Distribuida por A Contracorriente Films y galardonada con la Espiga de Oro en la última edición de la SEMINCI, “Una familia de Tokio” se estrenó el pasado 22 de noviembre y logró “colarse” en el top ten de la taquilla española durante el primer fin de semana, con sólo 29 copias. Un mérito que animó a otros exhibidores a llevarlas a sus cines.
Tengo que reconocer que salí de la proyección entusiasmado y conmovido, rumiando las escenas y sin saber qué alabar más: si la perfección de la película o la sabiduría de Yôji Yamada, un director de 82 años, autor de 81 películas. Porque Yamada (de quien ya conocía tres filmes anteriores) homenajea a Ozu de dos maneras: manteniendo las constantes estéticas y argumentales del maestro y, a la vez, introduciendo algunos cambios oportunísimos, que confirman su personalidad y su condición de discípulo aventajado.
Como la película original, “Una familia de Tokio” cuenta el viaje que realiza un matrimonio a Tokio para ver a sus hijos, que decidieron instalarse allí. Los padres han vivido siempre en una pequeña isla de Japón y procuran conservar las costumbres tradicionales de su país. A su llegada sufrirán el choque visual y cultural con la gran ciudad y, sobre todo, serán conscientes de las aspiraciones e intereses de unos hijos que apenas tienen tiempo para ocuparse de ellos.
Si a la magistral dirección y a la calidad formal del filme se añaden unas interpretaciones llenas de naturalidad y la música del siempre inspirado Joe Hisaishi, tenemos una película perfecta, en la que no se notan los 146 minutos de duración y que merecería un análisis más detallado Pero la limitación de espacio que nos hemos marcado en este blog aconseja no seguir escribiendo y limitarme a recomendarte que no te pierdas esta delicada y humanísima cinta, magnífico espejo en el que debería mirarse buena parte del cine europeo. Sin duda, una de las mejores películas del año. (Juan Jesús de Cózar)