Para ese entonces el Voleibol era parte de mi vida más que cualquier otra cosa, como quizá todo a esa edad importa nada y la diversión es el único dios sobre la tierra. Mis entrenamientos eran diarios y armonizaban con los horarios de trabajo. Si, el trabajo… porque antes que conocerme niño me conocí trabajador, primero en mi casa despierto desde las 3 a.m. haciendo arepas de maíz para la venta en el barrio y unos dos años más tarde debutando en un local comercial de pueblo donde se vendía de todo a la vez con un solo registro en cámara de comercio, cuyo nombre y realidad articulaba tres razones sociales “BARCAPAN” que significa “Bar-Cafetería-Panadería”. ¡Nunca antes visto!
Este ritmo fue excluyendo de manera sistemática la actividad académica, de tal forma que pronto se visualizaron los primeros resultados de fracaso escolar, y en cierto período académico la evaluación se fue en mi contra, perdí 4 asignaturas y el drama se dejó venir, mi madre no dudó en lanzar al aire la idea de parar mis estudios, para ella era inconcebible que pasara más tiempo jugando Voleibol que estudiando, pues el trabajo y la subsistencia era algo natural, es decir, según ella la actividad invasiva para mi época de infante era el juego. ¡Nunca antes visto!
Así entonces, en mi casa empieza un régimen de estudio para poder recuperar y hacer que esa historia no se repitiera, pero dentro de mí la motivación principal para aprobar asignaturas eran los permisos de viajar a las competencias, nadie lo sabía, nadie notó dicha motivación, nadie se preocupó por llegar a mí y lograr que yo construyera una articulación entre escuela y deporte, a nadie se le ocurrió hacer que por mis propios medios concluyera que ambas actividades eran posibles y que de la mano podría desarrollar muchas habilidades y obtener muchos conocimientos, nadie lo hizo. ¡Nunca antes visto!
El transcurrir del bachillerato escolar no tiene espacio significativo en mi memoria, el desencanto era tal que pasaba más tiempo en el campo de juego que en el aula, mi futuro lo veía con un balón en la mano en vez de un libro, recuerdo que para mí la biblioteca era un encanto si y sólo si la hermosa bibliotecaria pasaba y me arrastrara hacia ella, su simpatía abarcaba ese restico de tiempo que me quedaban más allá de los entrenamientos y el trabajo, ella me gustaba más que mis profes, ella no tenía enemistades con mi herramienta de juego, el balón y mis destrezas con éste era el puente de acercamiento entre ella y yo, no supe en que momento el rodar del mundo permitió que una bibliotecaria prestara más atención a mi pasión por el deporte y lo demás, en vez de hacer un bonito esfuerzo por enganchar esos resticos de mi tiempo libre con la lectura, no lo intentó ni a ratos. ¡Nunca antes visto!
El aula para mí era una cárcel, si bien no intenté salir de ella hice que todos los “reclusos” y “carceleros” allí estuvieran a mi favor para hacer de esa vida algo más llevadero, pues mis verdaderos amigos estaban por fuera, allá inmersos en el agite del deporte, iniciando entrenamientos con trotes hacia el cerro del pueblo y cumpliendo con el calentamiento de rutina a través de la lúdica y una recreación que, a mi manera de ver hoy, me constituyen en valores sociales que de otros espacios no soy consciente. Mientras eso sucedía en la escuela empezaron a prohibir los cortes de cabello personalizados, revisaban que cada alumno llevara las medias blancas, la camisa sin arrugas y que las mujeres usaran una falda a la altura no deseada por ellas y así evitar deseos de otros. Al parecer para los eruditos de mi escuela esos controles y mediciones son el pilar de una vida social intachable. ¡Nunca antes visto!
No todo en ese proceso de formación fue malo, algunos maestros aportaron para que mi continuidad fuera tal que llegara a la graduación, por ejemplo, una de ellas fue quien motivó a mi madre a que no parara mis estudios, casi nunca supe nada de esa maestra en cuestión, de hecho, nunca recibí una clase suya, pero si no hubiese sido por ella (cuenta mi madre), no estaría escribiendo esta historia aquí y ahora, quizá retomaría otras experiencias distintas como lo planteo en el relato “5 años en 10 párrafos” que trata de otra experiencia luego de la educación básica.
Logré sobrevivir medianamente bien al bachillerato, de manera inconsciente me vi desfilando con una toga que no me alcanzaba a tapar el reloj de pared que me colgaba en la muñeca, encogido de hombros para disimular la insuficiencia de talla, mientras me preocupaba por el día siguiente: era sábado y el domingo la jornada laboral empezaba a las 6 a.m. lo que significaba que habría ley seca para mi esa noche y que trasnochar sería enterrar una puñalada a mi salud. Una vez graduado todos lloraban, yo miraba hacia los lados y quería llorar a ver si no hacía el ridículo, llegó la mamá de un amigo y me dio las gracias estregándome sus lágrimas en la toga, menos mal que no era mía (la toga) y yo sonreía pero por cuestión de nervios, no me acordaba de su nombre para corresponder, pensé ¿Socorro o Consuelo?, no alcancé a balbucear nada hasta que llegó mi madre y me rescató. De principio a fin todo ese período escolar fue una calamidad, conté con la suerte de ser muy pequeño y preocuparme poco por lo que allí pasaba, pues siendo de otra forma hubiese sufrido, ¿Nunca antes visto?
Lo que ahora identifico como “¡nunca antes visto!” Es mi estadía en la Facultad de Educación, cualquiera pensaría en ese instante de inspiración escolar para decidir ser un maestro, pero no. En verdad el sinsentido de muchas cosas en ese espacio escolar son las que me motivaron a adentrarme en este mundo de la Educación, en conocer cómo las personas aprenden, porqué aprenden y el sentido que en ello se retoma. En la medida que esa automotivación sea continua será el espacio de tiempo para darle significado a mis actividades actuales, reconstruir a partir de la introspección biográfica y la articulación con lo nuevo conocido.