí practican). Me puedo imaginar que trabajar en este tipo de plantaciones y con el agobiante clima del Caribe, no tiene que ser nada fácil.

Tras la excursión, mis amigos decidieron probar suerte con el kayak para ver si veían delfines, aunque esta vez ya no se acercarían a los temidos islotes, jeje. En principio íbamos a ir con ellos en el bote a motor que tenían pero cuando nos enteramos de que nos cobraban $25, nos echamos atrás. Yo la verdad no esperaba mucho que sin guía los fuéramos a encontrar, así decidí no ir. Efectivamente no me equivocaba, volvieron decepcionados una hora más tarde porque no vieron ninguno. En esta zona hay delfines pero verlos sin ir con un guía, es cuestión de tener suerte. Yo me quedé bañándome en la playa, y mis amigos hicieron lo mismo al regresar.

Antes de la cena, nos duchamos, con nuestros queridos grillos mirones, que además parecía que cada vez estaban más grandes. Creo que nunca me había dado tanta prisa duchándome, ante el miedo de que me cayera semejante bicho encima, lo cual le pasó a una de mis amigas la noche anterior.

Al día siguiente yo me levanté aún de noche porque quería ver el amanecer en la playa y hacer fotos. Eran como las 5 de la mañana cuando me fui para allá. Es esfuerzo de madrugar se vio recompensado por estas maravillosas imágenes. Cuando llegaron mis amigos (a los que les costó más madrugar) ya era demasiado tarde para verlo.

Después del desayuno partimos hacia Gandoca. Un muchacho del pueblo vino con su mula a la que le colocó unas alforjas improvisadas con unos sacas y allí metió nuestras mochilas. Yo pensaba que aquello no iba a aguantar, pero sorprendentemente aguantó muy bien todo el trayecto. Ya eran casi las 7:30 cuando salimos, un poco tarde, pues  nos esperaban en Gandoca a las 8 para llevarnos a nuestra siguiente etapa del viaje.

Antes de marcharnos nos hicimos esta foto de grupo con algunos de la ecoaldea.

El trayecto a pie desde Punta Mona a Gandoca es una pasada de bonito, y yo creo que es algo que no hacen muchos turistas porque no vimos a nadie. Si alguna vez vais por esta zona, os recomiendo que lo hagáis, os encantaría. Y si no, aquí tenéis estas imágenes como prueba.

Al llegar a la pulpería de Gandoca (lugar donde se supone nos esperaba el minibús de la agencia de turismo rural comunitario con la que teníamos contratado un tour de cuatro días), no había nadie. Temíamos que por haber llegado media hora tarde se hubieran marchado pensando que ya no llegábamos. Pulpería, por cierto, es tienda en tico, y mis amigos (bueno, y yo también cuando lo oí por primera vez en Tortuguero) pensaban que se trataba de un lugar donde se vendía pulpo, jeje.

Bueno, el caso es que en la pulpería nos dijeron que vieron un minibús pasar por allí camino a la playa, pero de eso hacía una hora. Decidí llamar a la agencia, pero allí en Gandoca, que es un pueblillo con cuatro casas, no había cobertura de móvil, así que tuve que pedir el favor en la pulpería de hacer la llamada desde su teléfono fijo. Al parecer hubo una confusión, yo hace tiempo cambié la hora de nuestra recogida a las 8 de la mañana (originariamente era a las 7:30), pero ellos no se acordaron de decírselo al conductor, por lo que él se presentó a las 7:30. Llamaron por teléfono al conductor, que ya iba de camino a su casa, y media hora después se presentó a buscarnos. En fin, un lío que al final nos hizo perder mucho tiempo. Nos subimos al minibús y nos dirigimos a nuestra próxima parada. Ahora nos esperaba conocer la comunidad indígena bribri, que vivían junto al río Yorkín, toda una experiencia que no os podéis perder; estad atentos a mi próximo post si queréis saber cómo fue.