Cap de Creus, 2005. expatriadaxcojones.blogspot.com
Como no trabajo. Estoy aburrida. Y soy una vividora empedernida. Aprovecho cualquier excusa para salir de casa. Este es un país turístico que ofrece muchas cosas al visitante. Repaso mentalmente la lista para ver que puedo hacer.
Senderismo: Paso. Cansarme y sudar no es lo mío. Fumar en cachimba: Ya lo he hecho. No me gusta. Soy fumadora pero el tabaco de sabores lo encuentro repulsivo: cereza, limón, plátano,… ¡Qué asco! Por no hablar de toda la parafernalia que se necesita. Sólo de pensarlo me agoto. Fumar hachís:Reconozco que me lo he planteado pero ya lo hice en mi época de adolescente y creo que se me ha pasado el arroz. A ver si voy a perder las pocas neuronas que me quedan. Decididamente, paso.Ir en camello por el desierto: Esto también lo he hecho. Hace diez años estuve en Marruecos con un amigo. Lo del camello me parecía muy exótico hasta que, después de un par de horas, tenía la parte interior de las piernas escocidas y pedí a gritos que me bajaran del animal. Con una vez basta.Dormir en una haima a la luz de la luna. Más de lo mismo. Veía la luna, la arena, la haima y pensaba: ¡qué bonito! Hasta que llegaron. Eran miembros de una familia bereber. Ellos iban vestidos de azul y ellas hacían aquel particular sonido con la lengua. Sí que eran bereberes pero… lo que hacían no era más que una actuación. Espectáculo puro y duro. Nos daban lo que creían estábamos buscando. Me sentí estafada. Como una niña pequeña que descubre que los reyes son los padres justo el día de navidad.
Pero la lista es larga y, gracias a Dios, todavía hay cosas que no he probado. Al menos, no aquí. Una de ellas es el Hammam.
Aquí en Marruecos siguen manteniendo la tradicional visita semanal a los baños públicos. Una costumbre de la cultura árabe que nuestros antepasados guarros de la Edad Media tardaron tiempo en adaptar. Y así nos fue.
En Tánger hay muchos. Los turistas suelen visitar los que hay en los hoteles. Todo buen hotel que se precie dispone de este servicio para sus huéspedes. También los hay en los spas.
Yo quiero ir a un Hammam pero a uno de los tradicionales. Conozco a una chica que se llama Miriam. Es tangerina pero ha vivido muchos años en Cataluña. Habla muy bien español y se ofrece a acompañarme. Me dice que conoce uno como el que ando buscando.
El baño en cuestión se llama Al Ándalus. Está en un barrio popular. El taxista da un montón de vueltas antes de dar con él. La cosa promete. Llegamos a las once de la mañana. En este país no se hace nada antes de esta hora. Lo de “a quien madruga, Dios le ayuda” digamos que no ha arraigado en la sociedad marroquí.
Desde fuera apenas se ve. El cartel es muy pequeño. Subimos unas escaleritas y llegamos al recinto. Una pequeña recepción. El lugar es deprimente. Antiguo. Un poco sucio. Lleno de humedades y mujeres despatarradas. Hablando. A su bola. De sus cosas. Con ellas, un montón de gatos. Odio los gatos. Me dan repelús.
Miriam se pasa media hora discutiendo el precio. Yo no me entero de nada. Hablan rapidísimo. Según me cuenta luego mi amiga el precio estándar por acceder al recinto son 30 dírhams. Unos 3 euros. Pero nosotras hemos acordado el pack completo: Baño. Masaje. Gommage (que no tengo puñetera idea de lo que significa) y lavado de pelo. Todo por el módico precio de 10 euros. La mujer nos cobra. Junto con el cambio nos da un paquetito de color marrón y un guante para frotar. En un Hammam de lujo, lo mismo, te cuesta cinco veces más, me dice Miriam.
Nos sacamos la ropa ante la mirada atenta de las señoras. No hay taquillas para dejar las cosas. Tan solo unos viejos bancos donde sentarse. Desnudas entramos en los baños. Suerte que he pillado las chanclas. En el interior, una sala vacía. Llena de humedades y con un pozo de agua tradicional que se calienta con fuego. Miriam me indica que nos sentemos en el suelo. Yo soy una neófita y lo que ella dice va a misa. Una se las señoras entra en la sala y nos da una especie de esterilla para tumbarnos encima y unos cuantos cubos de agua. Parecidos a los que llevo al parque con Terremoto. Solo que más viejos y sin dibujitos.
Miro a Miriam. Y en esa fracción de segundo en que he bajado la guardia la señora me echa uno de los cubos llenos de agua por encima. ¡Dios! Casi me muero. El agua está hirviendo. Yo que me ducho casi con agua fría. Empiezo a sudar como un pollo. La cara se me pone roja como un tomate.
Al abrir los ojos, veo entrar a una mujer con un niño. No tendrá más de tres años. Y pienso: Si a mi me está costando aguantar este suplicio ¿Cómo lo llevará el chaval? Pero quien soy yo para cuestionar a esta señora. Ella sabrá porqué lo hace. Quizás es bueno para el crío. Quizás se lo ha recomendado el médico. Quizás simplemente le apetecía venir y no tenía con quien dejarlo. La señora sigue tirándome cubos por encima hasta que le digo Safi, que en árabe se utiliza mucho. Para todo. Y que podría traducirse al español como sinónimo de Basta.
Entonces me pide algo. No la entiendo. Miriam me dice que le de el paquetito marrón que nos han dado en la entrada. Está envuelto en papel film. Es una especie de ungüento, de muy mal aspecto, pero que huele divinamente. Como a eucalipto. La señora me lo embadurna por todo el cuerpo. Brazos. Piernas. Barriga. Manos. Dedos. Pies. Cogote. Orejas. Menos el agujero del culo llevo el cuerpo cubierto de arriba abajo con esta cosa pegajosa. Esto es el gommage. Una especie de exfoliante natural.
Me paso la siguiente media hora sufriendo en silencio. Miriam intenta darme conversación pero, en estas condiciones, me cuesta hablar. Me cuesta respirar. A medida que pasa el rato los baños se van llenando de mujeres. Algunas sin bragas, otras con unas bragas que me dejan tiesa. Eso sí, la mayoría con el pubis bien afeitadito. Miriam me dice que se lo hacen con cuchilla. ¡Joder! Ahora sí que flipo. No quiero ni pensar como les picará cuando les salga el pelo. Fuerte. Corto. Puntiagudo.La mujer del ungüento regresa. Me pide el guante. Se lo doy obedientemente. Y empieza a frotar. Con fuerza. Frota y frota sin parar ¿Qué he hecho yo para merecer esto? La mujer no se detiene. Rasca que rasca. Y entonces veo que de mi cuerpo salen disparados un montón de macarrones de piel marrón. ¡Joder! ¿Toda esta mierda es mía? Me frota por detrás, por delante, me tumba, me pone de lado,…Empieza a dolerme todo el cuerpo. Le tengo que decir otra de las palabras que en árabe se utiliza mucho y para todo: Shweia Shweia. Que sería algo así como: poco a poco, despacio, y casi le suplico: ¡Por favor!
La señora lo capta. Termina su trabajo y me deja. Apenas unos minutos. Regresa. Otra vez, con los cubos de agua. Me los tira por encima. Y me dice que me tumbe. Es la hora del masaje. Si es que a este sufrimiento que me infringe se le puede llamar así. ¡Qué fuerza tiene la cabrona! Y yo venga a repetir las palabras mágicas: Shweia Shweia. Y ella se ríe y sigue haciendo lo que le da la puta gana.
Miriam me explicará después que le hemos pagado una buena pasta y que la señora no hacía más que ganársela. Pues por mí no hubiera hecho falta, le contesto.
Después del masaje-tortura, me enjabona el cuerpo, me lava el pelo, me pone el suavizante y hasta me peina. Y otra vez a echarme los cubos por encima. Venga cubos. Llevo casi dos horas cuando, por fin, consigo salir de este lugar. Casi me da una lipotimia. Una vez fuera. Me siento. Pido un zumo. Me recompongo y me fijo en que tengo la piel casi tan suave como la de mi hija. Así, que a pesar del mal rato que he pasado, decido que vendré a menudo. Esto es un chollo y sólo me ha costado 10 euros. En Barcelona me hubieran cobrado 100 y no me lo habrían hecho ni la mitad de bien.