Hoy en facebook, me he encontrado con unas líneas que me han hecho pensar:
Una madre caminaba llevando en cochecito a una bebé ( a juzgar por todo el rosa que la rodeaba) que tendría unos 2 meses, la criatura lloraba desconsoladamente, retorciéndose en su “aséptica camita”, la madre inmutable solo se limitaba a conducir el cochecito y mirar el horizonte; a su lado caminaba una nena pequeña de unos 3 años, cantando aparentemente indiferente al llanto de su hermanita, hasta que se detuvieron para cruzar la calle y la niña pequeña se giró hacia su hermana y le dijo con enojo “¡calla bebé, basta!” y luego sonrió buscando la mirada de su madre, que ni así obtuvo.
Y así iban 3 mujeres unidas en el abuso, la sumisión y la indolencia. Una madre con las entrañas mutiladas incapaz de conmoverse con el dolor de su criatura. Una pequeña niña en busca de amor y aprobación repitiendo el lenguaje del desamparo y el maltrato que tan bien conoce en carne propia y una bebé aprendiendo el abecedario de la carencia y el dolor. He ahí la semilla de la violencia, la raíz de esta sociedad del miedo y la carencia.
Cuantas veces habremos sido testigos de una imagen como esta...Las calles están tan llenas de personas con las entrañas tan mutiladas, como cita el texto, que esta manera de relacionarnos con nuestros hijos resulta común, para muchos incluso normal.
No alcanzo a imaginar cuanto dolor y desamparo debe llevar tras de sí una madre capaz de vivir ajena a los sentimientos de sus hijos. No alcanzo a imaginar cuanto sufrimiento esconden los ojos de esas madres que no disponen de una mirada o que miran sin ver.Como ya dije en una ocasión, creo que no es posible hacer felices a los demás desde la propia infelicidad, de la misma manera que no es posible amparar cuando nuestra vivencia es de desamparo. Pero creo profundamente en la capacidad de sanación del ser humano y sé que aunque no podemos cambiar el pasado, si que podemos modificar el presente, con el fin de no repetir estos modelos que solo conducen a la infelicidad, la carencia y la violencia.Pero no es fácil, porque para sanar tenemos que zambullirnos en nuestro dolor, resucitar a nuestra niña interior y escuchar sus llantos, sus gritos, sus súplicas, sus carencias. Tenemos que ver nuestras carencias y ponerles nombre, con el fin de reconocerlas y no transmitirlas a nuestros hijos. Porque, como dice Laura Gutman, lo que no somos capaces de nombrar, no existe.Y, para ello, tenemos que dejar de vivir nuestra vida desde las palabras de otros...¿cuantas veces, cuando nos preguntan sobre nuestra infancia, decimos, por ejemplo que eramos buenos, o unos trastos, que comíamos muy bien, que hacíamos esto mal, porque hemos hecho nuestras las palabras de nuestra madre, padre, abuela? ¿Cuantas veces hemos dicho que eramos llorones, tranquilos, porque es lo que a nosotros nos han contado?Para poder sanar tenemos que revivir nuestra infancia sin que hable ese "yo engañado", dar nombre a nuestros sentimientos y a nuestros desamparos sin miedo. Porque perder la infancia feliz que nos han contado y encontrar al niño herido que realmente somos es un proceso doloroso. Y el dolor nos da miedo, aunque a veces sea lo único que nos acerque a la esencia, a nosotros mismos. Hoy cito el texto de cabecera como ejemplo de como algo habitual, del día a día, es el desencadenante de una espiral de destrucción y sufrimiento. Como ejemplo de que la violencia no solo se expresa a través del golpe o el insulto, y que no solo sufren el desamparo los niños abandonados por su madre. El germen de la violencia y el desamparo es sutil, se gesta en pequeñas cosas que ocurren mientras miramos a otro lado, que apenas percibimos.Mientras tanto, esa madre seguirá sin ver a sus hijas, ajena al inmenso sufrimiento que con su actitud está causando y sin saber que será ese ejemplo desde el que sus hijas se relacionaran con el mundo y con sus futuros hijos...Ante estas situaciones, en las que no hay culpables pero sí muchas víctimas, solo puedo sentir tristeza e impotencia.