Aquí y entonces en el siglo XIX
¿Qué pensaban de Las Casas Martí y Sarmiento?
Luego de atravesar por la llamada disputa de Valladolid en el siglo XVI de la mano de los filósofos Todorov, Dussel, Roig y otros; luego de expresar en términos de una reedición de la discusión respecto lo que se dio en llamar problemática indígena, con ayuda de los autores, en la concepción de D. F. Sarmiento y de revisar la mirada de José Martí en su ensayo Nuestra América a través de Roig; y para ir cerrando ahora estos apuntes de lectura, me pregunto entonces acerca de qué pensaban Martí y Sarmiento sobre aquella controversia que tuviera lugar allá y entonces, en el siglo XVI.
La respuesta por parte de ambos es sumamente clara.
¿Guerra social? En fin, cuestión de intereses...
Para Sarmiento *, Las Casas no sólo exagera, tampoco comprende, y además miente:
"La filantropía exagerada del Obispo de Chiapas, excitada por las crueldades ejercidas por los conquistadores españoles con indios del carácter y en el estado intelectual que hemos descripto, ... trajeron por su mal consejo la idea de introducir negros esclavos de Africa, para reemplazar a los indios en el trabajo forzado de las minas y otras faenas americanas. El historiador de México, Wilson, pone en duda las cifras abultadas que el Padre las Casas atribuye a la crueldad de sus compatriotas con los indios..." [p. 67] (la cursiva es mía)
Y con palabras textuales de Wilson, asume sin más:
" "Las Casas no comprendió el principio constitutivo de la familia humana. Sus hermanos, los frailes misioneros, mas tarde encontraron empíricamente, la causa y el remedio. El indio reducido fue obligado al trabajo" " [p. 68]
Sarmiento viene expresando de tiempo atrás que la lucha entre la "civilización" y la "barbarie" constituía esencialmente una guerra social, y así había intitulado varios capítulos del Facundo; y como dice A. Roig [1] "Lo "mestizo" incorporado como forma de conciencia, aparecerá como algo espurio, metido en el alma de todos lo americanos", y se mostrará como lo que habrá que erradicar. De ahí proviene el "constante rechazo de sí mismo que en la práctica social se resuelve en un rechazo de los otros. Sarmiento, "el gran mestizo", como se lo ha llamado, se esforzaba por hacer ver a sus compatriotas que la "barbarie" la tenían metida en la sangre: "he acostumbrado a los americanos a oírse llamar bárbaros" Los positivistas elaboran una doctrina de la barbarie desde su teoría de las "enfermedades sociales", en términos biologistas... " Para Roig la posición de Sarmiento "fue radicalizándose a medida que se fue incorporando al grupo liberal porteño que triunfó de la tiranía popular de Juan Manuel de Rosas."
Y David Viñas, en Indios, Ejército y Fronteras (1985) lo cita:
"Nada ha de ser comparable con la ventaja de la extinción de las tribus salvajes" [O.C., t.XLI; cit. Viñas, p.46]
"[...] Así pues, la población del mundo sujeta a revoluciones que reconocen leyes inmutables: las razas fuertes exterminan las débiles, los pueblos civilizados suplantan la posesión de la tierra a los salvajes" [O.C.,TII, p214; cit.Viñas]
Y entonces resulta inevitable su comparación con Sepúlveda (en De las justas causas...)
"Podemos creer, pues, que Dios ha dado grandes y clarísimos indicios respecto del exterminio de estos bárbaros"
Y asimismo con lo expresado por Gonzalo Fernández de Oviedo al referirse al genocidio en La Española:
"Ya se desterró Satanás desta Isla: ya cesó todo con cesar y acabarse la vida de los más de estos indios" y "¿Quién puede dudar que la pólvora contra los infieles es incienso para el Señor?" [Cit. Todorov, La Conquista de América, p.162]:
La alegría de obrar bien
A fuego mandan tocar
las campanas del olvido
Cómo es posible apagar
fuego y amor encendido
Violeta Parra, en Por sabiduría.
Por su parte José Martí dedicó al padre Bartolomé de Las Casas varias páginas en la revista que escribió para los niños de América, La Edad de Oro [2]. Y así dice de él:
[...]... él no los iba cazando con perros hambrientos, para matarlos a trabajo en las minas: él no les quemaba las manos y los pies cuando se sentaban porque no podían andar, o se les caía el pico porque ya no tenían fuerzas: él no los azotaba, hasta verlos desmayar, porque no sabían decirle a su amo donde había más oro: él no se gozaba con sus amigos, a la hora de comer, porque el indio de la mesa no pudo con la carga que traía de la mina, y le mandó cortar en castigo las orejas: él no se ponía el jubón de lujo, y aquella capa que llamaban ferreruelo, para ir muy galán a la plaza a las doce, a ver la quema que mandaba hacer la justicia del gobernador, la quema de los cinco indios. El los vio quemar, los vio mirar con desprecio desde la hoguera a sus verdugos; y ya nunca se puso más que el jubón negro, ni cargó caña de oro, como los otros licenciados ricos y regordetes, sino que se fue a consolar a los indios por el monte, sin más ayuda que su bastón de rama de árbol.
[...] Caían, como las plumas y las hojas. Morían de pena, de furia, de fatiga, de hambre, de mordidas de perros.
Y entonces se asumió como su defensor y:
... empezó su medio siglo de pelea, para que los indios no fuesen esclavos; de pelea en las Américas; de pelea en Madrid; de pelea con el rey mismo: contra España toda, él solo, de pelea.
[...] "Yo he visto traer a centenares maniatadas a estas amables criaturas, y darles muerte a todas juntas, como a las ovejas."
[...] De noche, desvelado de la angustia, hablaba con su amigo Rentería, otro español de oro. ¡Al rey había que ir a pedir justicia, al rey Fernando de Aragón! Se embarco en la galera de tres palos, y se fue a ver al rey.
Seis veces fue a España, con la fuerza de su virtud, aquel padre que "no probaba carne". Ni al rey le tenia él miedo, ni a la tempestad. [...] "porque la maldad no se cura sino con decirla, y hay mucha maldad que decir, y la estoy poniendo donde no me la pueda negar nadie, en latín y en castellano".
En la Metrópoli había muchos intereses mezquinos:
Si era su enemigo Fonseca el que mandaba en la junta de abogados y clérigos que tenia el rey para las cosas de América, a su enemigo se iba a ver, y a ponerle pleito al Consejo de Indias. Si el cronista Oviedo, el de la "Natural Historia de las Indias", había escrito de los americanos las falsedades que los que tenían las encomiendas le mandaban poner, le decía a Oviedo mentiroso, aunque le estuviera el rey pagando por escribir las mentiras. Si Sepúlveda, que era el maestro del rey Felipe, defendía en sus 'Conclusiones" el derecho de la corona a repartir como siervos, y a dar muerte a los indios, porque no eran cristianos, a Sepúlveda le decía que no tenían culpa de estar sin la cristiandad los que no sabían que hubiera Cristo... ni tenían más noticia de Cristo que la que les habían llevado los arcabuces. Y si el rey en persona le arrugaba las cejas... se le ponía ronca y fuerte la voz... y al rey le decía, cara a cara, que el que manda a los hombres ha de cuidar de ellos, y si no los sabe cuidar, no los puede mandar, y que lo había de oír en paz, porque él no venía con manchas de oro en el vestido blanco...
Las Casas no improvisaba:
Sabía religión y leyes, y autores latinos, que era cuanto en su tiempo se aprendía; pero todo lo usaba hábilmente para defender el derecho del hombre a la libertad, y el deber de los gobernantes de respetárselo. Eso era mucho decir, porque por eso quemaban entonces a los hombres.
Y el tigre asechaba, y Las Casas sabía como vérselas con él:
Y Fonseca y Sepúlveda querían que "el clérigo" las Casas dijese en sus disputas algún pecado contra la autoridad de la Iglesia, para que los inquisidores lo condenaran por hereje. Pero "el clérigo" le decía a Fonseca: "¡lo que yo digo es lo que dijo en su testamento la buena reina Isabel; y tú me quieres mal y me calumnias, porque te quito el pan de sangre que comes, y acuso la encomienda de indios que tienes en América!" Y a Sepúlveda, que ya era confesor de Felipe II, le decía: "Tú eres disputador famoso, y te llaman el Livio de España por tus historias; pero yo no tengo miedo al elocuente que habla contra su corazón, y que defiende la maldad. y te desafío a que me pruebes en plática abierta que los indios son malhechores y demonios, cuando son claros y buenos como la luz del ida. e inofensivos y sencillos como las mariposas." Y duró cinco días la plática con Sepúlveda. Sepúlveda empezó con desdén, y acabó turbado. El clérigo lo oía con la cabeza baja y los labios temblorosos, y se le veía hincharse la frente. En cuanto Sepúlveda s e sentaba satisfecho, como el que hincó el alfiler donde quiso, se ponía el clérigo en pie, magnifico, regañón, confuso, apresurado. "¡No es verdad que los indios de México mataran cincuenta mil en sacrificios al año, sino veinte apenas, que es menos de lo que mata España en la horca!" "¡No es verdad que sean gente bárbara y de pecados horribles, porque no hay pecado suyo que no lo tengamos más los europeos; ni somos nosotros quién, con todos nuestros cañonea y nuestra avaricia, para compararnos con ellos en tiernos y amigables; ni es para tratado como a fiera un pueblo que tiene virtudes, y poetas, y oficios, y gobierno, y artes!" Y "No es verdad, sino iniquidad, que el modo mejor que tenga el rey para hacerse de súbditos sea exterminarlos, ni el modo mejor de enseñar la religión a un indio sea echarlo en nombre de la religión a los trabajos de las bestias; y quitarle los hijos y lo que tiene de comer; y ponerlo a halar de la carga con la frente como los bueyes!" Y citaba versículos de la Biblia, artículos de la ley, ejemplos de la historia, párrafos de los autores latinos, todo revuelto y de gran hermosura...
Y he aquí el quid de la cuestión:
[...] El hombre virtuoso debe ser fuerte de ánimo, y no tenerle miedo a la soledad, ni esperar a que los demás le ayuden, porque estará siempre solo: ¡pero con la alegría de obrar bien, que se parece al cielo de la mañana en la claridad!
[...] Y por fin le encargaron, como por entretenerlo, que pidiese las leyes que le parecían a él bien para los indios, "¡cuántas leyes quisiera, pues que por ley más o menos no hemos de pelear! ", y él las escribía, y las mandaba el rey cumplir, pero en el barco iba la ley, y el modo de desobedecerla. [...] (la cursiva es mía)
El rey le daba audiencia, y hacia como que le tomaba consejo; pero luego entraba Sepúlveda... a traer los recados de los que mandaban los galeones, Y lo que se hacía de verdad era lo que decía Sepúlveda. Las Casas lo sabía, lo sabía bien; pero ni bajó el tono, ni se cansó de actuar, ni de llamar crimen a lo que era, ni de contar en su "Descripción" las "crueldades", para que el rey mandara al menos que no fuesen tantas, por la vergüenza de que las supiera el mundo.
-------
* La bibliografia es la ya citada en post anterior.
[1] Roig, Arturo A.: Teoría y Crítica del Pensamiento Latinoamericano, FCE, México, 1981
[2] Vol. 1, Setiembre, 1889, N º 3